Al igual que sucede con la censura que, de forma más que cuestionable, están aplicando las redes sociales hacia determinadas ideologías, dando como excusa el peligro social que supone ser el altavoz de determinados planteamientos económicos, políticos y/o sociales, no es extraño ver que el discurso educativo está tomando los mismos derroteros ya que, curiosamente, los altavoces están funcionando de forma magistral para promocionar o vender determinados pensamientos educativos. Al igual que ir limitando, cada vez más, la posibilidad de oír discursos que se alejen de un modelo educativo basado en emociones, en el espectáculo y en la negación del cientifismo, cuyo cartel está formado por diferentes nombres y que, un día sí y al otro también, aparecen inundando las redes sociales y las líneas económicas de muchos medios de comunicación.
Resulta pues que, al igual que en política, hay una educación de derechas y una de izquierdas. Cada una con sus voceros y representantes que modelan dos pensamientos educativos antagónicos que, al margen de lo positivo o negativo que tengan para la educación, siguen dos corrientes pedagógicas en las que cada uno tiene su cuota de poder. En este caso, y solo hay necesidad de naufragar un poco por las redes sociales, las líneas entre innovación desaforada y tradicionalismo extremo, se han convertido interesadamente en unas paralelas con una línea de separación muy roja. Bueno, o muy azul, porque lo que no interesa es tener un pensamiento divergente y toca posicionarme con los que defienden A o con los que defienden B. Los del C son los típicos independientes que se presentan a las elecciones americanas que abandonan a la primera de cambio ante los poderes económicos y fácticos que están tras A y B.
No me convence el pensamiento educativo único. No me convence tener que estar a favor o en contra de la memorización sin contraponer ningún otro argumento, más allá del deber posicionarme con los míos. No me convence el discurso centrado en el esfuerzo con el centrado el pasárselo bien. No me convence ni en la praxis, ni en la didáctica más teórica ni, por lógica, en el chamanismo más exacerbado que, curiosamente, también al igual que lo tiene la homeopatía o el negacionismo más salvaje, tiene su grupo de adeptos. Ya sabemos los que nos movemos por la red o sabemos qué venden en las webs de algunos centros educativos, que el chamanismo educativo, basado en un pensamiento educativo determinado, tiene sus adeptos. Es que, como digo siempre, ser docente no implica ser más inteligente ni racional. Lo cómodo es mantener un pensamiento único y una única forma de ver las cosas. Y siempre criticarlas cuando se diga lo contrario de lo que quiero oír o quieren los míos que oiga.
Estamos yendo, al igual que en el ámbito político y social, a un pensamiento educativo que va a depender en gran parte de la cantidad de altavoces que se tengan para reproducir determinados discursos. Si a Twitter, Facebook, Amazon o Google, por poner algunos ejemplos, le interesa que se difunda una determinada metodología educativa, la misma va a convertirse en lo más. Encumbrar a determinados personajes, discursos, metodologías o hacer de palmeros de determinados sistemas educativos (Finlandia, Estonia, Corea, etc.) siempre va a depender del pensamiento que nos quieran imponer. Y, como los docentes y las personas relacionadas con la educación, no somos ni más inteligentes ni aplicamos más sentido común ni, tampoco queremos complicarnos la vida, nos vamos a creer lo que nos digan. Es más fácil ser oveja en un corral que fuera de él. El lobo siempre ha dado mucho miedo y jamás nadie se cuestiona que, por estar fuera del corral y de la dicotomía educativa, quizás se está mejor. Es todo querer alejarse del pensamiento único. Sí, también en educación.
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