Esta mañana me había planteado, después de leer el artículo de Salva de ayer acerca de por qué sigue teniendo un blog (enlace), poneros un listado de blogs educativos que siguen en funcionamiento. O podría haberlo mezclado con una actualización de cuentas que, a pesar de que X algunos lo hayan intentado convertir en un lodazal, siguen siendo interesantes para todos aquellos a los que nos gusta la educación en mayúsculas. Pero en el primer caso no me he sentido con humor de tomar ese camino y, en el segundo, no tiene mucho interés, porque ya publiqué ya este blog un listado de 25 cuentas en X para personas relacionadas con la educación (enlace) y no tengo ganas, al menos hoy, de hacer un nuevo artículo. Eso sí, reconozco que ambos artículos hubieran supuesto, vistas experiencias previas, un número ingente de lectores. Pero, como he dicho en más de una ocasión, lo que menos me importa es escribir para que se me lea. No obsta a no hacerte ilusión de que te lean.
Voy a cambiar de tercio. Voy a volver a hablar de datos, creencias, percepciones e ideología. Y es muy importante lo que voy a decir porque, al final, es lo que diferencia algo útil de algo inútil. Es lo que diferencia un discurso vacío, con todas sus acepciones, plasmado en cuatro mensajes en las redes sociales o en artículos cuestionando todo aquello que va contra de la ideología de algunos, de lo que puede mejorar la educación.
En el mundo de la educación, donde las opiniones y creencias a menudo dominan el discurso, resulta esencial pararse un momento y reflexionar sobre la importancia de los datos. La capacidad de tomar decisiones informadas basadas en evidencia es crucial no solo para mejorar el sistema educativo en su conjunto, sino también para optimizar las prácticas en el aula y los procesos administrativos inherentes al propio sistema. Así que, si me permitís, hoy voy a explorar por qué los datos, con todos sus peros, son infinitamente más útiles que basarnos en creencias, percepciones o ideologías.
Los datos son la herramienta que nos permite ver la realidad tal como es, no como nos gustaría que fuera. Nos ofrecen una visión objetiva y precisa de lo que está sucediendo en nuestros centros educativos, con nuestro alumnado y dentro de nuestras aulas. Sin datos, estamos navegando a ciegas, basando nuestras decisiones en suposiciones y prejuicios que pueden no tener fundamento alguno.
No obstante, los datos no son perfectos. Pueden estar sesgados, incompletos o malinterpretados. Por ejemplo, los datos de rendimiento académico pueden verse afectados por factores externos como el contexto socioeconómico de los estudiantes, la calidad del profesorado o los recursos disponibles en cada centro educativo. Además, la recopilación de datos puede ser costosa y consumir mucho tiempo. Y ello supone un desafío adicional.
A pesar de estos peros, los datos siguen siendo una herramienta indispensable. Nos permiten identificar patrones y tendencias que de otro modo pasarían desapercibidos, ayudándonos a tomar decisiones más informadas y efectivas. Eso sí, si lo que nos da igual es la eficiencia en un mundo de recursos limitados, apaga y vámonos. Ya da igual el que recojamos o no datos porque, al final, algunos se piensan que hay máquinas que imprimen dinero. Para ellos, ya sabemos que su discurso típico es que «los datos no sirven» y los que «se basan en datos no piensan en el alumnado». Y tienen, como bien sabéis, un nutrido grupo de palmeros.
Uno de los mayores desafíos a la hora de utilizar datos en educación es que a menudo entran en conflicto con nuestras creencias y percepciones. Todos tenemos una ideología personal que influye en cómo vemos el mundo y la educación no es una excepción. Sin embargo, basar nuestras decisiones únicamente en nuestras creencias es peligroso. La ideología puede ser válida a nivel personal, pero el sistema educativo es demasiado complejo para ser gobernado por una única perspectiva.
Va, voy a meterme en un barrizal. Y voy a relacionar datos con un tema de candente actualidad para los funcionarios docentes. Estoy hablando de MUFACE que, como ya dije hace un tiempo (enlace), va mucho más allá del concierto sanitario.
Tomemos como ejemplo los conciertos sanitarios de MUFACE. Muchas personas tienen opiniones firmes sobre la atención sanitaria privada frente a la pública. Sin embargo, los datos muestran que los conciertos sanitarios de MUFACE son, en muchos casos, más baratos que la atención en la sanidad pública. Aquí es donde radica la importancia de diferenciar entre el debate ideológico y el análisis basado en datos. Podemos debatir sobre las implicaciones éticas y sociales de la atención sanitaria privada, pero no podemos ignorar los datos que nos muestran la realidad económica. E insisto, cada uno es libre de opinar según su ideología. Ello no obsta a que, con los datos en la mano, la realidad sea, en ocasiones, totalmente diferente a las creencias de uno.
Lo sé. Haberme metido con el tema de MUFACE ya me va a granjear, sin nadie que pueda contraponer datos, enemigos acérrimos. Aclaro. No he dicho que me parezca bien ni mal que se concierte con entidades privadas la salud de los funcionarios. He dicho que esos conciertos sanitarios son más económicos para la administración que ofertar sanidad pública para todos esos funcionarios. Así que, por favor, no tergiverséis ni os quedéis solo con el ejemplo.
Para mejorar el sistema educativo, es fundamental llevar a cabo evaluaciones continuas basadas en datos. Esto nos permite identificar qué prácticas y políticas están funcionando y cuáles necesitan ser ajustadas o eliminadas. Además, los datos nos permiten personalizar la enseñanza, adaptándola a las necesidades específicas de cada alumno.
Por ejemplo, si los datos nos indican que un determinado enfoque pedagógico está mejorando significativamente el rendimiento del alumnado en ciencias o mejora su lectura, podemos implementar ese enfoque en más aulas. Sin datos, estas decisiones serían puramente anecdóticas y carecerían de sustento.
A la hora de analizar los datos, insisto, es esencial dejar la ideología en casa. Esto no significa renunciar a nuestras creencias personales, sino reconocer que el análisis de datos debe ser objetivo y basado en evidencias. La ideología puede ser una guía en términos de valores y principios, pero no debe dictar nuestras decisiones sin evidencia que las respalde.
Los datos, con todos sus peros, son una herramienta esencial para tomar decisiones informadas y mejorar tanto el sistema educativo en su conjunto como las prácticas en el aula. Nos ofrecen una visión objetiva de la realidad y nos permiten ajustar nuestras estrategias de manera efectiva. Abracemos la evidencia. Porque, al final del día, lo que realmente importa es proporcionar la mejor educación posible a nuestro alumnado, basándonos en hechos y no en creencias.
En ocasiones los datos pueden coincidir con nuestras creencias, percepciones o ideología, pero hemos de estar abiertos a que, cuando no coincidan, los usemos (y no los ignoremos o despreciemos porque no coinciden con nuestra ideología) para mejorar la educación. Nos jugamos mucho.
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El argumento de que los conciertos económicos con aseguradoras son más económicos que ofertar sanidad pública es discutible. Por ejemplo, si se integran todos esos funcionarios sin aumentar el presupuesto de la sanidad pública (o aumentándolo menos del gasto actual en conciertos), la administración podría ahorrarse un buen dinero. Y si una parte significativa de esos mismos funcionarios se pagan a partir de ahora su seguro privado (por un precio superior al que pagaba el estado), las aseguradoras pueden incluso salir ganando. Así que la jugada puede ser un win-win para el estado y para las aseguradoras. Los únicos que habrán perdido serán los funcionarios, pero si realmente estuvieran perdiendo algo, me imagino que todos sus sindicatos estarían haciendo mucho ruido defendiendo sus derechos y condiciones de trabajo, ¿no?