La educación cada vez se parece más a chiringuitolandia. Las redes sociales, antaño plagadas de espacios para compartir, ahora solo son reducto de lamentos o venta de personajes y/o productos muy poco educativos. No es malo que uno que trabaje para una multinacional te venda sus productos. El problema es que, entre los que por una chapita -en ocasiones digital- y los que quieren sacarse unos eurillos pensando que van a darles cuatro migajas del negocio, estamos convirtiendo la educación en ese mercado que, según la Biblia, se convirtieron los templos antaño. Y no, aquí no hay Jesús ni látigo que valga. Más bien al contrario. Hay adalides del chiringuitismo.
Hoy gracias al recuerdo de la viñeta de Néstor por parte de Carlos, me he puesto de nuevo a pensar en qué hemos convertido las redes sociales. Especialmente Twitter que, por lo visto actualmente junto con TikTok e Instagram, es la plataforma de promoción institucionalizada para gurús y acólitos. ¿Las habremos convertido en un barrizal de truños cada vez más grandes y apestosos?
Ahora ya (casi) nadie tiene blogs. Lo que tienen algunos es mucho ego. Muchas ganas de que les llamen para salir en los medios. Ganas de promocionar su medio milagroso. Ganas de salir del anonimato para encumbrarse como el nuevo César Bona (con todos mis respetos por su estrategia de mercadotecnia). Las redes sociales han perdido su afán de compartir para convertirse en un espacio para competir. El «la tengo más grande» en formato educativo. Los chiringuitos de playa cuyo éxito se basa, no en la calidad de las bebidas o la música que ofrecen, sino en la cantidad de garrafón que son capaces de vender. Todo ello a ritmo de reguetón.
Ojo, me parece fantástico que la gente quiera sacarse pasta con la educación. Hay un pastel enorme, plagado de billetes de quinientos eurípides, cuyas migajas son siempre apetecibles. Montarse una academia para asesorar como docente innovador, hacer ver que sabes de algo y buscarte contactos para que te llamen para dar formación o, simplemente, desarrollar tus remedios milagrosos, previo un módico precio, a diestro y siniestro. Hay más asesores que asesoran a docentes que docentes. Es la pirámide hacia la cual está tendiendo todo. Mirar el número de seguidores en las redes sociales como número de ceros detrás del uno en la cuenta corriente. Plantearse que lo importante es que hablen de ti. Bien o mal, pero que hablen. Muy triste.
Echo de menos lo que sucedía hace una década. Algunos se han ido, otros nos hemos quedado. La mayoría de los que se han quedado, por desgracia, han hecho de ello su modus vivendi. Ya no hay quedadas. Hay espacios para vender y venderse. Incluso tenemos personajes que viven de difundir experiencias de terceros que, ni han pisado ni van a pisar jamás un aula. Es que hay chiringuitos para dar y vender.
Ante una demanda creciente de magia, cada vez hay más que se hacen con una varita mágica del todo a cien de la esquina. Mientras siga habiendo gente que crea en unicornios, van a seguir existiendo chiringuitos educativos. Por suerte, salvo para la cartera de los que compran ciertas cosas, para la educación en su conjunto son bastante inocuos.
Un detalle antes de finalizar el post. No son solo los innovadores de pedigrí los que están montando sus chiringuitos porque, como he dicho en más de una ocasión, el trinque no depende de ser más o menos innovador o tradicional. El trinque depende de las ganas que tenga uno de trincar.
Tener y mantener chiringuitos no es malo. Lo malo es vivir por y para el chiringuito. Especialmente si uno tiene una profesión principal.
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