¿Sabéis eso que os preguntan algo para lo que no tienes una respuesta clara? Pues esto me ha pasado a mí. Una persona maravillosa, tanto a nivel personal como profesional, me ha pedido que escriba un artículo en el que explique o dé algunos «trucos» para gestionar situaciones conflictivas en el aula. Y, sabéis cuál es el problema… que a diferencia de otros que lo ven muy claro, en mi caso, por desgracia, puedo solo compartir con vosotros cosas que me han ido funcionando. Eso sí, no hagáis mucho caso a las recetas en bruto y adaptadlas a lo que os encontréis en cada una de vuestras aulas. Y tened en cuenta que, en mi caso, estamos hablando de Secundaria y de la materia de Tecnología. Algo que también es bastante específico. Tan específico como el carácter del que se halla frente al alumnado.
Así pues, con todos los límites que supone hablar de experiencias personales, voy a intentar responder a esa pregunta, teniendo en cuenta, tanto mis limitaciones como el que el primer café del día todavía no se ha repartido en todo mi organismo. También teniendo en cuenta que me estoy haciendo muy mayor y que, como dinosaurio del ramo, mi visión viene también sesgada por ello. Vamos a ello…
En mis veintisiete años como profesor de Secundaria, con breves interludios fuera del aula, he aprendido que no existe una varita mágica para resolver todas las situaciones conflictivas en el aula. Sin embargo, he probado algunas estrategias que pueden ayudar a mantener un ambiente de aprendizaje positivo y productivo. Lo de productivo ya sabéis que, en el ámbito educativo, lo tenemos que coger con pinzas porque, lamentablemente, todavía a nadie desde que empecé en esto se le ha ocurrido realizar una evaluación a fondo de lo que sucede dentro de las aulas (que incluya también el tema de las situaciones conflictivas) y tomar medidas en función de los resultados que se obtengan.
A mí me gusta fomentar la comunicación abierta. Siempre he animado a mi alumnado a expresar sus inquietudes y opiniones de manera respetuosa. Incluso, en el caso de opinar acerca de qué piensan de cómo está funcionando mi praxis, que sean lo más críticos posibles. Llegando a permitir tanto críticas constructivas como destructivas en este caso. Eso sí, contra mí. Jamás contra ninguno de sus compañeros y muchísimo menos, como hacen otros, incentivar que hablen mal de otros docentes. Sí, ya sabéis que hay esos compañeros tan guais (por suerte, minoría) que lo único que intentan es hacerse los buenos y aprovechar para soltar rebuznos acerca de cómo trabaja el que está en el aula de al lado. No hay peor enemigo para un docente que otro docente.
Las normas y las consecuencias de su incumplimiento deben estar claras. Se ha de ser tanto coherente como poco flexible (¡sí, he dicho poco flexible!) en el cumplimiento de sanciones por parte del alumnado que incumpla las normas de funcionamiento que se marquen en el aula. La flexibilidad y aplicar cada vez un castigo diferente marea al alumnado. Y acaba no sirviendo de nada.
Hay algo que a mí siempre me ha ido muy bien: el humor. El humor puede ser una herramienta poderosa para disipar tensiones. Un comentario gracioso o una broma ligera en el momento adecuado puede cambiar el tono de una situación conflictiva. Pero cuidado, el humor debe ser siempre respetuoso y nunca a costa de un alumno. Voy a añadir un tema personal que pocos saben… soy una persona muy tímida y, aunque no lo parezca externamente, regular el humor es algo muy complicado que me ha costado años aprender a hacer.
Relacionado con lo anterior, no hemos de olvidar que el alumnado nos observa y aprende de nuestro comportamiento. Tienen que ver cómo manejamos las situaciones conflictivas y si perdemos los papeles, algo que en ocasiones es casi imposible de no hacer, nos tendrán cogida la medida. Es muy fácil que una clase te coja la medida. Es por ello que, lo más importante es ganarte «el centro» una vez aterrices en el mismo. Y recuerda que lo que hagas siempre va a ser recordado y trasladado, mediante un teléfono roto, al futuro alumnado que vayas a tener.
Otro tema importante es fomentar un ambiente donde todos el alumnado se sienta seguro y valorado. La inclusión y la equidad deben ser pilares de tu aula. El alumnado que se siente aceptado y respetado es menos propenso a participar en comportamientos conflictivos.
Algo que a mí no me ha ido demasiado bien las veces que lo he intentado es la mediación entre pares. Hay algunos compañeros a los que les ha ido muy bien, pero a mí no me ha acabado de funcionar porque, al final, una de las funciones del docente es la de crear un ambiente adecuado para el aprendizaje y a mí me genera muchas dudas el delegar esa responsabilidad en el alumnado. Soy mucho de delegar, pero las veces que he probado este modelo de mediación, a mí no me ha funcionado. Eso sí, sé que es, como he dicho antes, una herramienta que a algunos les ha funcionado.
Pero, al final, la clave de todo es anticiparse a los conflictos y abordar posibles problemas antes de que se conviertan en situaciones serias. Esto puede prevenir muchas disputas. La observación y el conocimiento de la dinámica del grupo son esenciales. Pero para eso necesitamos dos cosas: preocuparnos por saber el nombre de nuestro alumnado y saber, al menos de forma superficial, qué necesidades tienen. No estoy hablando a nivel educativo. Estoy hablando a nivel personal. Y, antes de que algunos me cuestionéis la imposibilidad de hacerlo con más de cien alumnos que tenéis en algunas asignaturas, ya os digo yo que, en un par de semanas, llegando a tener muchos más, me he aprendido los nombres del alumnado y en un poco más he sabido la mayoría de sus necesidades. Tan solo se trata de observar y querer hacerlo. Eso sí, no voy a negaros que, en ocasiones, al que he llamado X en un primer momento, le ha quedado, salvo que no le gustara, X para el resto del curso.
La gestión de conflictos en el aula es una habilidad que se desarrolla con la experiencia. No hay soluciones perfectas, pero con paciencia, empatía y mucho sentido común, es posible crear un ambiente de aprendizaje donde todo el alumnado pueda prosperar. Al final, se trata de ser flexible y estar dispuesto a adaptarse a las necesidades de tus alumnos. No tienes que ser un mago, solo un docente dispuesto a aprender y crecer junto con ellos.
Por cierto, si os cobran por daros estos consejos o los da alguien que jamás ha pisado un aula con adolescentes, desconfiad de ello. Eso sí, a la persona que me ha pedido este post, esto le va a costar un par de cafés. O quizás alguno más.
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¡Cómo se nota que todavía no te ha pasado algo realmente gordo con un alumno!