Debo reconocer que, cuando empecé a naufragar en las redes sociales, hace ya unos cuantos años, me embelesé con determinados discursos y personajes. Incluso asistí, como alguien que ha visto la luz, a alguno de esos actos multitudinarios en los que gente que conocía por las redes sociales participaba. Parecían dioses. Además, en muchas ocasiones, mirado en perspectiva, creo que les gustaba ir de divos. Pero ya os digo que, a veces, la memoria juega malas pasadas y no podría ratificarme en esa percepción.

Eran momentos en los que se inventaban conceptos. Se compartían cosas que parecían fantásticas porque alrededor de las mismas se realizaba una cierta liturgia. Liturgias que se repetían, en formatos similares, para supuestamente defenderse del tradicionalismo rancio imperante en las aulas. Sí, algunos nos tragamos el discurso de los docentes 2.0, de las TIC y de un determinado modelo de innovación. Es que era tan bonito. Era tan fantástico ver a algunos hablando con tanta seguridad acerca de ciertas cosas. Era tan maravilloso sentirte parte de algo que, en principio parecía muy grande.

En esos momentos encumbramos a determinadas personas. Las hicimos poseedoras de una sapiencia educativa absoluta. Sí que sabían. Sí que dominaban la jerga. Sí que tenían un discurso que, para algunos que necesitábamos algo más de lo que nos ofrecían en nuestros centros educativos, era muy atractivo y motivador. No abríamos nunca el envoltorio. Siempre nos quedábamos en la superficialidad, en un chute de emociones y en un compadreo que, a pesar de venderse que era horizontal, ya no lo era en sus inicios.

¿Cuándo se empezó a torcer la cosa? Quizás siempre había estado torcida. Quizás algunos buscaban fuera del aula el reconocimiento que no les daba su alumnado. Quizás algunos tampoco habían tenido nunca alumnado. Me acuerdo de una conversación que se me quedó grabada en la mente acerca de uno, que ahora va dando aún lecciones por la red del pajarito, que además tiene un nutrido grupo de acólitos, que jamás iba a dar sus clases en la Universidad. Su alumnado tenía un mapa en el que iban marcando los lugares en los que ese gurú estaba en cada momento. Su aula jamás tenía esa chincheta indicando que estaba ahí. Es que lo de la innovación (o más bien el falso concepto de innovación), aplicado no solo al ámbito educativo, ha permitido obtener pingües beneficios a más de uno.

Hubo un momento en el que empezaron a caer las caretas. No me junto contigo porque cuestionas mi sapiencia. No me junto contigo porque me dices que el emperador va desnudo. No me junto contigo porque no eres de los guays. No me junto contigo porque no eres de los que tienes un nutrido grupo de seguidores en las redes sociales. Es que algunos jamás van a estar al nivel de otros. Y eso, a alguien que buscaba la horizontalidad, le carcomía. A mí al menos me carcomió. Eso y la necesidad de ser de «unos». Sí, hay «unos» que siempre han controlado el cotarro de la mercadotecnia educativa.

He leído supuestos papers científicos de algunos y he visto que son un bluf. He analizado fríamente determinados discursos educativos y me he dado cuenta de que, al final no hay más que humo, buenas palabras y endogamia. Los de arriba de la pirámide se retroalimentan. Solo hace falta ver sus intervenciones en las redes sociales. Solo hace falta ver a quiénes llaman para dar charlas todológicas. Es que algunos saben de todo. O no saben de nada y van vendiendo siempre lo mismo. Incluso, en algunos casos, multiplican cajones flamencos. Todo vale para estar en el candelero.

Lo que llevan vendiendo algunos desde hace años en educación es un fraude. Una estafa al sentido común. Un panegírico que, amplificado, parece que sea algo aunque no tenga ningún tipo de fundamento. Eso sí, ya han conseguido su altavoz. Otros han conseguido altavoz y pasta. Algo que solo se sostiene por los acólitos. Por los adláteres a los que ellos desprecian en privado. Por la necesidad de enviar a sus jaurías a anular a cualquiera que se atreva a cuestionarlos. Todo muy poco educativo. Todo muy poco interesante para la mejora educativa. Todo de nulo interés para alguien que da clase en etapas obligatorias.

El fraude está a la vista. El problema es que, al igual que los bitcoins, el fraude solo se detecta de dos formas: leyendo, analizando críticamente ciertas cosas o, por desgracia, cuando ya es tarde. Aunque, al menos en el caso de la educación, solo habremos perdido parte de nuestro tiempo y no nuestros ahorros. Salvo, claro está, aquellos que acuden a todas partes, pagando dinero de su bolsillo en transporte, alojamiento y comidas varias, para escuchar ciertas bobadas o perogrulladas por parte de su «speaker» favorito.

Estos meses de verano solo va a haber una newsletter para suscriptores con los artículos del mes. Suscribirse es gratis y os podéis suscribir desde aquí. Por cierto, aprovecho también para deciros que os podéis suscribir (no es gratis) como patrocinadores o suscriptores de mi nuevo libro en este enlace. Y recibiréis todos los capítulos (más el libro entero en formato digital, cuando esté, a partir del nivel 2 de suscripción) conforme se vayan publicando.

 


Descubre más desde XarxaTIC

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.