Hasta hace un tiempo creía que podíamos convivir con los móviles en los centros educativos. Estaba convencido de que, con una buena formación en su uso, podría ser una herramienta fantástica para el aprendizaje. Lo veía como una ventana abierta a todo ubicua y de fácil uso. Incluso estaba viendo como iban aumentando el número de apps educativas que surgían que prometían mejorar todas las habilidades y competencias habidas y por haber del alumnado. Pero no, los móviles deben vetarse de los centros educativos. Debe impedirse que el alumnado los lleve. Debe impedirse que el profesorado haga lo mismo. Hay una centralita al entrar al centro educativo y, con un buen sistema de consignas, podría tenerse acceso a los mismos para casos de extrema necesidad. Y no, ya os digo yo que no hay casos de extrema necesidad… ni para alumnado ni para profesorado.

Los móviles distraen. Los móviles hacen aumentar los casos de bullying. Los móviles son, en definitiva, una herramienta demasiado voraz para poder ser usada con mesura. Si no sabemos regularla ni autorregularnos los adultos, para pensar que lo van a hacer los chavales. La inmensa mayoría de problemas en los centros educativos se dan por culpa de los móviles. Y no estoy hablando solo a problemas de disciplina. Estoy hablando de tener a alumnado más pendiente de mirar «la hora» (sic.) que de atender la explicación del profesorado. Que no me venga ningún iluminado ahora a decirme que no atienden porque el profesorado no les motivamos. No atienden porque están pendientes de un elemento distractor y motivador con el que es imposible de competir. Si ni sabemos prácticamente leer un libro sin interrumpirnos constantemente por si nos ha llegado algún mensaje de WhatsApp o respuesta a nuestros tuits o posts en Facebook. ¿Realmente es tan difícil de entender?

No hay ningún uso educativo que pueda compensar la existencia de móviles en los centros educativos. No hay ningún disparador que haga que una actividad planificada para ser usada con dispositivos móviles provoque un aprendizaje suficientemente significativo que merezca la pena asumir ciertos inconvenientes de su uso. No. Las pantallas y la digitalización pueden ayudar en el aprendizaje pero, en caso de hablar del uso de dispositivos móviles en etapas obligatorias o postobligatorias no tiene ningún sentido. No me vale que me saquéis el tema del alumno universitario que quiere ver a qué hora llega el tren porque ha perdido el que coge habitualmente. No cuela. Y repito, eso es algo que se solucionaría con consignas en la entrada de los centros educativos específicas para esos dispositivos.

Los móviles pueden parecer algo inocente pero no lo son. Debemos blindar los centros educativos contra su uso. Ya se ha visto que es imposible con la normativa porque la masificación de su uso hace imposible cualquier cumplimiento. Así pues, tan solo queda dos opciones: o la administración educativa plantea una normativa muy dura contra su uso de obligado cumplimiento por parte de los centros educativos o se instalan inhibidores de internet (excluyendo las wifi que pueden necesitar portátiles o tablets). No hay opción. Un detalle, no es lo mismo un portátil o una tablet que un móvil. No queráis mezclar lo que no tiene nada que ver. Ni están pensados para lo mismo ni, por mucho que también puedan usarse mal, tienen el mismo porcentaje de mal uso.

Hace una década ni me hubiera planteado esto. Tenía claro que era el elemento que iba a revolucionar el aprendizaje. Ahora lo tengo cada vez más claro. Los dispositivos móviles en los centros educativos (de todos los niveles) deberían estar prohibidos, vetados y anulada cualquier posibilidad de disponer de conexión a internet sin ningún tipo de excepción. Ningún uso compensa los problemas que conlleva su permisividad o la tolerancia en su existencia cuando uno cruza las puertas. Que después van a hacer lo que les va a dar la gana… pues vale. Ya no es cosa nuestra. Y no, defensores de su uso, es más nocivo que otra cosa. Tampoco vamos a ser capaces de darle un buen uso porque, si no lo hemos conseguido con todo el tiempo que llevan con nosotros, tampoco lo vamos a hacer en el futuro.


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