A veces uno escribe un artículo sobre educación, sobre cómo el debate pedagógico ha sido secuestrado por banderas, ideologías y trincheras, y ocurre lo de siempre… aparecen voces que se sienten atacadas. Aunque no las nombres. Aunque no las menciones. Aunque hables de ideas, no de personas.
Y eso, en parte, tiene sentido. Porque cuando uno se siente interpelado por algo que lee, puede que sea porque en el fondo hay algo de verdad. Lo preocupante no es la crítica. Lo preocupante es cómo se responde.
No con argumentos. No con matices. No con reflexión.
Con ataques personales. Con insinuaciones. Con desinformación.
Con afirmaciones sobre la vida profesional de alguien a quien ni se conoce.
Lo fácil, lo rápido, lo efectista.
No voy a entrar ahí. No porque no sepa defenderme, sino porque no lo necesito. Y sobre todo, porque esto no va de mí. Va de lo que está pasando en el sistema educativo. Un clima en el que muchas veces no se puede hablar claro sin que alguien lo lea como una amenaza. Un clima donde disentir, con respeto, pero con firmeza, se interpreta como agresión. Donde cuestionar ciertos marcos pedagógicos se traduce en sospecha o en enemistad.
Entiendo que haya personas o colectivos que se sientan identificados cuando se critican determinadas formas de entender la educación. Pero la respuesta no puede ser atacar. No puede ser desacreditar personalmente a quien escribe. Porque eso no suma. No ayuda. No construye ningún diálogo, ni mejora nada.
Yo no busco tener razón. Escribo para plantear dudas, para abrir espacio a lo que muchas veces no se dice. Desde la experiencia en un ámbito educativo en el que llevo trabajando casi treinta años, desde la honestidad. Sin necesidad de estar siempre en lo correcto, pero sí con la libertad de expresar una mirada que, aunque no guste, es tan legítima como cualquier otra.
Y sí. Seguiré escribiendo. Porque el silencio en educación ya ha hecho bastante daño. Porque el miedo a disentir está dejando claustros mudos. Porque el peso de lo políticamente correcto no puede aplastar el sentido común. Y porque estoy convencido de que es posible defender la educación (la de verdad, la que no tiene postureo) sin tener que pasar por el filtro de ningún colectivo ni por el relato oficial de nadie.
No tengo nada que demostrar. Ni que esconder. Y si a alguien le duele lo que escribo, le invito a rebatirlo. A debatirlo. A mostrar su punto de vista. Con argumentos, no con etiquetas. Con ideas, no con ataques.
Eso sí sería educativo… y productivo.
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