Que no cunda el pánico, pero tampoco el entusiasmo desmedido. La inteligencia artificial (IA) ha irrumpido en nuestras aulas como lo hizo en su día la PDI, las tablets, las plataformas educativas, los videojuegos “pedagógicos” (dejadme que sonría) y, por supuesto, las metodologías milagrosas que prometían cambiarlo todo. ¿Resultado? En demasiadas ocasiones, cambios superficiales sin resolver los problemas de fondo: desigualdad, falta de pensamiento crítico, ausencia de cultura del esfuerzo y una desconexión cada vez mayor entre lo que se enseña y lo que se necesita saber. Eso sí, todo reforzado por miles y miles de pantallas de diferentes tamaños, colores, olores y sabores. Bueno, olores y sabores quizás no, pero ya sabéis que cuando me pongo a escribir no hay quién me pare.

Al principio era muy reacio a la incorporación de la IA en el ámbito educativo pero, al igual que en otras cuestiones, evoluciono. Evolucionar es sano. Siempre y cuando no sea evolucionar por evolucionar. A veces los cambios deben realizarse para no perder cosas que, a mi entender, son necesarias para determinados viajes. Y no solo estoy hablando del ámbito profesional. Pero no nos despistemos. A día de hoy no estoy en contra de la incorporación de la IA en educación. Sería absurdo negar su potencial. Eso sí. De lo que estoy en contra es de su implantación irreflexiva, como si por sí sola fuera a revolucionar el aprendizaje. La historia reciente de la educación digital está plagada de promesas rotas y reliquias que ha ido siendo fagocitadas por otras nuevas. Tenemos más herramientas y equipos tecnológicos muertos de risa, con grandes promesas iniciales, que domingos de paella. Y con la IA, leyendo ciertas cosas, estamos a punto de repetir los mismos errores. Errores que no deberíamos repetir.

¿Qué es lo que no deberíamos repetir? Pues, antes de deciros qué no deberíamos repetir, voy a dejarlo claro clarinete. No se trata de meter la IA con calzador en el aula, sino de preguntarnos primero qué sentido tiene usarla.

No se trata de digitalizar sin pedagogía. No se trata de poner herramientas, sino de integrarlas con cabeza. No todo uso de IA en el aula es pedagógicamente válido. No debemos confundir innovación educativa con marketing. No todo lo nuevo, en ocasiones, es mejor. No podemos repetir el error de introducir tecnología sin una formación docente seria y continuada. Y, lo que es también muy importante, especialmente en el caso de la IA generativa, es que tengamos claro que la IA no es neutral. Que hay intereses económicos y datos personales en juego. Sin olvidarnos que, en ocasiones, hay un modelo «pirata» detrás que usa materiales de terceros que no son libres.

Pero bueno, sabemos ya, por experiencias previas qué no deberíamos hacer. E insisto, la IA puede ayudarnos a detectar dificultades de aprendizaje, a diversificar materiales, a agilizar ciertas tareas. Pero para que eso tenga sentido, hay que tener claros unos fundamentos. Y uno de ellos, quizás el más fundamental, es el conocimiento.

Memorizar es importante. Saber es importante. El pensamiento crítico no se construye en el vacío. Sin una base sólida de conocimiento, todo lo que se genera con IA se convierte en humo. Y el alumnado necesita ese conocimiento para no depender siempre de una máquina que “resuelve cosas”. Recordad siempre que saber cosas no está pasado de moda. es más necesario que nunca saber cosas para entender el mundo, contrastar información y no ser manipulados por cualquier contenido generado por una IA. La IA puede generar respuestas, pero no entiende lo que dice. El alumnado sí que debe hacerlo. Ahí está la clave.

Insisto en la necesidad de formar técnica, pedagógica y éticamente al profesorado. No se trata de usar herramientas, sino de repensar cómo y por qué las usamos. Enseñar a usar prompts (o instrucciones) es muy sencillo. Lo que no lo es tanto es saber para qué usarlos y alimentar a la IA para que nos dé los resultados que necesitamos en cada momento. Ello obliga a practicar mucho y a repensar mucho por qué estamos preguntando ciertas cosas. Y transmitir al alumnado qué es una IA, cómo funciona a nivel básico, qué sesgos tiene y cómo puede (o no) ayudarle.

El aula no puede convertirse en un espacio dominado por la tecnología. Las decisiones pedagógicas deben seguir en manos de los docentes, no de las plataformas ni de los algoritmos. Algo que también deberíamos grabarnos a fuego.

La IA no sustituirá al profesorado. Ni a la memoria. Ni a la capacidad de pensar. Ni al juicio humano. Pero sí va a obligarnos a redefinir qué papel juega cada uno en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Y eso es, posiblemente, el reto más importante que ha traído. El problema nunca va a ser la IA. El problema va a ser abrazarla sin cuestionarla o, simplemente, priorizar, como ha sucedido en demasiadas ocasiones, la herramienta frente a qué podemos hacer con ella.

Hoy he reflexionado por encima de mis posibilidades en ese día del cambio de hora. Creo que me he ganado la paella dominical, ¿qué pensáis? No hace falta que me respondáis. Se lo preguntaré a ChatGPT y, con independencia de lo que me diga, voy a ir a comerla.


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