Es muy fácil viralizar una publicación (no solo) sobre educación en las redes sociales. Coges un tema controvertido, le das una dosis de «viralización» y voilà… ya tenemos una publicación compartida por miles de personas que, sin contexto, sin datos y, en muchas ocasiones sin otra visión que la del emisor del mensaje, ya empiezan a hervir, en positivo o negativo, con lo que se dice en la misma.

Hay auténticos expertos en hacer publicaciones que llegan hasta el maestro del pueblo más recóndito de Palencia. Hay tipos y tipas que, banalizando o tergiversando, desde la subjetividad más absoluta, determinadas anécdotas personales y las intentan extrapolar como algo habitual. Es muy fácil coger un ejemplo y retorcerlo hasta que se parezca a todo menos a la realidad de lo que sucedió en sus momento. Pero para eso se ha de valer. O tener, como dicen algunos, en esa publicación, la suerte de los campeones.

Los algoritmos potencian al cafre y el cafrismo. No he discutido nunca acerca de la potencialidad y la rapidez con que pueden llegar determinadas noticias sobre educación. El problema es que el teléfono está roto desde el momento en que la publicación se realiza. Una publicación sometida a emociones personales. Una publicación que, en ocasiones, dista mucho de ser necesaria porque incluye esa casuística que forma parte de una realidad paralela demasiado puntual. Y ahí está el quid de la cuestión.

Además es imposible luchar contra determinadas viralizaciones educativas. Por muchos datos que aportes o información que intentes contrastar, los miles que han compartido la misma siempre van a ser más que los de la rectificación porque, vamos a ser sinceros, ¿a quién interesa la verdad cuando sabes que miles de me gustas siempre van a llevar la razón? Y, especialmente si esos miles de me gustas van en el sentido de lo que te gustaría que fuera.

Hoy, sin ir más lejos, en uno de mis momentos de asueto en X, de los que me permito demasiado pocos para mi gusto, he intentado rebatir con alguien un artículo de prensa con la información oficial de la página de un Ministerio de Educación. Y es imposible. Es imposible luchar contra un artículo viralizado que se repite, de forma continua, desde hace varios años. Es imposible luchar contra las creencias. Es, en definitiva, imposible luchar contra la viralización.

Esta semana me han dicho que han pillado a un docente de Geografía e Historia en un lupanar explicando, ante un público con ansias de saber, la desaparición del imperio romano mientras estaba sentado encima de un botón rojo que, por lo visto activa un par de ojivas nucleares. Lo han compartido doscientas mil personas en X, Ibai ha hecho un vídeo en el que dice que lo anterior es cierto y se ha republicado, de forma cansina, en varios medios de comunicación tradicionales. Ergo, seguro debe ser cierto.

Un abrazo y disculpad la incoherencia del post. No doy más de mí. Y no es algo solo de hoy.


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