Siempre tengo, a la hora de “preparar” las clases, más dudas que certezas. Tengo claro que un aula es un contexto líquido en el que no existe ni la homogeneización ni el cumplimiento de los resultados esperados. Este curso, por ejemplo, dentro de las asignaturas que doy imparto un Taller de Robótica para tercero de ESO. Un grupo no muy numeroso (en comparación con los otros) en el que me da para poder hacer ciertas cosas. Y tengo un problema. Sí, el mismo problema que tiene todo el mundo, llámese la asignatura X, Y o Z: la necesidad de conseguir que el alumnado aprenda y decidir qué es lo importante que debe aprender. Soy tan mal docente que en veinticinco años de profesión aún no tengo claros muchos qués. Y al no tener claros los qués, me genera muchas dudas los cómos.

Por tanto, lo que vais a leer a continuación puede estar mal enfocado e incluso, por mucho esfuerzo y voluntad que le ponga, ser totalmente contraproducente. Eso sí, antes de entrar en qué y cómo voy a hacerlo (o cómo lo estoy haciendo más bien), me gustaría entrar en la previa del asunto. No, no os voy a dar la evaluación porque, aunque me guste la evaluación a lo largo del proceso, quiero ir viendo si al ir tocando teclas y modificando ciertas cosas consigo, al final del curso alcanzar los objetivos que me he planteado.

La previa del asunto, al igual que deberíamos hacer los docentes en todas las asignaturas es saber dónde queremos llegar. En definitiva, qué queremos que aprenda nuestro alumnado cuando acabe el curso. Pues bueno, en mi caso había muy pocos objetivos finales y, entre ellos destacaría los siguientes:

  • Saber qué es un robot y conseguir distinguir los tipos de robots que existen.
  • Los mecanismos de control y los sistemas automáticos que existen, especialmente en el ámbito más cercano. Me interesa mucho más que sepan qué sucede en su contexto más cercano que en industrias muy complejas. Estamos hablando de un tercero de ESO.
  • Analizar la ética que existe tras la robótica. He hablado de las leyes de Asimov y de las principales cuestiones éticas que plantea el uso de determinados dispositivos. Haciendo incidencia, claro está, en qué supone para la sociedad, los trabajadores y qué tareas permiten ser automatizadas o no. ¿Estamos automatizando por encima de nuestras posibilidades? Para ello deberé usar determinados textos que aún no tengo demasiado claros.
  • Saber qué componentes tiene un robot.

El problema de lo anterior es que, lamentablemente, el alumnado ha perdido con los años capacidad de abstracción y calma educativa (entiéndase como calma, la posibilidad de aburrirse en el aula). El alumnado está sobreexcitado debido al uso habitual de dispositivos tecnológicos. No hace falta que los estudios lo ratifiquen (¡que lo hacen!). Está clarísimo. Son incapaces, al igual que seguramente lo sería yo, de tener una escucha activa. Y si añadimos a lo anterior la cada vez mayor diversidad (no es malo tener alumnos diversos; sí que nos obligue a decidir a quién vamos a beneficiar con nuestra estrategia metodológica) entre el alumnado, ya tenemos un potaje muy difícil de digerir. Así pues, como lo teórico es IMPOSIBLE para un porcentaje importante de las aulas que tenemos, especialmente en los centros en los que se ha decidido no segregar al alumnado, debe buscarse ser combinado con una parte práctica.

Y ahí entra otro problema. ¿Nos dedicamos a hacer prácticas sin ton ni son para tenerlos haciendo cosas o planteamos un aprendizaje potente que lleve a ese “hacer”? En la inmensa mayoría de ocasiones (me incluyo porque lo he hecho), hemos jugado a dar prácticas sin plantear la base de las mismas. Es habitual dar Scratch en los centros educativos, explicando un mínimo y dejando que el alumnado vaya avanzando a su ritmo. Sin entender que todo lo que se hace con tecnología puede hacerse sin ella. Sería mucho más lógico, en lugar de que vieran un “gatito” o una “figura” haciendo ciertas cosas, cogieran un lápiz y un papel y entendieran realmente unas instrucciones básicas de programación. Va, más que de programación, de una lógica sensata que permitiera, en un futuro, trasladar esa lógica al ordenador. Pero todos los que damos clase sabemos que lo anterior es inviable. Están, como he dicho antes, sobreestimulados y es imposible que, salvo un porcentaje mínimo, puedan asumir sin rechistar que una asignatura tecnológica va a tener limitada la tecnología. Que es algo que, por cierto, debería hacerse. Debería haber una asignatura de Tecnología sin tecnología. Pero eso solo podría hacerse con alumnado filtrado y ratios muy bajas. Lo primero no me gusta y lo segundo lo veo imposible. Por tanto, se hacen cosas para sobrevivir como docentes e intentar que el alumnado aprenda lo máximo que pueda.

El otro día hicimos un unboxing de unos kits de Arduino. Unos kits que tienen sus prácticas disponibles en un dispositivo óptico. Kits que también tienen cientos de prácticas compartidas en determinados blogs que reproducen, como siempre, el típico intermitente, el sensor de temperatura,… o algunos yendo un poco más lejos, incorporan la impresión 3D para crear unos determinados robots programables. Pero no. El alumnado de tercero de ESO no es capaz de entender la programación. Ni que les pongamos los simuladores más molones que queramos. No lo entiende porque nadie se lo ha enseñado. No es culpa de los docentes que han tenido antes. Es culpa de la concepción de las nuevas (bueno, ya mostosas) tecnologías y su aplicación en el aula. Es que hay algunos que obligan a hacer presentaciones con Genially sin que se haya enseñado al alumnado a resumir o a investigar. Eso sí, es mucho más cómodo siempre ir al producto final porque si nos vamos al planteamiento primigenio nos encontraremos con mucha resistencia de los que tenemos delante. Un alumno puede pasarse horas pasando vídeos de TikTok o historias de Instagram pero es incapaz de centrarse en una. Y eso quizás sí que sea una involución social. Vale tanto para alumnado como para nosotros como adultos. He de reconocer que me cuesta muchísimo más ahora, que antes de que irrumpiera tanta tecnología, ponerme a leer un libro, buscar información para solucionar un problema o, simplemente, irme de casa sin estar pendiente del móvil.

Debo reconocer que voy a tirar por el lado más práctico. Sé que no debería. Sé que si quiero un aprendizaje potente debería prescindir de tanta tecnología y empezar, como mínimo un trimestre sin tecnología. El problema es que con poco más de dos semanas ya veo que es imposible. Conforme pasan los años es más complicado poder dar clase de una determinada forma. El alumnado, por cierto, ni es mejor ni peor que el de antes. Sí que tiene una configuración diferente frente al sentido del aprender. El problema es que, o bombardeamos con muchos inputs y vamos cambiando al poco o, por desgracia, nos encontraremos con mucha resistencia delante. Bueno, podemos bombardear con muchos inputs o usar, como hacen unos pocos compañeros, un libro de texto como sota, caballo y rey. Las dos alternativas son muy chuscas pero, al menos si se consigue que se les quede algo, yo me quedo con el bombardeo. Y sé, como os he dicho antes, que es un error pero, por desgracia, el cambio educativo debe ser sistémico porque de francotiradores “que van a la suya”, al igual que en todas las profesiones en las que se deje solo al profesional, estamos plagados. Los docentes hacen lo que pueden con toda la buena intención del mundo, en un contexto cada vez más burocrático, sin recursos, con ratios infumables, dejados de la mano de la administración. Se hace lo que, en definitiva, se cree que es lo mejor para todos los actores implicados en el asunto.

Iba a hablaros de cómo enfoco (o estoy enfocando una de mis asignaturas) y he acabando yéndome por las ramas. Ya veis que, si ni tan solo yo soy capaz de centrarme en algo tan sencillo como escribir unas líneas de un post, imaginaos el alumnado.


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