Hay algo especial en los recuerdos de la infancia, especialmente cuando se trata de temas gastronómicos. Para muchos, entre los que me encuentro, los mejores canelones del mundo no se encuentran en un restaurante de lujo ni en la receta de un chef famoso, sino que se encontraban en la cocina de nuestra abuela. Pero, ¿qué hace que estos canelones fueran tan especiales? ¿Era realmente la receta o era algo más profundo, relacionado con nuestras percepciones personales y recuerdos?
Los recuerdos de nuestra infancia, a menudo, están envueltos en una niebla de nostalgia. Recordamos los sabores, los olores y las sensaciones, pero estos recuerdos no siempre son precisos. La memoria humana es selectiva y, a veces, distorsionada. Si ya lo es recordando cosas que sucedieron ayer, imaginaos la distorsión que suponen los recuerdos de hace décadas. Los canelones de la abuela podían parecer insuperables a nivel gastronómico pero, al final, el sabor de los mismos está asociado a momentos felices, con el amor y el cuidado que ella ponía en cada plato.
La percepción personal juega un papel crucial en cómo recordamos las cosas. Un plato de canelones puede ser delicioso, pero lo que realmente lo hace especial es la experiencia completa: la mesa familiar, las risas, las historias compartidas. Estos elementos se entrelazan en nuestra memoria, creando una imagen idealizada que puede no corresponder exactamente con la realidad.
Conforme me voy haciendo mayor busco recrear esos momentos felices de mi infancia. Me aferro a lo que conozco y amo, a veces rechazando nuevas experiencias o sabores que podrían desafiar mis percepciones. Esta tendencia a enrocarse en lo conocido puede ser una forma de buscar consuelo y seguridad en un mundo en constante cambio. O, quizás, simplemente, es la necesidad de hacer permanentes algunos recuerdos. Especialmente, los buenos.
Los canelones que hacía mi abuela son más que un simple plato de comida; son un símbolo de amor, tradición y recuerdos felices. Pero es esencial reconocer que mis percepciones están influenciadas por mis emociones y experiencias personales.
En última instancia, los mejores canelones no son solo los de la abuela, sino aquellos que nos hacen sentir conectados, amados y felices, ya sea en una cocina familiar o en un restaurante desconocido. La clave está en disfrutar del viaje culinario y en permitir que nuestros recuerdos y percepciones evolucionen con el tiempo.
Hoy me he despertado con el olor de esos canelones en mi cabeza. Y no podía menos que escribir acerca de ello.
Descubre más desde XarxaTIC
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.