Reconozco que mientras me estaba tomando esta mañana un tazón enorme de cereales, después de haber estado leyendo en los últimos tiempos artículos que escribí en este blog, me he preguntado qué hubiera pasado si no me hubiera «torcido». Si no hubiera dejado de creer en un cierto discurso y me hubiera mantenido en la dirección correcta. Por cierto, ¿cuál es la dirección correcta en educación? Supongo que para todos será la suya. Para mí, acostumbrado a perderme siempre y no poder encontrar nunca el coche cuando lo aparco en una gran ciudad, no hay dirección que valga. Bueno, ahora con la foto que le hago a la calle o al nombre del párquing, acabo encontrándolo. Ventajas de la tecnología. Tiene, y no pocas.
Un inciso, para encontrar lo que escribí al principio de esta bitácora, después de haber tenido un ataque y borrado los posts anteriores a 2020 (los voy recuperando poco a poco), podéis hacerlo de la manera que os explico aquí). Nunca me he arrepentido de nada de lo que he escrito ni de lo que he dicho en las redes sociales. No me arrepiento de haberlo escrito en ese momento. Otra cuestión es si ahora replicaría ese discurso.
A lo que íbamos, ¿qué hubiera pasado si sigo aliado con los del discurso tecnológico sin fisuras? Pues seguramente ahora estaría, como todos los que defendieron el software libre en su momento, certificado por Google y yendo a los congresos de la multinacional. Incluso me hubiera puesto la camiseta que me hubieran regalado, retuitearía todas las noticias de ese maná tecnológico y daría charlas a tutiplén sobre sus bondades. Todo, claro está, a un módico incremento de mis emolumentos básicos. O quizás estaría con aquellos que defienden las competencias y al gobierno de turno. Ha de ser maravilloso tener unos políticos y una ideología a prueba de bombas y realidades. La verdad es que quizás viviría mejor si me encerrara en una urna de cristal ideológica y pedagógica. Quién sabe.
Seguramente estaría pensando qué charla me toca dar este fin de semana, a qué lugar de la geografía me toca acudir y qué cantidad voy a trincar por hacerlo. Estaría solicitadísimo para dar cursos de formación y, curiosamente, estaría siendo cuestionado por alguien como soy yo ahora. Sí, el mundo al revés. Ahora cuestiono lo que sería si hubiera seguido por el «buen» camino. Surrealista.
Hay algunos que se han subido a un tren determinado. Otros vamos haciendo paradas, nos asomamos a la estación, vemos si vale la pena quedarnos un rato, subimos al próximo tren (o hacemos autostop) y, al final, acabamos encontrándonos con gente que hace el mismo viaje que nosotros y con muchos nuevos compañeros de viaje. Y no pasa nada. Bueno, lo único que pasa es que hay algunos que no soportan que haya personas que no quieran seguir con ellos en el viaje que han elegido obviando, por desgracia, que lo importante no es cómo hacer el viaje. Lo importante es saber dónde se quiere llegar y en qué condiciones hacerlo.
Lo reconozco. La Escuela 2.0 me deslumbró en su momento. A lo largo de los años he tenido determinadas visiones místicas y en más de una de ellas me hubiera quedado a gusto. El problema, como siempre digo, es que me gusta evolucionar y crear mi propia aventura educativa. Soy así de raro.
Dentro de un tiempo si veo ciertas cosas que no me gustan o no me cuadran en mi posicionamiento actual (no solo educativo), pues cambio de posicionamiento. No tengo ningún lastre para no poder hacerlo. Es que si viera que el modelo educativo que venden algunos, con independencia de sus intereses, fuera positivo para la educación lo compraría. A día de hoy voy dando vueltas, andando y desandando caminos, porque no quiero que me cuenten cosas. Quiero contarlas yo por haberlas vivido.
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