Hoy, aprovechando que ha refrescado un poco gracias a las cuatro gotas de ayer (¡no ha refrescado una mierda, pero de ilusión también se vive!), voy a aprovechar para acabar de dar forma, de una puñetera vez, al libro que tengo pendiente de maquetar para ver si, con suerte, puedo ponerlo para descarga. No os garantizo nada porque, al final, mi mente sigue de vacaciones en estas tres semanas que me he cogido este curso. Es lo que tiene no saber ser un buen desertor de la tiza al uso. Nada. Esto a estas alturas de la película ya no tiene solución. Ni esto ni otras cosas que, sin tener nada que ver con mi profesión, me han ido pasando en los últimos tiempos.
Pero antes intentar acabar lo anterior, con interludios varios para intentar poner orden en el armario de mi hija, me gustaría dejaros con un artículo, de esos totalmente prescindibles, que escribo en este blog. Y ya os aviso de entrada… tiene el mismo interés educativo que las chorradas que sueltan algunos en las redes sociales. Eso sí, me lo he pasado muy bien escribiéndolo. Si no me lo pasara bien escribiendo no escribiría. El masoquismo de tener hobbies por obligación es algo que no entra en mi concepción vital.
Así pues, dejadme hoy poneros un par de decálogos (¡que molan mazo!) acerca de cómo saber si eres un docente que suma o alguien, al igual que algunos especímenes que pontifican sobre educación, de forma sesgada y sin ningunas ganas de leer demasiado, que eres un lastre con patas para el sistema educativo. Sí, en educación, al igual que en cualquier otra profesión, hay profesionales fantásticos, mediocres y malos. Y en la misma proporción.
Todos sabéis que (no solo) en educación todo el mundo se pone medallas. Que si vocación, que si compromiso, que si “mi aula es un laboratorio de sueños”. Luego rascas un poco y descubres que algunos sueñan más con el timbre de salida que con el aprendizaje.
Por eso, y porque estamos rodeados de postureo, aquí va un manual práctico. Diez pistas de que alguien está en el lado luminoso de la fuerza docente y diez que lo retratan directamente en el lado oscuro, ese donde el alumnado sobrevive a base de instinto.
Empiezo, si me permitís, por las diez cosas que te ponen en el lado bueno…
1. No necesitas convertir agosto en una teletienda. Si en verano no vendes cursos milagro ni subes frases motivacionales con flotadores de unicornio, enhorabuena… tienes claro que descansar también es profesionalidad.
2. Das clases y corriges sin sacar selfies para publicar en las redes sociales. No necesitas subir una foto épica con la pila de exámenes como si fueran los doce trabajos de Hércules. Simplemente los corriges y punto. El buen profesional no necesita “me gustas” para hacer su trabajo. Ni tampoco aplausos para decir lo bien que lo hace.
3. Escuchas antes de soltar dogmas. El profe que escucha vale oro. El que sermonea sin parar parece una tertulia de madrugada. Y ya sabéis en qué se han convertido los tertulianos que aparecen últimamente en la televisión. Eso sin entrar en los discípulos de Llados en TikTok.
4. Usas tecnología sin posturear. Una app puede servir. Una tiza también. Lo importante es enseñar. El buen profesional no confunde innovación con hacer vídeos de Instagram con el alumnado.
5. No echas balones fuera cada cinco minutos Sí, la administración no siempre hace las cosas bien. Sí, las familias a veces desesperan. Pero si todo tu discurso es culpar a los demás, igual el problema no está solo fuera.
6. Tienes sentido del humor. Si no eres capaz de reírte contigo y con tu clase, conviertes la educación en una misa sin fin. Y no, nadie aguanta eso.
7. No necesitas fuegos artificiales. Lo de disfrazarte de Harry Potter cada semana puede estar bien, pero el alumnado agradece más a alguien constante que a un mago de pega.
8. Reconoces que no lo sabes todo. El que admite “no lo sé” enseña mucho más que el que se inventa respuestas. Humildad es también educación.
9. Piensas en el alumnado antes que en tu ego. El buen profesional mide sus logros en lo que aprenden los chavales, no en el número de seguidores en sus redes sociales.
10. Sigues creyendo que vale la pena. Aunque estés harto, aunque haya días que quieras tirar la toalla, en el fondo sabes que lo que haces tiene sentido. Esa es la diferencia.
Ya veis, la educación tiene un lado luminoso y buenos profesionales que hacen, entre otras cosas, lo anterior. Eso sí, también hay diez cosas, como os he dicho antes que te colocan en el lado oscuro. Disculpad la referencia a Star Wars pero uno es un poco friki. Y sí, también tengo claro que, a veces, uno puede pasar del lado oscuro al lado de la luz (y al revés).
1. La queja es tu cardio diario. Te ejercitas protestando de todo. Nada vale, nada funciona, nadie entiende nada. Y lo mejor… nunca aportas nada.
2. Innovar es cambiar de letra en el PowerPoint. Pones Comic Sans y crees que has reinventado el sistema. Steve Jobs, versión low-cost.
3. La sala de profes es tu programa de radio. Eres el “cuñado educativo” que opina de todo, siempre sin datos. Con un café delante, podrías explicar cómo arreglar Finlandia y Marte a la vez.
4. Evitas corregir como si fueran radiografías. Tus notas aparecen como setas en otoño. Exámenes sin feedback, redacciones olvidadas… pero oye, exigir, exiges.
5. Confundes respeto con miedo. Crees que gritar es mandar. Lo único que consigues es alumnado que finge escucharte mientras sueña con huir.
6. La culpa siempre es de otros. Cuando sale bien, el mérito es tuyo. Cuando sale mal, la culpa es de la familia, del sistema o del perro de los Simpsons.
7. Aprender es cosa de los demás. Llevas años sin abrir un libro, pero exiges a tus alumnos que lean. Incoherencia nivel experto.
8. Autoritario disfrazado de firme. Te presentas como “contundente”. En realidad eres un déspota con pupitre.
9. Cumples el mínimo y sales corriendo. Tu superpoder es evaporarte en cuanto suena el timbre. Nadie sabe cómo lo haces, pero funcionas como Houdini.
10. Te crees imprescindible. Tu frase favorita… si no fuera por mí, esto se hundiría. Spoiler… sin ti todo funcionaría igual. Quizá incluso mejor.
Un buen profesional no necesita luces ni focos. Un mal profesional tampoco necesita excusas, ya se las inventa todas. Y mientras tanto, el alumnado paga la factura de unos y de otros.
La diferencia entre sumar o restar no la marca la administración ni las ratios ni la tecnología de moda. La marca cada uno en su aula. Y, sorpresa, no hay decálogo que maquille lo evidente… o empujas hacia adelante o eres lastre.
Lo sé. Es duro reconocer que es mucho más productivo dedicarse a la profesión de uno que a soltar, diariamente, determinadas afirmaciones en las redes sociales. Sé que algunos lo único que ansían es a que se les reconozca mediáticamente, por sacar tajada o, simplemente, por una cuestión de pintar algo en algún sitio. El problema es que donde se da el aprendizaje inicial del alumnado no es en las redes sociales. Es en aquellas aulas donde pasan cosas. Y no siempre buenas o malas.
Finalmente deciros que hoy hubiera escrito acerca de los incendios forestales. Lo hubiera hecho desde mi formación, como ingeniero agrónomo, especializado en gestión del territorio y medio ambiente pero, seguramente los mismos que pontifican acerca de la pedagogía de despacho me hubieran dicho que solo tengo la formación y no la experiencia. Sí, algunos son así de incoherentes.
Un abrazo a todos aquellos que lo están pasando mal.
Me podéis encontrar en X (enlace) o en Facebook (enlace). También me podéis encontrar por Telegram (enlace) o por el canal de WhatsApp (enlace). ¿Por qué os cuento dónde me podéis encontrar? Para hacerme un influencer de esos que invitan a todos los restaurantes, claro está. O, a lo mejor, es simplemente, para que tengáis más a mano por dónde meteros conmigo y no tengáis que buscar mucho.
Descubre más desde XarxaTIC
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.