No puedo menos de sorprenderme al ver cómo prácticamente nadie cuestiona determinadas herramientas TIC. Ni cuando se caen, ni cuando fallan, ni tampoco a la hora de ser imposible pedir que las mejoren en un sentido o en otro. Son herramientas TIC top. Las que juegan en la Champions. Las que, por lo visto, por tener un simple logotipo o una base de usuarios abducidos detrás, impiden cualquier tipo de crítica.

En cambio, resulta curioso que haya herramientas que sean cuestionadas al milímetro. Si dejan de dar servicio durante cinco minutos porque dejan de dar servicio. Si se actualizan, por qué no se actualizan en el horario que les vaya mejor a los usuarios. Si se admiten ciertas nuevas funcionalidades, por qué la mía no se admite. Si se responde a las dudas e incidencias que se plantean sobre las mismas, por qué no se responde mucho antes. Eso sí, en caso de que estas herramientas fueran top, todos sabemos que da igual si Apple, Google o Microsoft no te responde nunca. Ellos tienen derecho a hacerlo. En cambio, la herramienta de la que te dota habitualmente la administración educativa o que ha compartido alguien de forma altruista, tiene que ser considerada diferente de las que juegan en Primera.

Ayer cayó el correo de Gmail. No pasa absolutamente nada. Nadie se queja porque, por lo visto, es lógico que caiga con el número de usuarios que tiene y seguro que es por una buena causa. Cae, por ejemplo una plataforma institucional y, curiosamente, las críticas descarnadas no tardan en llegar. La verdad es que la doble vara de medir sorprende. Más aún cuando, ni el coste ni la cantidad de gente que hay tras esas plataformas, son el mismo número que tras esas “grandísimas” y “superpotentes” herramientas. Dioses intocables e incuestionables.

Me preocupa la falta de paciencia de algunos con determinadas herramientas TIC y, a su vez, la paciencia y comprensión que muestran los mismos, con otras herramientas. Es una liga desigual en la que los fans se convierten en fanáticos. Y, sinceramente, da la sensación que por mucho que la caguen algunas herramientas top usadas en el ámbito educativo, no pasa nada y se les va a disculpar todo. En cambio a otras, por un simple fallo puntual, después de meses de funcionamiento más que correcto, sus usuarios se tiran a la yugular de los que la mantienen, gestionan o promocionan. Un despropósito carente de sentido común.

Se debe exigir que una herramienta TIC funcione. Que lo haga lo mejor posible y que, además, pueda adaptarse a las necesidades de los usuarios. Otra cuestión es que haya una doble vara de medir en función de lo que mediáticamente se haya vendido como divino. Las herramientas TIC, por suerte, no dejan de ser herramientas. Y como tales fallan en ocasiones. Además, por la ley de Murphy, todos sabemos que van a fallar en el momento en que más las necesitemos.

Hoy me apetecía reflexionar en voz alta acerca de algo que llevo viendo desde hace ya tiempo. Mucho Google y mucha crítica a las herramientas TIC de las administraciones educativas. Y quizás sea todo mucho más gris de lo que pretenden o venden algunos. Los grises, como sabemos los que nos dedicamos a la educación, no gustan. Menos aún a los que quieren verdades absolutas. De esas verdades que no existen, ni en cuanto a herramientas TIC ni en cuanto a metodologías. Eso sí, algunos saben hacer más mercadotecnia de su producto. Hasta consiguen vender truños, muy perfumados y bien envueltos, a un precio desorbitado.

Un detalle final… para los que digan que si usamos herramientas de, por ejemplo Google, no pagamos nada y las ofrecen gratuitamente. O, simplemente, que solo hay capital privado tras las mismas, tan solo deciros que, aunque no queráis verlo, todas las herramientas realizadas por una empresa privada tienen un solo objetivo: ganar dinero. Y el dinero, en ocasiones, no solo se gana vendiendo licencias.


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