Debo reconocer que, en ocasiones, echo de menos mi tono cínico y faltón, a la hora de escribir. Para algunos las formas lo son todo. Para mí, las formas son una simple cuestión para llegar a un determinado objetivo. Reconozco que, en ocasiones, especialmente a nivel escrito, pueden perderme, pero también tengo muy claro que quién se fije solo en las formas y no en el objetivo a alcanzar o hecho tiene un gravísimo problema.

Hoy voy a escribir uno de esos artículos, dirigidos a la «progresía» educativa. A esos cuyo enemigo da clases en un aula de etapas obligatorias. A aquellos personajes, normalmente alérgicos al alumnado y a cualquier cosa que signifique cultura, conocimiento, habilidades o pensamiento crítico que, por desgracia, acaban pintando más en la toma de decisiones educativas que ese maestro de pueblo que, un día tras otro, intenta hacer lo mejor con su alumnado.

Los docentes de aula tenemos muchos defectos. Yo el primero en tenerlos. El problema es que, por desgracia para algunos, nuestro relato es mucho más fiable que el relato de otros que, como he dicho antes, como mucho pueden aparecer en algún acto de esos con palmeros (entre ellos, varios docentes) en los que no tienen ni al Izan, ni a la Jessi, ni al Kevin, ni a la Marta, ni a Juan, ni a Mohamed,… ni a ese alumnado, cada uno con sus necesidades, con los que algunos lidiamos a lo largo de nuestra tarea profesional. A ver, que no discuto que nadie se gane la vida con el pedagogismo -que no es pedagogía-. Tampoco discuto que alguien pueda ganársela diciendo gilipolleces en las redes sociales. Eso sí, una cosa es ganarse la vida. Lo otro es que se deba tener en cuenta a esa «pandilla basura» cuando, desde sus púlpitos, hablan de ciertas cosas.

¿Ejemplos? Queremos ejemplos diréis algunos. Pues va, aquí tenéis uno muy concreto. Y además, recién sacado del horno.

Fuente: https://twitter.com/crendueles/status/1588585335319302144

Es que acusar a los profesores de Filosofía de la cruzada contra la mejora educativa es (…). Mi padre, por cierto, fue profesor de Filosofía y, estoy convencido de que le da mil patadas intelectualmente a este bereber del insulto y faltonismo. A ver, que los matones en educación no están en las aulas. Los matones son este señor y todos los que justifican sus palabras. La «pandilla basura» pasando del cromo coleccionable a la realidad.

Por no tener que interactuar con estos seres infectos me he ido de Twitter. Ni con este ni con todos lo que, curiosamente, aplauden esa razzia contra los docentes que están en el aula. La verdad es que ya viví en su momento un ataque al profesorado de Matemáticas orquestado, curiosamente, por este y sus lacayos. O quizás este sea el lacayo. Al final ya no sabes muy bien qué estructura jerárquica tienen estos personajes, pero sí que sabes que la tienen. Si no fuera así no se explicaría que siempre acaben coordinándose para lanzar sus ataques contra, normalmente, gente que da clase en aulas reales con alumnado en etapas obligatorias.

A la «pandilla basura» siempre, dentro de su libertad de expresión, debe dejar que se expresen. Si alguien les aplaude solo puede ser por ser parte de la «pandilla», querer salir en los futuros cromos o, simplemente, es que son un poco estúpidos. O mucho. Ya depende de si la gradación de estupidez la marca un pedagogo, un psicólogo evolutivo, un neurólogo o un profesor de filosofía.

No me lo tengáis en cuenta. Es que en ocasiones me apetece sacar mi lado malote e irreverente. Es que los cromos de la «pandilla basura» siempre me parecieron una representación fantástica de la sociedad. Siguen pareciéndomelo. Un abrazo a los que mañana estaréis en el aula. Un abrazo también a los que no lo estaréis. Y a todos estos tipos de la cuerda de Rendueles, Vallory, Gortazar y parba de querubines basurilla, tan solo os deseo, con todo el cariño del mundo y sin ningún tipo de acritud, que abandonéis el odio por todos aquellos docentes de etapas obligatorias. Se puede salir del odio y convertirse en carta Pokémon. En esas se puede evolucionar.

Como corolario, simplemente recordaros que, de todos estos personajes, hablo largo y tendido en el último libro que he escrito y que os publicito, tan cansinamente, en todos los artículos que publico. Es que a mí no me paga un sobresueldo la OCDE, ni una rama de la UNESCO que está dedicada a subvencionar fenómenos paranormales o una de esas Fundaciones que nadie sabe cómo se financia. Sí, lo sé, están regadas de dinero público. Tampoco, por cierto, me llaman para dar charlas a compañeros, ni me ofrecen que una administración pública compre cientos de mis libros. Es lo que tiene no haber querido formar parte nunca, a pesar de haber tenido múltiples ofertas para ello, de la «pandilla basura». Algo de lo que, cada día que pasa, me siento más orgulloso.

Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. 😉


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