Se habla mucho últimamente de inteligencia artificial, de redes sociales, de si lo que viene es una revolución educativa o solo un escaparate más para postureo pedagógico. Lo cierto es que muchas discusiones se pierden en teorías, miedos y futurismos. Mientras tanto, en los centros educativos, los docentes siguen haciendo lo de siempre… buscar maneras de mejorar el aprendizaje de su alumnado sin convertirse en comerciales tecnológicos ni en guardianes de la innovación vacía.
Así que, más allá del ruido, quiero centrarme hoy en algo sencillo. Qué cosas concretas se pueden hacer hoy mismo en un centro educativo con dos HERRAMIENTAS que ya están aquí: la IA y las redes sociales. Ni promesas salvadoras ni alertas apocalípticas. Propuestas realistas para docentes de verdad en aulas reales. O, al menos, desde mi experiencia, tanto en el naufragio en las redes sociales y mis pinitos con la IA, cosas que podrían hacerse.
Creación colectiva de forma crítica.
Un uso interesante consistiría en pedir al alumnado que utilice una herramienta de IA para generar un primer borrador de un texto, una idea, un esquema o un ejemplo. Luego, ese contenido se compartiría en un espacio social del centro (foro interno, grupo privado, aula virtual) donde el resto de compañeros aportaría mejoras, críticas, referencias, versiones alternativas y valoraciones.
La IA serviría para arrancar, y la red para pulir y aprender en comunidad. El resultado podría ser mejor que cualquier producción individual, y además se trabajaría pensamiento crítico de forma natural.
Diario de clase.
Otro enfoque útil consistiría en mantener un diario reflexivo en una red social educativa o espacio abierto (sí, sé de los riesgos), donde el alumnado va registrando avances, dificultades, descubrimientos y dudas. Si se acompañara de uso moderado de IA para mejorar claridad, revisar la estructura o traducir a otro idioma, se consiguiría que la parte mecánica pesara menos y la reflexión ganara protagonismo.
Aquí no se trataría de exhibirse, sino de documentar el propio aprendizaje y aprender a comunicarlo. Sorprende lo que cambia la motivación cuando se escribe para alguien real y no solo para el profesor.
Preguntar y contrastar, no copiar.
Prohibir la IA porque sí no tiene sentido. Permitirla sin criterio tampoco. Una actividad útil sería obligar al alumnado a cotejar una respuesta generada por IA con información contrastada. Un artículo académico, libro, recurso oficial o consulta a profesionales. La tarea consistiría en detectar errores, matices omitidos, sesgos y simplificaciones.
De paso, se enseñaría a leer con lupa, a desconfiar de respuestas rápidas y a valorar la verificación de fuentes. Exactamente lo que pedimos a cualquier ciudadano digital competente. Y que, por desgracia, no es lo que sucede en realidad ya que tan solo hace falta asomarse a cualquier red social.
Trabajo en equipo guiado por IA.
La colaboración puede ganar mucho si se usa la IA como asistente del grupo. No para pensar por ellos, sino para acelerar partes que restan tiempo y energía. Lluvia de ideas inicial, generación de preguntas para investigar, sugerencias de estructura o ejemplos. El grupo decidiría qué mantener, qué descartar y qué mejorar. Lo que cuenta es el proceso deliberativo, no la chispa automática de un algoritmo.
Comunidad docente que comparte para mejorar.
No todo va de alumnado. En los centros podría crearse un pequeño repositorio común de actividades generadas, mejoradas o evaluadas con apoyo de IA. Pero no como biblioteca muerta, sino como espacio vivo donde unos revisan lo que otros proponen, se comentan mejoras, se adaptan a otras asignaturas y se comprueba realmente qué funciona y qué no.
Lo mismo con redes sociales. Menos publicar para presumir, más para compartir materiales, dudas, fracasos y hallazgos.
Ni la IA es el enemigo de la educación, ni las redes sociales son un agujero negro. Lo que sí puede ser enemigo es el uso acrítico, la fascinación tecnológica o el rechazo irracional. Y lo que sí es un agujero negro es la escuela que ignora la existencia de estas herramientas.
La clave no está en prohibir ni en abrazar sin filtros. Está en aprender a convivir con lo que ya forma parte de la vida y ponerlo al servicio del aprendizaje real. Con sentido, con acompañamiento, con criterio y con espíritu crítico.
A veces la innovación no es inventar nada nuevo, sino usar lo que tenemos de manera más humana y más consciente. Y, sobre todo, no olvidar nunca que lo importante no es la herramienta, sino las personas que la usan y para qué.
Finalmente no me gustaría apostillar una pequeña cuestión a este post. En ocasiones sí que debemos limitar el uso de determinados dispositivos, especialmente cuando hay problemas irresolubles en el ámbito educativo por su uso. Otro tema es que, al menos en el caso de la IA y las redes sociales para compartir (¡no hacer de influencers baratos!) toca convivir con ellas en determinados aspectos educativos. Y ahí está donde tenemos que hacer las cosas bien. O, al menos, intentarlo.
Por cierto, aunque ya sé que el «finalmente» debería indicar el final del artículo… por culpa de haberlo escrito a esta hora no he tenido tiempo para planchar una camisa. Así me la ahorro y me pongo un jersey que me gusta mucho. Y que, no es por nada, realza mi esbelta figura. Que vaya muy bien el lunes.
Podéis descargaros mi último libro en formato digital, TORREZNO 3PO: un alien en educación, desde aquí.
Me podéis encontrar en X (enlace) o en Facebook (enlace). También me podéis encontrar por Telegram (enlace) o por el canal de WhatsApp (enlace). ¿Por qué os cuento dónde me podéis encontrar? Para hacerme un influencer de esos que invitan a todos los restaurantes, claro está. O, a lo mejor, es simplemente, para que tengáis más a mano por dónde meteros conmigo y no tengáis que buscar mucho.
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