Donde esté mi blogocito, que se quiten las redes sociales

Tengo un blog. Lo sé. Si estáis leyendo esto sabéis que esto es un blog de un docente que, curiosamente, sigue disfrutando de escribir sin mayor pretensión que la de aprender con cada una de sus reflexiones. O quizás, en ocasiones, aportar mi granito de arena a determinados debates con recursos varios o normativa.

Es de los pocos lugares en los que me siento a gusto escribiendo. Es mi casa. Son mis reglas. Son mis ideas. Es, en definitiva, un lugar para estar a gusto al margen de esas hordas que, especialmente en los últimos tiempos, pululan por las redes sociales. Donde, curiosamente, todo está mal. Donde la carnaza es más apetecible que otra cosa. Quizás es que todo tiene su lugar. Y expresar ira y frustración, es más cómodo hacerlo con faltas de ortografía en una red social que intentar, mediante algo como esto, dotar de algo de coherencia a determinadas argumentaciones.

Tener un blog no es lo mismo que publicar en determinados panfletos. Publicar en El País, ABC, Público o OK Diario, no hace más válido el discurso que subyace tras determinados mamporreros del teclado. Quizás se difunda más pero, por desgracia, hace que dependas de otro para plantear tus ideas. Incluso, en ocasiones, te limites a la hora de escribir acerca de ciertas cuestiones. Y eso, al final, es un precio demasiado caro que no quiero pagar. Por eso sigo con mis zapatillas de ir por casa, escribiendo de lo que quiero, como quiero y cuando quiero. Algo muchísimo más importante, al menos para mí, de la difusión que pueda tener lo que escribo.

Lo he dicho en el título. Podría prescindir de las redes sociales y quedarme con el blog. Publico a la hora en que me apetece. No tengo horas. No dependo que un editor me autorice a publicar y lo haga en unos tiempos determinados. No tengo a nadie, salvo a mí mismo, que me censure si puedo decir o no gilipollas en el redactado. Lo políticamente correcto está al margen de las decisiones de uno. Algo que es muy sano porque, incluso a pesar de no depender de terceros, últimamente, al menos me pasa a mí, estoy siendo demasiado educado a la hora de hablar de ciertas cosas y de determinados personajes que pululan por la educación más mediática. No olvidemos que educación mediática no es aula. Y que el señoritingo o la señoritinga, que habla de ciertas cosas, propone determinadas leyes educativas, vive de vender determinados métodos o se saca un pastizal dando cursos de formación chorras porque se los dejan dar sus amigos, no es la realidad del aula. Eso sí, algunas cosas, por desgracia, tienen afección en ella.

Me encanta hacer fotos en bañador y subirlas a Instagram. Me encanta tener un canal de Twitch en el que, un día sí y al otro también, publico mis sesiones de streaming de un juego superinteresante (en plan, ya tú sabes). Disfruto muchísimo manteniendo un perfil, casi nunca de ídem, en Twitter o Facebook. La verdad es que me motiva mucho el decir sandeces o contestar de forma rápida a determinadas cosas. Eso sí, no es un blog. No es mi blog. No es mi lugar seguro.

Hoy he cometido un error gravísimo en mi trabajo. Además, ni ha sido culpa mía, ni debería estar ahora preocupado por no haber intervenido (no iba conmigo, pero sí que se lo merecía mi alumnado). Es que la situación me ha descolocado muchísimo. Y quizás, si no estuviera reflexionando mientras escribo en este blog, me hubiera puesto a hacer un hilo en caliente en mi red social favorita, la del pajarito, diciendo cosas que deberían decirse en otro sitio. Por eso también me sirve el blog. Para mesurar qué y cómo lo digo. Aun así se me escapan cosas. Es lo que tiene mi incontinencia verbal 2.0.

Mañana tengo Claustro en mi centro, después del chocolate y los panettones. Bueno, en mi caso después de una reunión para hablar del Plan Digital de Centro. Preparando mi período fallero (¡demasiado corto!) que empieza el jueves. Algo muy erótico para un docente vacacional como yo.

Las redes sociales molan, pero no digáis que no mola más escribir de lo que quieres en un blogocito propio.

Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso.

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