Reconozco que las pruebas PISA que, supuestamente miden la calidad educativa de los países, me la traen al pairo. No me parece que, ni en su diseño ni ejecución, tengan la validez que algunos quieren darle. Además, como se puede comprobar, los defensores y detractores de esas pruebas, siempre acaban cayendo en su bondad cuando dicen lo que les interesa que digan. En mi opinión no son unas buenas pruebas para medir el aprendizaje de los alumnos, pero…

Sí, me encanta dudar de ciertas cosas y, aunque a mí PISA, plin, no puedo escaparme de hacer unas reflexiones en voz alta acerca de lo que se está viendo en el ámbito educativo. Y no todo es culpa de los recortes sangrantes, ni de las ratios, ni de la distribución curricular de las asignaturas. Creo que hay cuestiones que no podemos obviar, que voy a desgranar, con toda la subjetividad posible que supone mi opinión, a continuación.

Hoy en día no se puede dar clase normal en la mayoría de grupos. Hay alumnado que no deberían estar escolarizados en una clase. Ya sé que no es culpa suya pero, o atajamos los problemas sociofamiliares que presentan de raíz o, por culpa de esos cuatro o cinco que hay por grupo, te acaban jodiendo las posibilidades de los otros veintipico. Es muy triste pero, al final, o sacamos a ese alumnado del sistema «educativo reglado estándar» o estamos perjudicando al resto. Claro que no me gusta una mierda la solución. Claro que estoy a favor de su integración, tanto de este tipo de alumnos como de otros con otras casuísticas en el sistema educativo estandarizado pero, por favor, ya sé que jode y no es políticamente correcto lo que voy a decir: hemos de intentar salvar a la mayoría de alumnos. Y no, a este tipo de alumnado no podemos atenderlos individualmente porque no hay recursos. No los hay. Por mucho que reduzcamos ratios (medida que beneficiaría a la mayoría de alumnado) a esta tipología de alumnos no podemos reconducirlos en un centro educativo. ¿Debemos permitir que se nos pierdan diecimuchos para salvar medianamente a uno? Lo siento, pero no creo que sea la solución.

Me gustaría matizar una cuestión importante para todos aquellos que os quedaréis, de forma errónea, con lo de «excluir a parte del alumnado del sistema». Es alumnado al que la sociedad excluye del sistema. No yo. No los centros educativos. No los docentes que les dan clase. Nosotros hacemos lo imposible, con los perjuicios para el resto del alumnado que he comentado anteriormente. Es alumnado que, por motivos sobradamente conocidos, tienen un lastre detrás que, o bien se les reduce o elimina, o bien están condenados desde su nacimiento al fracaso escolar. Bueno, más que al fracaso escolar, al fracaso social. Y no hay nada peor que estar viendo como esto sucede y, los que pueden actuar, cruzándose de brazos, gestionando a esta parte de la población a base de exclusión sistémica o subvencionismo errático (que ni llega a todos como dicen algunos, ni ayuda a que esa parte de la sociedad se integre). Es más importante para este tipo de alumnos que estén integrados que no que estén incluidos. Pero, hasta el momento en el que vende más el concepto de educación inclusiva que integradora, mal vamos.

Un detalle que me he olvidado mencionar. ¿Qué hacemos con aquellos chavales que no podemos aguantar en los centros educativos o no pueden seguir un determinado camino en su escolarización? Pues recuperar la figura del aprendiz. Una figura que, por desgracia, se ha ido abandonando y que, a más de uno, le sirvió en un determinado momento para conseguir un trabajo, ver el esfuerzo que costaba trabajar, recuperar los estudios y sacarse una titulación profesionalizadora o universitaria. Sí, hay algunos que empezaron como aprendices que rompieron el techo de cristal. Ser aprendiz no es un fracaso. Lo que es un fracaso es ir moviéndose por el sistema educativo como zombis al albur del nuevo invento para que puedan sacarse el título de la ESO. Es que algunos, por desgracia, no se enteran que un papel no sirve de nada. Sirve lo que hayan aprendido antes de llegar a la obtención de ese papel. Por eso no convendría devaluarlo tanto como, de forma muy mediatizada, se está exigiendo.

¿Por qué debemos dar clase para que el alumnado se divierta y se lo pase bien? No todos los aprendizajes son divertidos. Hay gente que no se divierte estudiando o aprendiendo. Menos aún a determinadas edades. Es que parece que nadie se acuerde de lo que quería cuando iba a clase… que llegara la hora del patio. Lo de ludificar el aprendizaje, cambiando de actividad de forma continua para que, vengan a clase felices y contentos, es un auténtico despropósito. A veces toca aburrirse. A veces toca que uno se esfuerce. Otra cuestión es defender la flagelación per se. Creo que el modelo del que estoy hablando no tiene nada que ver con lo anterior.

¿Metodologías? Claro que no funciona la (falsa) clase magistral unidireccional, pero tampoco funcionan esos modelos únicos basados en proyectos “para pasar el rato” (sí, así son el 90%, siendo optimista con el 10% restante, de proyectos que se llevan a cabo bajo las siglas ABP), flippear la clase para que los alumnos aprendan en casa de forma autónoma (¡y una mierda a determinadas edades!) o, cualquiera de esos inventos gamificadores que, al final, consisten en jugar más que en establecer dinámicas puntuales de juego en determinados momentos para consolidar o ampliar aprendizajes. Va, que hacer chorraditas en clase tiene al personal distraído pero, al final, qué beneficio sacan los chavales. Claro que no queda otra para sobrevivir en determinadas clases pero, ¿es justo para la mayoría? ¿Es justo que en la actualidad cada vez haya menos alumnos con competencias básicas adquiridas? Y estoy convencido de que, de forma global, los alumnos de antes no eran ni mejores ni peores que los de ahora. Tampoco creo que la tecnología sea un gran distractor. Bueno, salvo cuando nos empeñamos en seguir usándola a toda costa en el aula, para complicar cosas que con un papel y un boli se hacen de forma mucho más sencilla. Es que, pasar el libro de texto a pdf enriquecido es una soberana gilipollez.

Tenemos un problema social. Familias que, por desgracia, cada vez se preocupan menos por sus hijos (no siempre porque quieren, sino que la coyuntura social y laboral les obliga a ello). Modelos mediáticos que, por desgracia, están vendiendo que el trabajo de uno no sirve de nada y, mientras uno se presente a un programa de esos realities, juegue a un juego de ordenador o sea youtuber, ya va a tener la vida solucionada. Cuando se gana más que un ingeniero, médico o arquitecto, tenemos un problema. Y ya no digamos cuando la consideración social, por parte de los alumnos, es mayor hacia los primeros.

¿Y no criticas al profesorado? Pues va a ser que, mientras se está haciendo el canelo formándose (léase perdiendo el tiempo) en cosas inútiles y, al final, cada vez hay menos debate en los centros educativos, se está perdiendo mucho de la profesionalidad por el camino. Además, con esa parva de vocacionales 24 horas, creyendo que van de salvadores del mundo, también se está perjudicando la profesión como distribución y encapsulado de saberes para que el alumno sepa lo máximo posible. No, no estoy hablando del concepto de aprendizaje bulímico que tanto les gusta a unos usar para encubrir ciertos defectos de sus argumentos. Siempre, curiosamente, a los que más problemas tienen en sus clases, en caso de que no se hayan largado para evangelizar dentro de proyectos digitales u otros unicornios educativos.

Si queréis entro a lo absurdo que es dar una asignatura como ciencias o historia en inglés, a la mediatización de soluciones absurdas o, al simple hecho de algunos que, para mejorar la educación defienden que deban hacerse cosas fuera del sentido común.

PISA no sirve para ciertas cosas pero, al final toca evaluar al sistema en su conjunto porque, por mucho que algunos se empeñen en negarlo, las cosas no funcionan, los cambios que se están llevando a cabo han funcionado muy mal y, por desgracia, existe un futuro muy negro. Un futuro muy negro a nivel social que va mucho más allá de lo que sucede en los centros educativos aunque, si seguimos dejando que vayan a la deriva, reduciremos rápidamente la distancia para llegar a la negrura total. No se ve luz al final del túnel porque, conforme vamos legislando (no solo en educación), cada vez estamos alargándolo.

Disculpadme el tono y la negatividad del post pero, cuando uno llega a una edad y tiene una determinada experiencia docente (que, para algunos no significa nada, pero para mí tiene su valor), tiene dos opciones: querer ver la realidad o seguir viviendo en los mundos de Yupi, intentando ser políticamente correcto. Y eso no ayuda a mejorar. La mejora solo se puede dar en educación, al igual que en el resto de ámbitos, afrontando lo que no funciona. Mirar a otro lado o, encubrir las carencias del sistema educativo haciendo lo indecible para que no se rompa del todo, nunca es buena solución. Pero, a pesar de ello, es lo que acabamos haciendo todos los implicados, directa o indirectamente, con su funcionamiento. Especialmente el alumnado, sus familias y sus docentes.

Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. 😉


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