No me gusta hacer rankings ni decálogos pero, en vista de la ausencia de inspiración (es lo que tiene despertarse mirando al mar, sabiendo que en breve habrá cata de arena y agua salada) y, las ganas de escribir sobre un tema que me preocupa, intentando dotar al redactado de una cierta coherencia, me he puesto a escribir acerca de las claves para detectar una metodología educativa trucha.
Apostar por una metodología es una mala idea por muchas cuestiones que, cualquiera con un poco de sentido común, entiende. Ya, seguro que algunos justificaréis lo injustificable y, por motivos obvios de ceguera, ilusión o falta de autocuestionamiento, vais a seguir pensando que lo que hacéis -o lo que os venden- es muy guay y que va a mejorar, sí o sí, el aprendizaje de los alumnos pero, a veces, conviene tener una visión de contexto, menos apasionada y, quizás, más objetiva. Vamos a ello…
En primer lugar deberíamos descartar todas las metodologías que suponen una dedicación horaria excesiva, tanto para el docente que monta los materiales basándose en la misma como en los alumnos que, por desgracia, tienen una jornada lectiva infumable. No es de recibo que la única manera de hacer “funcionar” (sí, sé porque he puesto el entrecomillado) una metodología sea a costa de dedicar más de sesenta horas semanales al asunto, quedarse sin vacaciones o, simplemente, obligar a que el alumnado dedique horas y horas finalizada su jornada lectiva a ver vídeos, realizar proyectos que obligan a coordinarse con terceros e ir a sus domicilios o, simplemente, ponerse a realizar esos pósters, volcanes o figuritas de papel maché en la que tanto colaboran sus padres y abuelos.
Sería también cuestionable la concepción de una metodología única para todos los grupos. Lo de la personalización del aprendizaje no se lleva muy bien con el tema de milagros educativos. Menos aún cuando la necesidad de creer en ese “milagro” hace que uno se vea incapaz de adaptarse al alumno y obligue al mismo a adaptarse al método.
El no haber pruebas que demuestren la eficacia de un método también debería hacernos sospechar. Más aún cuando la única justificación de determinadas metodologías sea el contraponerlo a otra. Y ya cuando se inventan una metodología que no existe para ponerla como “control” es que hay algo muy perverso en lo que se está vendiendo o haciendo en el aula.
Otro detalle que también huele un poco mal es el concepto de metodologías activas. Oír esa palabra cuando los que damos clase sabemos que TODO es metodología activa ya tiene que hacer asomar esa mosca tras la oreja. Las metodologías activas son todas las que hacen que el alumno participe en su aprendizaje. Y, que yo sepa, cualquier metodología educativa, incluso la más tradicionalista o aquella que se inventan los que defienden el concepto, tiene como parte fundamental del aprendizaje al alumno porque, al final va a ser él el que decida cómo gestionar los inputs recibidos para enfrentarse con las temidas evaluaciones.
Hablando de evaluaciones voy a remarcaros un detalle sobre las mismas… una metodología educativa es trucha cuando la única manera de justificar su fracaso es apelando a que no se evalúa como se debiera. Qué bonito esto de necesitar una evaluación específica para demostrar algo porque no hay ninguna prueba que pueda validarlo más allá de las que, ficticiamente, cocinadas y con la previsión de que salgan bien, se montan los defensores de determinadas metodologías.
Seguiría con las dudas que nos habría de generar que la única evaluación que se hace de la metodología es la opinión de los alumnos y, además se da la misma de forma sesgada. Es muy fácil encontrar con artículos e, incluso libros, que defienden una determinada metodología bajo la premisa de algunos alumnos que dicen que es la crème de la crème. Bueno, y ya cuando nos dedicamos a ver determinados vídeos donde alumnos que aprobarían y aprenderían con cualquier metodología nos venden ciertas cosas, ya es de traca. No, no cuela.
Es importante también observar cuántos defienden la metodología educativa desde fuera del aula. A mayor cantidad de defensores de la misma alejados del aula, ya chirría. Cuando se habla desde más allá de las trincheras (sic.) de mejoras educativas basadas en el uso de determinada herramienta y/o metodología las alarmas ya deberían dispararse. Más aún cuando algunos defienden salirse del aula para pontificar bajo el típico discurso de que “en su centro estaban mal vistos porque el resto de compañeros no entienden mi manera de dar clase”. Ya, eso siempre es un gran argumento. Sí, estoy siendo muy irónico.
El detalle de saber quién mediatiza determinadas metodologías también es algo a incorporar en el decálogo. Si vemos que son multinacionales las que apuestan por determinadas metodologías y la venta de las mismas se realiza desde las páginas de economía de los medios quizás, y sólo quizás, es que la prioridad no sean los alumnos y sí las cuentas de beneficios de las mismas. No es malo que las empresas apuesten por determinadas metodologías, pero sí que no se cuestione lo anterior.
Tiene importancia también cuando una metodología necesita de una determinada herramienta para funcionar. No es algo poco habitual ver cómo hay determinadas metodologías que, en sus planteamientos teóricos, ya exigen un modelo de aula y unas herramientas para llevarse a cabo. Una herramienta en la que se base el núcleo de una metodología ya obliga a replantearse que no estamos hablando de metodologías serias.
Y, finalmente, la clave para detectar este tipo de metodologías truchas… la justificación típica de que no ha funcionado porque no se ha aplicado bien. El comodín para todos aquellos que siguen queriendo insistir en algo que no funciona porque les rompería demasiados esquemas o, les perjudicaría en el modelo de negocio que han montado alrededor de esa metodología.
Espero no haber sido muy incoherente pero es que, al final, todo esto de las metodologías educativas salvadoras empieza a oler a chamusquina.
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Es totalmente cierto lo que dices, en los últimos tiempos han surgido un montón de iniciativas truchas que prometen milagros que realmente no pueden cumplir.
Como dices no todas las metodologías sirven para todos los grupos, las aulas continúan siendo tradicionalistas. Insisto en que siempre hay que escuchar a las tres partes: alumnos, docentes y directivos. La elaboración de cualquier propuesta educativa debe iniciar por la observación y el contexto donde está inserta la institución educativa
La evaluación es sumamente necesaria para saber si esa nueva metodología les es útil, si está correctamente aplicada o requiere de ciertos ajustes.
La evaluación, esa gran olvidada, siempre es la clave. Un saludo.