Agresión de un alumno con parálisis cerebral en un instituo de Santander. Esta ha sido la noticia que ha incendiado las redes sociales y ha impactado en la sociedad española. Una agresión en la que algunos (los más) condenan sin paliativos mientras otros, como siempre, se dedican a buscar culpables más allá de los agresores. Pero bueno, allá cada cual con sus intereses personales o su ideología. A mí, en este caso, al igual que en las últimas agresiones mediatizadas, lo único que me importa es el alumno o docente agredido. Siempre es lo único que me ha importado. Soy así de raro. Y, además, voy a aprovechar este nuevo caso para hablar de la violencia en las aulas y comparar con lo que viví (o se vivió) en mi contexto cuando era alumno.

En los últimos años, hemos sido testigos de un fenómeno que ha captado titulares y alarmado a la sociedad: la supuesta escalada de violencia en las aulas. Los vídeos que se comparten en redes sociales, en los que se muestran enfrentamientos entre alumnos, o incluso entre alumnos y docentes, parecen ser una prueba irrefutable de esta tendencia. Pero, ¿realmente hay más violencia hoy en día que en los años 80, o estamos siendo víctimas del poder viralizador de los dispositivos móviles?

En los años 80, España enfrentaba una época marcada por problemáticas sociales muy específicas, entre ellas, la crisis de la heroína. Los contextos escolares de aquel entonces no estaban aislados de esas realidades. Se vivieron casos de violencia y de comportamientos disruptivos que, en ocasiones, superaban lo que hoy consideramos inaceptable. Sin embargo, no existía la tecnología para documentar ni viralizar estos incidentes. Si una pelea ocurría, se quedaba, casi siempre, en la memoria de los presentes. Y ya os digo yo que lo que vi en mi instituto está a años luz de lo que he vivido como docente. Arrancar lavabos, tirarlos por la ventana, quedar en el patio para pegarse, romperle la cabeza al conserje con un extintor, fumar de todo, etc. Insisto. No era un centro educativo problemático ni su alumnado, ya filtrado en ese momento, lo era.

Ahora, cualquier incidente, desde una simple discusión hasta un episodio más grave, puede ser grabado con un teléfono móvil y compartido instantáneamente. Esto nos debería llevar, antes de hacer afirmaciones macro, a preguntarnos si la violencia ha aumentado, o si simplemente estamos expuestos a más evidencia de su existencia.

Lo que sí parece haber cambiado es el nivel de disrupción en las aulas. Las generaciones actuales conviven con un acceso constante a dispositivos móviles, aplicaciones y redes sociales, lo que dificulta mantener la atención y el orden. La batalla por captar y mantener el interés del alumnado es, sin duda, mucho más intensa que hace décadas. Además, la creciente concienciación sobre los derechos del estudiante y la evolución de la disciplina escolar han alterado las dinámicas tradicionales de autoridad, lo que da lugar a más conflictos. Conflictos que ahora se detectan en un mayor porcentaje.

Sin embargo, esta disrupción no debería confundirse con un aumento de la violencia extrema. Aunque hay casos preocupantes que deben abordarse con firmeza, no debemos olvidar que los contextos de los años 80 estuvieron marcados por episodios igualmente, o incluso más, alarmantes.

Es clave entender que los dispositivos móviles y las redes sociales no solo amplifican lo que sucede en las aulas, sino que también pueden generar una percepción distorsionada de la realidad. Hoy, un incidente aislado puede dar la vuelta al mundo y convertirse en un símbolo de un problema mucho más amplio de lo que realmente es.

Por supuesto, esto no significa que debamos minimizar lo que está pasando. Enfrentar la disrupción en el aula y fomentar un ambiente seguro y respetuoso para alumnado y docentes sigue siendo una tarea prioritaria. Pero para hacerlo de manera efectiva, debemos separar la realidad de la percepción amplificada por las nuevas tecnologías.

La educación atraviesa retos que no pueden ser ignorados, pero también debemos recordar que cada época tiene sus propios desafíos y que muchas veces es fácil idealizar el pasado. Quizás no se trate de más violencia, sino de más ojos—y cámaras—que la ven.

Sé que hoy, especialmente cuando todavía está coleando el tema de la agresión al alumno que he comentado al inicio de este post, pedir calma y reflexionar es harto complicado. Hubiera sido mucho más fácil ponerme en el lugar de los que dicen que no pasa nada o de los que está pasando de todo. El problema es que ni unos ni otros tienen razón. No tenemos más violencia en las aulas. Tenemos más disrupción y dificultades para poder dar clase. Y quizás también lo que hay, aunque a algunos no les guste oírlo, es una falsa inclusión que complica mucho las cosas al alumnado más vulnerable.


Descubre más desde XarxaTIC

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.