En estas últimas semanas, especialmente en algunas actuaciones profesionales, me he dado cuenta de que he sido ineficiente. Cosas que podría haber hecho mejor, en menos tiempo y con un menor desgaste de mi equipo, las he hecho complejas. Y, además, esa complejidad lleva asociada, por desgracia, una gran parte de esfuerzo inútil. Por eso hoy me apetece, después de haberos abandonado el escribir durante un tiempo (¡no me da la cabeza para todo!) hablar de (in)eficiencia en el sistema educativo.

Hablar de eficiencia en el sistema educativo es, paradójicamente, como intentar abrir un debate sobre lo inexistente. Y no porque no sea importante, sino porque parece una de esas grandes olvidadas dentro del entramado de prioridades educativas. Nos preocupamos por leyes educativas, ratios, currículos… pero, ¿y la eficiencia? ¿Dónde queda?

Es tentador señalar la falta de recursos como la raíz de todos los males educativos. Sin embargo, la realidad muchas veces apunta a una gestión deficiente de los mismos más que a su ausencia. ¿De qué sirve aumentar las partidas presupuestarias si las decisiones sobre su uso carecen de planificación o lógica?

En un contexto donde casi cualquier proceso se automatiza para optimizar tiempo y esfuerzo, el sistema educativo parece estar anclado al pasado. Muchos procedimientos burocráticos y administrativos podrían ser automatizados, permitiendo que los docentes se centraran en lo que realmente importa: la enseñanza. Y no se trata de quitarle alma al sistema, sino de hacerlo más ágil. Porque, seamos sinceros, si la tecnología puede hacernos la vida más fácil, ¿por qué no aprovecharla también en educación? Se están haciendo pasos en el buen sentido pero, por desgracia, mucho más lentamente de lo que nos gustaría a algunos. La innovación no consiste en hacer cosas diferentes. Innovar consiste en reducir carga laboral para tener los mismos resultados. O, en caso de hacerse bien… ¡mejores!

Uno de los puntos más ineficientes del sistema es el desequilibrio en la distribución de recursos humanos. Tener déficit de docentes en unos lugares y exceso en otros no es un problema exclusivo de la educación, pero su impacto aquí es devastador. Y no hablamos solo de cantidades, sino de asignación de funciones. Insisto. Que un profesor tenga que asumir tareas administrativas mientras que las horas lectivas cojean es, cuanto menos, surrealista. Es como me dijo alguien la semana pasada, poseer administrativos a precio de oro. Tener a docentes con reducción horaria para hacer tareas que distan de su función principal (dar clase y todo lo que lleva asociado, desde la preparación de las mismas hasta la gestión de las herramientas de evaluación) es, para mí, un error. E insisto, sí que es necesario documentar procesos pero, el problema es quién debe hacerlo y qué procesos deben documentarse.

Podría seguir desgranando ineficiencias, detallando ejemplos o proponiendo soluciones (alguna tengo y alguna he implementado a lo largo de mi vida profesional) pero, como suele pasar, la vida no da para mucho más. Hay tanto por hacer, tanto que escribir, pero los días son cortos y las responsabilidades largas. Es una pena, porque dar visibilidad a estos temas es solo el primer paso para empezar a cambiarlos. Y cambiar… ¡vaya si hace falta cambiar!

Así que, como decía un viejo proverbio, «el mejor momento para plantar un árbol fue hace veinte años; el segundo mejor momento es ahora». Quizás sea hora de replantearnos la eficiencia como un pilar educativo y no como una nota al pie olvidada en los debates. Porque, al final, lo que está en juego no es solo el sistema, sino el futuro de quienes están en él. Y esos son la parte más importante del mismo y la razón de su existencia… ¡el alumnado!

Dedico el artículo de hoy a la gente que trabaja conmigo que me están acompañando en una aventura maravillosa. A aquellos que también lo han hecho y, especialmente, a una persona que lleva recordándome desde hace tiempo que, al final, lo importante es lo que uno hace y no lo que uno dice que va a hacer. Gracias a todos los que hacéis… y, en el ámbito educativo, que es el que más conozco, sois muchísimos.


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