Debo reconocer que me gusta ir por libre en el blog y en las redes sociales. Me gusta poder cambiar de opinión, decir libremente lo que pienso e, incluso, poder aplaudir o criticar determinadas cuestiones al margen de la ideología que tengo detrás de mí, las palmaditas o las críticas, a veces en formato insulto, que puedo recibir.

No me importa si las personas que dicen algo en Twitter son más afines o menos a mí. Ni tampoco si me llevo -o he llevado- mejor o peor fuera de las redes con ellas. Hablo de Twitter porque es la red social en la que más interactúo. Bueno, va a ser que salvo cuatro asomes de cabeza en Facebook, se convierte en la única en la que no solo realizo un apostolado unidireccional. Léase apostolado como decir chorradas de diferente calado. Bueno, alguna seria se cuela, pero no íbamos a ser perfectos.

Hay especial satisfacción por parte de determinados perfiles, anónimos o no, en Twitter, de cebarse con determinadas personas. Algunas lo hacen porque en su momento otros se cebaron con ellos. Algo que parece que justifique cualquier cosa. Es como aquel al que cuando estudiaba, un compañero de pupitre le robó un lápiz y está maquinando la venganza durante años. ¡Qué mala es la sed de venganza! Otros lo hacen porque su leitmotiv es tirar hordas contra aquellos que, supuestamente y en muchos casos sin conocerlos, los han hecho sus enemigos. Resulta bastante triste. Ojo, veo la viga en mi ojo y reconozco que, en ocasiones, puedo haberme equivocado al incorporarme a alguna conversación o al decir ciertas cosas.

Estaba pensando en lo que tuiteé ayer y ya no me acuerdo. Me acuerdo del artículo del blog pero, como lo de las redes sociales es muy efímero, seguro que hablé de algo poco importante. O mucho pero, como bien sabéis, la intoxicación informativa es brutal e interesadamente los medios pasan de un tema a otro. Ello sumando los globo sonda de las diferentes administraciones educativas, de forma directa o mediante sus satélites empresariales. Es lo que hay. Mi memoria es muy frágil. Por eso me sorprende que determinadas personas guarden su rabia y frustración, en forma de captura de tuits, para descalificar a alguien. Además siempre buscan que su manada entre al trapo. Muy triste. Más todavía cuando después algunas de esas manadas (que pueden ser de muchos tipos) van siempre de adalides del buen comportamiento en las redes sociales. Hay qué joderse.

No me parece mal criticar las palabras de un determinado perfil. Léase perfil como persona que está tras una determinada identidad digital. No me parece mal ser más o menos agresivo en las respuestas. A Twitter se viene llorado. Es el paraíso del bullying educativo 2.0. Sí, lo mismo que hacen nuestro alumnado, que tanto criticamos, poniendo en la picota a un determinado compañero de clase. Esa es la realidad. Con la diferencia de que, en este caso, salvo alguien que se lo toma en serio porque no ha evolucionado, no sirve de mucho más que de poder ver las caras de felicidad de algunos por pertenecer a determinadas jaurías sin escrúpulos.

Seguramente más de uno, especialmente los de alguna manada, dirán que lo que estoy escribiendo podría aplicármelo. Pues va a ser que no. Eso sí, seguramente me podréis mandar alguna captura de pantalla porque, con miles de tuits, seguro que en alguno he patinado. Son unos trece años en Twitter, con más de 87.000 tuits realizados. Podéis encontrar cualquier cosa ahí. Incluso un plan maestro para la extinción de algún responsable educativo. Ya os he dicho que no me acuerdo ni de lo que escribí ayer. Por eso tengo el blog. Para acordarme de ciertas cosas. Y reflexionar, reafirmarme o cambiar en mis posicionamientos.

Se trata de una reflexión que no tiene que ver con el caso concreto de ayer. Lo de ayer también lo he visto con otras manadas, a las que les gusta otro tipo de producto alimenticio. Se trata de algo que sucede de forma habitual en Twitter. Reconozcámoslo abiertamente: Twitter es un escaparate donde, por desgracia, cada vez prima más, ante la falta de argumentos de algunos, el linchamiento. Eso sí, a veces asoma la patita algo útil y algunos nos lanzamos como locos sobre ello. Por eso sigo en Twitter. Por eso y porque me lo paso muy bien.

Os recomiendo, por experiencia personal, proceder a silenciar, conversaciones incluidas en las que estéis metidos u os hayan metido, sin ningún problema. A lo mejor os sigue llegando de forma residual algunas cosas pero, ya os digo yo que es lo mejor del mundo. Salvo, claro está, que vuestro objetivo sea disfrutar de la arena del circo y ver a «pobres» animalitos zampándose, por ser muchos, a determinadas personas. Panem et circenses.

Finalmente debo recordaros una cosa. No es importante aparentar ser algo. Lo verdaderamente importante es serlo. Y si uno es un (…) es que lo es. No hace falta darle más vueltas.

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