En estos últimos días, las redes se han llenado de artículos, hilos y comentarios despellejando —una vez más— el trabajo de John Hattie. Y no es que no haya motivos. Se han señalado errores metodológicos, interpretaciones sesgadas, problemas de replicabilidad y, cómo no, esa manía (no solo) anglosajona de convertir correlaciones en verdades absolutas con pretensiones de biblia educativa. Críticas legítimas. Necesarias. Pero hay algo que me preocupa más que los defectos de Hattie. Me preocupa la tentación de tirar por la borda toda la investigación educativa con la excusa de que algunas de sus figuras más mediáticas se tambalean.

No nos equivoquemos. El hecho de que los trabajos de Hattie estén en revisión crítica no es el final de la investigación educativa. Es, precisamente, su prueba de madurez. Porque solo se puede criticar lo que existe. Solo se puede mejorar lo que se ha intentado hacer antes. Y, por paradójico que suene, es gracias a trabajos como los de Hattie que hoy podemos tener una conversación seria sobre qué funciona (y qué no) en educación. Aunque sea para decir que algo no funciona tanto como creíamos.

El problema no es la investigación. El problema es cuando dejamos de investigar. Cuando dejamos de hacernos preguntas. Cuando dejamos de intentar medir, comprender, verificar. Lo preocupante no es que la evidencia educativa esté en disputa. Lo preocupante sería que no lo estuviera. ¿Queremos una educación basada en intuiciones, dogmas y anécdotas? ¿O una que se permita dudar, corregirse, avanzar? Yo lo tengo claro.

Sí, muchos de los metaanálisis de Hattie tienen limitaciones. Pero el enfoque que propone —comparar efectos, buscar patrones, intentar generalizar sin perder de vista el contexto— es un punto de partida necesario. No es palabra sagrada. No debe serlo. Pero tampoco es papel mojado. El verdadero riesgo no está en la sobreutilización acrítica de su Visible Learning, sino en el antiintelectualismo disfrazado de escepticismo.

La investigación educativa no es perfecta. Nunca lo será. Pero necesitamos más, no menos. Más estudios replicables. Más datos contextualizados. Más voces diversas. Más revisión por pares y menos gurús con respuestas únicas. Pero, sobre todo, necesitamos unos docentes y una comunidad educativa que no teman asomarse al conocimiento, aunque sea para ponerlo en duda. Porque si no es ahora, ¿cuándo?

Así que sí… cuestionemos a Hattie. Cuestionemos todo. Pero hagámoslo investigando más, no menos. Porque en educación, como en ciencia, la duda es un motor, no un freno.


Descubre más desde XarxaTIC

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.