Desde que ha empezado este nuevo curso recibo, prácticamente a diario, correos electrónicos ofreciéndome un montón de cosas. Me han llegado ofertas que van, desde el asesoramiento a productos tecnológicos que se quieren vender en el ámbito educativo hasta, curiosamente, una oferta para gestionar, dentro de un equipo, la puesta en marcha de un centro educativo privado. No, no es la primera vez que me ofrecen cosas y, como siempre he dicho, da la sensación de que tener «visibilidad 2.0» haga que algunos me consideren mejor o peor profesional. La puta visibilidad docente de la que hablé hace un tiempo. El confundir el tocino con la velocidad. O, en este caso, la capacidad profesional de alguien con las métricas en las redes sociales o la visibilidad mediática

Pero bueno, este tipo de ofertas me lleva, más allá de plantearme de nuevo lo de la (falsa) relación entre visibilidad y profesionalidad, el tema de la mejora profesional a la que, como docente de aula, puedo aspirar en un futuro. Una mejora profesional que, por desgracia, solo pasa por abandonar el aula.

Si uno es docente, su única mejora profesional, más allá de ir pasando años y sumando trienios y sexenios de incremento salarial risible, es ejercer la jefatura de su Departamento o presentarse a unas cátedras que, curiosamente, cada vez premian más a los que más lejos se han largado del aula para hacer de asesores. En el caso de la jefatura, son unas decenas de euros mensuales más y, llevando asociado el beneficio penitenciario que supone dar dos o tres horas menos de clase, según Comunidad. Esta es la promoción más inmediata siempre y cuando empieces a ser de los «dinosaurios» de tu centro. Bueno, también uno tiene la posibilidad de ponerse en un cargo unipersonal (dirección, jefatura de estudios, secretaria, etc.) hasta, curiosamente, llegar a ver reducido su horario lectivo (con alumnos) a la mitad o, incluso en muchos centros educativos, al cero más absoluto. Ya veis… ascender o subir en el escalafón profesional obliga a dejar de dar clase. Y ya cuando hablamos de la única promoción dentro del cuerpo que tenemos los docentes que es el acceso a Inspección, con abandono total de las tareas docentes, imaginaos el panorama.

Que la única mejora profesional de uno sea abandonar su trabajo tiene mucho de perverso. Cuando un docente se va del aula, siempre lo hace para mejorar profesionalmente. Ya, lo sé. Después podemos criticar más o menos qué hace fuera de ella pero, seamos claros, siempre es alguien que opta por mejorar sus condiciones laborales, sea bien a nivel económico o a flexibilizar sus horarios. Irse del aula no es -o debería ser- trabajar menos; sí que es abandonar completamente la profesión por la que se optó. Y eso es, por desgracia para el propio sistema educativo, un grave problema, porque en ese abandono pueden irse del aula buenos profesionales.

¿Soy el único docente al que le preocupa lo anterior? ¿Soy el único que cree que debería haber una alternativa para mejorar profesionalmente que no consistiera en el abandono del aula? ¿Realmente la administración no se plantea ofrecer la posibilidad de establecer una promoción interna que, mejorando las condiciones laborales de los docentes, hiciera atractivo no abandonar el aula? Porque, seamos sinceros, si uno tiene ganas de promocionarse laboralmente… dando clase no lo tiene fácil. No, no me vale el apelar a la vocación y a soportar unas condiciones laborales cada vez peores. El personal, y más si tiene dos dedos de frente, al igual que en cualquier profesión, busca tener las mejores condiciones laborales a todos los niveles. Algo que es imposible hacer en docencia salvo que uno deje esa parte de su profesión y se reconvierta en otra cosa. Algo totalmente diabólico y perverso pero que, no es culpa de los docentes que lo hacen y sí de la imposibilidad, falta de ganas o, simplemente planes «bien» diseñados que convierten la promoción en el abandono automático del aula.

No me hagáis mucho caso que, seguro que soy el único que piensa lo de las líneas anteriores. A veces me da por pensar sobre este tema. Sobre este y sobre muchos otros relacionados con mi profesión. Os pido disculpas por ello.

Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. 😉


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