Recetas poco mágicas para una mejor educación

Hay muchos vendiendo recetas educativas. Que si tumbar las paredes de las aulas, que si meter una herramienta tecnológica maravillosa, que si trabajar “haciendo cosas” bajo el paraguas de siglas que solo sirven para mantener chiringuitos, que si el DUA, que si el Freire, que si la didáctica desconociendo tanto investigaciones como en qué consiste el asunto, que si poner ruedas a las sillas, que si pintar un aula con determinados colores, que si potenciar los “días de”, que si… Y, al final, al igual que el unicornio invisible, esas recetas mágicas siguen sin funcionar. Bueno, funcionan en la mente calenturienta de algunos e incrementa el dinero en el bolsillo de otros. Sin olvidarnos, claro está, en el ego. Ese ego superlativo, basado en la hipocresía permanente, que tienen algunos que todos conocemos.

Pues bueno. Hoy voy a intentaros dar diez recetas poco mágicas, realistas y a un coste bastante bajo para mejorar la educación. He dado muchas recetas en estos últimos años pero, al igual que sucede con muchas cosas de la vida diaria, hay una clave principal en que, previamente a enumerarlas, os voy a dar. Y es la máxima que debería aplicarse en educación: si algo funciona, ¡NO LO TOQUES!

En primer lugar una receta sería mantener el silencio y el respeto en las aulas. Algo tan simple y a la vez tan complicado. Algo que excede, en muchos casos, a las posibilidades de aislar la escuela de un contexto donde, por desgracia, cada vez hay menos silencio y menos escrúpulos en acudir al insulto. Es que solo hace falta que veáis la gran cantidad de insultos que vierten algunos docentes en las redes sociales. Curiosamente, los mismos que dicen que son los demás los que insultan. A estos extremos hemos llegado.

Otra sería la de realizar pocos experimentos. Al reducir el número de experimentos, el control sobre sus resultados serán mayores. Esto de ir cambiando un día sí y al otro también de estrategias o de herramientas no funciona. Ya no digamos el cambiar las reglas a mitad de curso. Eso no funciona. Lo único que hacemos es, salvo que queramos promocionarnos vendiendo auténticas boutades antipedagógicas, marear al alumnado. Especialmente al más vulnerable que es, precisamente, al que más perjudican los cambios permanentes de praxis y de criterios.

Reducir la burocracia también es clave. Eso sí, aquí me gustaría hacer una apreciación: se necesitan datos del alumnado, del profesorado y del resto del sistema para mejorar la educación. Por eso yo creo que, aunque reduzcamos la burocracia al profesorado, lo que deberíamos de hacer es una evaluación interna y externa de todo el sistema educativo. Para ello, quizás lo que podríamos hacer es poner a especialistas que sepan evaluar que indiquen qué pruebas deben hacerse y las diseñen. Y que esos especialistas sean los que las apliquen y evalúen. Evaluaciones que, posteriormente, deben ser usadas para tomar medidas. Rellenar papeles por el simple hecho de rellenar papeles no tiene ningún sentido.

Reformular todo el modelo de formación del profesorado. Rehacer completamente el modelo de formación inicial de Magisterio e introducir en Secundaria un modelo de formación inicial, pasado un proceso de “oposiciones” que debería rediseñarse y actualizarse (que no implica eliminarse), que fuera requisito superarlo para poder ejercer como docente, tanto en centros públicos como privados. Sí, estoy hablando de cargarme el máster del profesorado y hacer, como sucede en muchas profesiones (medicina, bomberos, policía, jueces, etc.) un modelo de formación posterior exhaustivo SOLO para los que superen esas pruebas. E insisto… debe ser para centros públicos y privados ya que, al final, el sistema educativo debe tener el mismo modelo de profesionales porque la educación y su calidad debe ser la misma para todos. Sí, también incluyo en este apartado el reformular todo el modelo de formación continua y reciclaje.

Hacer obligatoria la duración de las leyes educativas por un mínimo de dieciséis años. Para eso sería imprescindible, antes de que se aprobara, que fuera obligatorio que fuera votada por una mayoría cualificada de la cámara. Dicha ley educativa debería ir acompañada de un amplio capítulo presupuestario y debería ser global para todo el país. No es lógico que un niño de Castilla y León tenga diferentes contenidos curriculares que uno de Aragón. A mí lo de la sensibilidad “nacional” salvo que en algún momento Aragón se independice legalmente del resto de España, o en un futuro Teruel de ese nuevo estado independiente que aparezca, no me va. Esto no va de estar a favor o en contra de la independencia de nadie ni en contra de las sensibilidades que uno puede tener por vivir en un sitio u otro. Esto va de calidad educativa, de igualdad de oportunidades y de dar lo mejor a todo el alumnado con independencia de dónde nazca, viva o se traslade. Nada, por cierto antes de que me preguntéis los de siempre, tiene que ver esto con no mantener lenguas cooficiales ni con otras cosas que seguramente os están pasando por la cabeza.

Voy a entrar en algo que también es muy económico: la necesidad de tener plantillas estables en los centros educativos. Para ello, o bien sacamos todas las plazas a concurso de traslados, limitamos las comisiones de servicio y obligamos a mantener, como mínimo, el destino por cuatro cursos o, simplemente, nos olvidamos de ello. No puede ser que haya centros con más de un cuarenta por ciento de personal que cambie cada año porque, por buenos profesionales que sean (¡que lo son!), los proyectos educativos necesitan estar trabajados a largo plazo. Tampoco tiene sentido convocar oposiciones cada año. Lo que debería hacerse es sacar oposiciones cada cuatro cursos y así, aparte de ser las mismas masivas y permitir mejor acceso a esas plazas, tendríamos plantillas mucho más estables en los centros educativos. Lo mismo para comisiones de servicio y demás modelos de provisión temporal. Y sí, si uno es interino, que se le adjudique una plaza por cuatro años y se articule un mecanismo legal, acorde con Europa, para poderlo hacer posible.

Otra receta es tomar decisiones educativas basadas en la evidencia. Hay suficiente investigación en la actualidad que indica qué funciona y qué no. Con todas las limitaciones, claro está, que tienen las investigaciones aplicadas a las ciencias sociales. Eso sí, existen. Y es una base más sólida que las creencias o lo que diga un tipo en una TED Talk o hubiera dicho algún personaje, totalmente descontextualizado, que expusiera sus reflexiones, entre místicas y pedagógicas, en un determinado panfleto de hace siglos.

Soy también partidario, aunque no os lo creáis, de reducir las competencias a los directores de los centros educativos para convertirlos en elemento cohesionador de proyectos de centro, aumentando la capacidad de actuación de los inspectores y su número. Bueno, aquí tengo varias recetas. Una sería la de poner directores profesionales en los centros educativos, tal y como sucede en muchos países, expertos en gestión y de los que no hace falta que sean docentes, mientras que existiría también el director pedagógico, docente en este caso, que sería el aglutinador del proyecto educativo de centro. O, en caso contrario, como he dicho antes, aumentar la plantilla de inspección y que hicieran esa función de gestión. Eso sí, lo que tengo claro es que el Secretario de los centros educativos debería ser personal administrativo y no docente.

Por cierto, los docentes deben dar clase y tener tiempo de reunirse para cuajar decisiones y proyectos entre los diferentes cursos y etapas. Para eso, otra de las recetas, es incorporar especialistas de “otras cosas” en los centros educativos. Trabajadores sociales, psicólogos, personal de enfermería, técnicos informáticos, etc.

Sé que los recursos económicos son limitados. Por eso es imprescindible que una de las recetas sea la gestión eficaz y eficiente de los recursos, tanto humanos como económicos en educación. No se debería invertir en A si A aporta menos que B. Tampoco deberíamos invertir X en B si invirtiendo Y podemos conseguir una B mejor. Lo sé. A veces una gestión eficaz y eficiente va en contra de la ideología de uno porque, vamos a ser sinceros, todos queremos que se den más horas de lo nuestro, se construyan tropecientos centros educativos en nuestro pueblo y, aunque no se usen, tengamos impresoras 3D o aulas del futuro. El problema es que, como siempre digo, hacer más horas de una asignatura implica hacer menos de otra y, en cuanto a los recursos económicos, gastar más en una cosa es tener menos dinero para gastárselo en otra. Para eso las decisiones no se deben tomar en los centros. Para eso las decisiones deben tomarse, sabiendo lo que pasa en todos los centros, en la administración. Que es, al fin y al cabo, la que puede tener una visión global del asunto. Eso sí, repito, uno de los grandes problemas de la educación es que no se sabe qué hay ahora. Tan solo hace falta ver cómo en el Ministerio de Educación, en ocasiones, publican datos estadísticos de los centros educativos en los que se indica que “no hay datos” de algunas cosas y de algunas Comunidades. Esto no puede ser.

Seguramente hay muchas cosas que me he dejado en el tintero. Seguramente hay muchos matices que se me han escapado. Pero ya veis que, en lugar de irme por los cerros de Úbeda, me he centrado en lo que quería deciros. Y sí, como siempre digo, puedo estar equivocado en mis propuestas. Es lógico y estoy abierto, siempre que se me argumente lo contrario, a cambiar de opinión. Nunca he pretendido tener la verdad absoluta en educación. Más bien al contrario. A día que pasa, lectura que me llevo a la saca o experiencia que incorporo a mi bagaje, más puede verse modificada.

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4 comentarios

  1. Creo que estamos diciendo lo mismo, pero ojo a los matices. Hoy por hoy, el aula es el único lugar desde donde se intenta enganchar al estudio, que es la carretera que te conduce a entender, a razonar y a alcanzar cierto espíritu crítico. Ahora bien ¿no sería deseable o posible que los alumnos adquiriesen unas mínimas habilidades para el estudio ANTES de pisar un aula?

    No hablo de “adelantar materia”. La materia, siempre en el aula. Pero engancharse a la lectura, a reflexionar ante lo que ves, al ejercicio físico, a apreciar la buena y variada música, a valorar la brillantez de una interpretación de teatro/cine (1 minuto, por ejemplo, podría ya funcionar), a aprender a fijarse en los detalles de las cosas, a hacerse pequeñas preguntas y hacer pequeños experimentos incluso simplemente mentales, a buscar algo de información y sacarle partido… todo esto se puede mover en un ámbito cultural, cotidiano e informal, y hacerlo accesible por poco dinero y de forma muy distribuida.

  2. De tu primer punto (mantener el silencio y el respeto en las aulas), yo exigiría “atención y ganas de aprender”.
    De aquí yo infiero cuál es el mayor problema de la Educación -y del que nadie habla- y no es otro que entender que las ganas de aprender y el interés por concentrarse y seguir una explicación o participar en una actividad es LA clave para que la educación funcione.
    Desarrollando esta idea, resulta que tales ganas y tal interés necesariamente deben surgir como un proceso personal e individual, respetando la diversidad, los gustos e ideas de partida vivenciales, y los tiempos que cada cual necesita. Esto NO se puede conseguir en un aula, donde a lo sumo se obtiene una simulación buenista (o sea, cínica), degradada e insustancial de la atención y de las ganas de aprender, con los consiguientes resultados educativos muy mejorables.
    ¿Y cuál es el lugar donde trabajarlo? Pues cualquier sitio, menos en el aula. Es decir, en un ámbito cultural. En la familia, por supuesto, pero también gracias a actividades culturales que busquen estimular la curiosidad, la observación, la reflexión, la experimentación a un nivel que resulte fácilmente asimilable y provechoso para nuestros estudiantes. Para ello necesitamos un ministerio de Cultura menos interesado en el espectáculo, en la industria cultural, en los intereses del público con formación cultural sólida, y más sensible con las necesidades reales de la infancia y adolescencia.

    1. Hoy estoy en desacuerdo con tu comentario. El aula es el único lugar en el que, especialmente el alumnado más vulnerable, puede encontrar posibilidades de mejorar su presente y su futuro. Otro tema es que sí que vea importante el tema de las ganas de aprender y la motivación. Lo que sucede es que, como digo al principio de la respuesta, esto es muy complicado tenerlo de partida en el alumnado con problemas de partida. Un saludo.

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