Estos últimos días, de forma recurrente, se está volviendo a hablar en las redes sociales acerca de determinados discursos educativos y se relaciona, más allá de lo buenas o malas que sean ciertas medidas para el alumnado, quién es el que lo propone. Lo sé. Es el típico debate de siempre y, como siempre sucede, acaba convirtiendo en trincheras ideológicas un debate que debería ser técnico y basado en las evidencias. Así que, permitidme un reflexión en voz alta. Una reflexión que, al igual que todas las que hago, puede ser más o menos subjetiva ya que hay muchos factores que pueden hacer que la misma no lo sea. Pero creo que, al margen de la subjetividad que tienen todas las reflexiones, siempre he intentado ser, en este blog y en mi día a día, lo más objetivo posible. Siempre, claro está, con mis errores y mis aciertos.

Así que, vamos a ello…

En este país no se puede proponer nada en educación sin que alguien levante la ceja, mire el logotipo del partido que lo plantea y decida, en menos de tres segundos, si es una genialidad progresista o una aberración reaccionaria. Da igual lo que se diga. Da igual para quién sea. Da igual el impacto real. Aquí lo único que importa es de quién viene. Y si viene del bando equivocado, se rechaza sin pensar.

¿Que proponen recuperar parte del esfuerzo y del contenido en primaria? Autoritarismo. ¿Que plantean reintroducir exámenes con algo de peso real? Retroceso pedagógico. ¿Que apuestan por evaluar con criterios claros y no con rúbricas de colorines? Facha.

Ah, pero si lo mismo lo propone el bando “correcto”, entonces se convierte en “ajuste metodológico” o “proceso de revisión estructural de las prácticas de aula”.

Lo ves en cada reforma. En cada noticia. En cada medida. Si la hace “el partido que me gusta”, aplaudo hasta con las orejas. Si la misma la firma “el partido que detesto”, entonces es una agresión a la infancia, un ataque a la equidad o una involución franquista.

Hemos sustituido el análisis pedagógico por el reflejo pavloviano de la militancia. Y lo que es peor… muchos docentes, que deberían estar al margen de este circo, se apuntan encantados a la farsa. No porque crean en una medida, sino porque se la ha inventado su bando. No porque funcione, sino porque molesta a los otros.

Se puede estar cayendo a pedazos un partido por corrupción, por tráfico de favores, por escándalos judiciales diarios, y aún así hay quien se traga cualquier propuesta suya sobre educación si suena “progre”. Aunque sea un refrito de lo mismo que hace cinco años criticaban cuando lo planteaba el otro lado. Y si el partido contrario propone algo mínimamente sensato en el aula, da igual… fascismo pedagógico. Todo mal. Cierre por riesgo de adoctrinamiento.

¿Quién habla aquí del alumnado? Nadie. ¿Quién valora si una medida mejora o no el aprendizaje? Cero. Todo se decide en función de la camiseta política. Y si hay que tragarse leyes infames con nombre de ministra, se hace. Y si hay que poner el grito en el cielo por una medida razonable solo porque la propone “el otro”, se hace también.

¿Que hay chavales que no comprenden lo que leen? Bueno, pero la ley educativa tiene perspectiva de género.
¿Que se están regalando títulos? No pasa nada, se prioriza la inclusión.
¿Que se proponen mínimos comunes de competencia lectora o matemática? Fascismo.
¿Que se plantean itinerarios con algo de contenido exigente? Peligro, segregación encubierta.

Y así seguimos. Entre leyes mal hechas, reformas reversibles, promesas de campaña convertidas en boletines oficiales y una comunidad educativa agotada que, en vez de exigir rigor, evidencia y coherencia, se divide en forofismos.

Mientras tanto, los alumnos: leyendo cada vez peor, escribiendo a trozos, trabajando sin horizonte. Pero tranquilos, eso se arregla con otra comisión, otra mesa, otra jornada educativa con hashtags y mucha foto institucional. Porque eso sí… quedar bien sigue siendo más importante que hacer las cosas bien.

Quizá ya es hora de dejar de mirar el color del partido y empezar a mirar el contenido de las medidas. No por ingenuidad, sino por responsabilidad. Porque la educación no puede depender de a quién votas. Tiene que depender de a quién enseñas. Y de eso, por desgracia, cada vez se acuerdan menos.

Antes de finalizar… lo de siempre. Seguro que hay quienes están esperando leerme para ponerme a caldo. Les da igual lo que diga. Les da igual que sea más o menos sensato. Les da igual si hay propuestas tras mis líneas. Lo importante es buscar algo que les suene mal, una coma mal puesta o, simplemente, en caso de no poder encontrar nada, acudir al ataque personal. Y eso tiene mucho que ver con el artículo de hoy y el reflejo pavloviano de ciertas sectas educativas.


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4 comments
  1. De todo lo expuesto, lo más difícil que se deja es el camino a la solución porque no hay forma para buscarla desde ese campo democrático llamado Análisis. Desde que Pedro Sánchez tomó la aplicación de los Reales Decretos Legislativos Urgentes sin entrar a los análisis y sus informes de los otros poderes constitucionales, se ha hecho una vara de medir y aplicar injustamente. Los verdaderos actores son la comunidad educativa y los padres y madres de los educandos. Tus artículos, tus datos y todas tus conclusiones son carne de destrozos por esa mediocridad corrupta que ha entrado en todas la esfera representativa de esta Sociedad. Mi respuesta: la valentía del funcionario frente al sistema.

  2. En las últimas elecciones generales, de cada tres ciudadanos con derecho al voto, uno se quedó en su casa o se fue a la playa y uno se quedó a cada a uno de los lados del muro del presidente.
    Con esos números, cualquier política que solo busque la aprobación de los de su lado del muro va a tener el doble de oposición que de aprobación. Es decir, no funcionará.
    Pero es así en todos los temas, no solo educativos. Llevamos 15 años así, bloqueados. Y lo que nos queda …

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