Aunque sigue el acoso de los «matones» en X, que me están dedicando en los últimos días la práctica totalidad de sus publicaciones en esa red, hay cosas mucho interesantes sobre las que escribir. Lo sé, me resultaría muy divertido seguir riéndome de ellos o, simplemente, refutar cada una de las mentiras que cuentan sobre mí pero, por suerte esos personajes influyen sobre mi vida entre poco y nada. Especialmente cuando tengo una vida personal maravillosa y, por suerte, en este momento también me acompaña la salud.

Así pues, empero ellos sigan rebuznando o intentando hacer daño, seguiré escribiendo sobre cuestiones que me preocupan. O sobre las que quiero reflexionar en voz alta. Y hoy, en estos quince minutos que me cuesta perpetrar cada uno de mis artículos (salvo los que vienen con bibliografía, que llevan días de lecturas previas), me he propuesto escribir de nuevo, antes de ponerme con el correo electrónico y un par de documentos, acerca de un tema que me preocupa… la opinología educativa.

En educación, las noticias vuelan más rápido que las evidencias. Basta un titular llamativo, una frase sacada de contexto o una captura de pantalla para que medio país educativo decida opinar sin haber leído una línea más. Es el nuevo deporte nacional… indignarse primero, informarse después (si acaso).

Lo curioso es que no hablamos de adolescentes impulsivos, sino de profesionales que, en teoría, deberían ser los primeros en enseñar pensamiento crítico. Se llenan la boca de “rigurosidad”, “reflexión”, “aprendizaje autónomo”… y luego comparten un tuit con un estudio que jamás han abierto. Eso sí, acompañan el enlace con su diagnóstico inmediato, en el que dicen que “esto demuestra que tenía razón.”

No falla. Cada vez que publico un artículo con bibliografía o informes contrastados, siempre aparece alguien asegurando que “eso es tu opinión”. No, amigo. Mi opinión puede estar ahí, pero los datos también. Y leerlos —no solo compartir el titular— no es opcional. Es lo mínimo exigible antes de discutir.

La velocidad con la que se consumen noticias educativas es inversamente proporcional al tiempo que se dedica a entenderlas. Un estudio de la OCDE se convierte en “la educación española se hunde” antes de que alguien llegue al segundo párrafo. Un informe sobre el uso de tecnología en las aulas se transforma en “la IA sustituirá a los docentes” sin que nadie mire el margen de error. Y si el texto original está en inglés, entonces ya ni hablamos. La traducción libre al gusto del tuitero de turno suele bastar.

El problema no es solo de lectura, es de confianza ciega en el ruido. Si lo dice una cuenta con muchos seguidores, debe ser verdad. Si coincide con mi ideología, aún más. En cambio, si contradice mis creencias, “es manipulación de los medios”. Así, la conversación educativa acaba convertida en una guerra de trincheras donde la evidencia no importa y la bibliografía se cita como adorno.

Leer estudios, informes o documentos completos no da tantos likes como soltar una frase rotunda, pero es infinitamente más útil. No hay debate posible si la mitad de los participantes se limitan a opinar sobre titulares que ni siquiera entienden. Y lo más preocupante es que ese hábito —el de hablar sin leer— se filtra a las aulas. No podemos pedir al alumnado pensamiento crítico si el ejemplo que damos es la lectura superficial y la réplica automática.

Por eso, cada vez que comparto bibliografía en un artículo, no es un gesto decorativo. Es una invitación. Una manera de decir que «aquí están las fuentes, míralas, contrástalas, discútelas si quieres.” Porque el debate solo tiene sentido si se sostiene en algo más que en intuiciones o prejuicios.

Quizá haría falta recuperar un valor muy poco de moda: la pausa. Antes de compartir, leer. Antes de opinar, entender. Antes de gritar, preguntar. No parece mucho, pero en estos tiempos de titulares virales y dogmas instantáneos, se ha vuelto casi revolucionario.

La educación debería ser precisamente eso: el espacio donde se reivindica la reflexión frente al impulso, la evidencia frente al dogma y la lectura frente al ruido. Pero parece que muchos prefieren la adrenalina del clic fácil.

Así que la próxima vez que alguien diga “según un estudio”, que lo haya leído. Y si va a citar un artículo, que haya pasado del título al menos al segundo párrafo. Porque opinar sin haber leído es como corregir un examen sin mirar las respuestas. Un ejercicio de fe con muy poco de rigor.

Leer, contrastar, pensar. Suena aburrido, pero es lo único que da credibilidad. Y en educación, sin credibilidad, no queda nada.

Esto también sirve para lo que he comentado en el párrafo inicial. Es tan fácil como buscar qué ha dicho uno en X (antaño Twitter) yendo al perfil del usario…

Y, una vez allí darle a la lupa, que nos llevará a la siguiente página donde podremos, poniendo el nombre de un usuario o la palabra clave, buscar todas las interacciones que ha tenido con otros usuarios ese perfil o ciertas palabras clave en sus publicaciones. Así, sin trampa ni cartón. Sin necesidad de inventarse cosas que no se han dicho o mencionar interacciones que jamás han existido.

Finalmente deciros que me he dado cuenta de que la foto que tengo de perfil en X no me hace justicia. Estoy muchísimo más guapo en persona. A ver si encuentro otra para sustituirla.

Podéis descargaros mi último libro en formato digital, TORREZNO 3PO: un alien en educación, desde aquí.

Me podéis encontrar en X (enlace) o en Facebook (enlace). También me podéis encontrar por Telegram (enlace) o por el canal de WhatsApp (enlace). ¿Por qué os cuento dónde me podéis encontrar? Para hacerme un influencer de esos que invitan a todos los restaurantes, claro está. O, a lo mejor, es simplemente, para que tengáis más a mano por dónde meteros conmigo y no tengáis que buscar mucho.


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