Lo reconozco. Estas fiestas, más raras que un piojo verde, me he planteado un objetivo muy material y nada religioso: el conseguir una consola de videojuegos buena, bonita y, como buen catalán, barata. Después de revisar páginas y páginas para imbuirme de las especificaciones que debía tener, hablado con jugones a estas cosas de mi edad (cuarentones avanzados) y revisada mi economía, opté por la primera decisión… elegir la marca. Joder, soy un indeciso. Con lo fácil que hubiera sido decir a priori me quedo con una Nintendo, una PlayStation o una Xbox. Pero nada, pero por suerte al final la marca estaba clara. Sony me había susurrado al oído, de forma muy lasciva, la necesidad de hacerme con ella.

Y ahora venía la segunda clave del asunto: el último modelo, el penúltimo o, simplemente, tiraba por alguna de esas de segunda mano que en algunos portales como eBay y Wallapop se pueden encontrar muy bien de precio (lo reconozco, en ocasiones y salvo ropa interior -porque aún no he dado el salto-compro productos de segunda mano). Miro los precios del último modelo. El cinco, que tiene esa rima tan fácil. Y veo que pagar de 700 a 800 euros por una no está, ni en mi presupuesto ni en mi cabeza. Por tanto bajo a la cuatro. Allí ya veo alguna cosa interesante por menos de 300 pero, como tipo que quiere ese trasto para jugar ocasionalmente y relajarse del curro, una vez haya dejado de escribir, leer o fornicar (bueno, esto último ya está fuera de la agenda), me sigue pareciendo demasiado caro. Así pues, seguimos bajando hasta llegar a la 3… 100 euros por Wallapop, con varios juegos y al lado de mi casa. Joder, ya he tardado en agenciármela. En este momento estoy esperando que me digan el modelo que es (sí, también he visto que había fats, slims y superslims) y así poder decirle que me la pido. En ese momento habré dicho: ¡objetivo conseguido! Hace unos años tenía unos objetivos más altos pero, pasados los años, salvo poder quedarme con el último trozo de turrón o pillarme todos los polvorones de chocolate, son mucho más esenciales.

¿Por qué escribo esto hoy cuando todos los docentes han empezado fiestas? ¿Por qué no me dedico, ahora recuperadas mis cuentas de las redes sociales a escribir algo sesudo, una crítica infame sin fundamento o, simplemente, ciscarme en determinadas medidas que se están tomando con la pandemia? Porque creo que, una de las cosas más importantes de estas fiestas, para todos aquellos que nos dedicamos a la educación, es poder tener válvulas de escape de la profesión. Una profesión cada vez más exigente, que ha llevado a un cansancio extremo de muchos y que, sin necesidad de no poder seguir hablando o escribiendo sobre ella, debe tener asociados ciertos hobbies mucho más mundanos. Como me decía una amiga, de esas que vale la pena seguir conservando, “es tan importante darlo todo en tu trabajo como darlo todo en tu tiempo libre”. Y yo siempre hago caso a la gente que me importa porque, al final, saben mucho más que yo.

Disfrutad de estos días. Estrujadlos para hacer lo que os dé la gana. Compraos una moto si os llega la depresión de los cuarenta o atiborraos a polvorones (de los de colesterol y de los que no). En definitiva, pensad que el tiempo libre es importante porque, por suerte, es el único que podéis regularos vosotros a voluntad. En mi caso, con ganas de echar mano a esa consola de segunda mano que, por cierto, pienso desinfectar en profundidad antes de su primer uso 😉


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