Al igual que el docente que alardea de vocación no puede ser considerado un buen docente, tampoco puede ser considerado como tal aquel que lo dice en Twitter. Publicar fotos de tu aula, de los proyectos de tu alumnado o, pontificar de determinadas cosas, no te hace un buen profesional de la docencia. Tampoco tu aspecto físico, la cantidad de tatuajes que poseas, el número de veces que reutilizas tu ropa interior, tu supuesta empatía con el alumnado, las horas que dedicas a tu profesión o la participación en más o menos charlas de formación para tus compañeros. Lo anterior no te hace mejor docente. Quizás te haga más mediático pero, por mucho que te empeñes en decirlo en Twitter o dar una cierta imagen, la realidad es que el único sistema para saber si eres bueno o no en tu trabajo, que sería una evaluación a lo largo del tiempo y analizar los resultados de tu alumnado en función del punto de partida, no se está haciendo ni se va a hacer. Ni interesa a la administración, ni interesa a muchos docentes. Especialmente no interesa a aquellos que han montado un negocio vendiendo ciertas cosas por las redes sociales.

Publicar que has ganado un premio como «teacher del copón», organizado por una organización o empresa que no sabes qué pinta en el ámbito educativo, no dice nada de ti. Bueno, dice que has participado y ganado un determinado premio. Ni las encuestas a tu alumnado que publicas en Twitter significan más que ser el resultado de unas encuestas que, ni tan solo nadie sabe si son ciertas. A ver si empezamos a poner en marcha el principio de precaución antes de tragarnos todo lo que terceros nos vayan diciendo por las redes sociales. Hay algunos docentes que son un fake por ellos mismos. Incluso yo, como he dicho en más de una ocasión, puedo odiar o manipular ciertas cosas que os digo por Twitter. Y lo he hecho en numerosas ocasiones cuando me he referido a mi cuerpo escultural. Es que cuela todo.

En Twitter nos podemos encontrar docentes que dicen saber más de pandemia que asociaciones de pediatras. Docentes que ejecutan proyectos sin fisuras en los que su alumnado «aprende» un porrón y se siente más motivado que el que escribe al hacer la Primitiva. Podemos encontrarnos con materiales publicados de calidad o de ínfima calidad. Y ni tan solo lo anterior indica qué bueno o malo es uno dando clase. Ya no digamos cuando alguien que no da ni ha dado clase en determinadas etapas habla de su falsa experiencia como docente de las mismas. Hay personas que dicen por las redes sociales que dan clase, incluso publican cosas que supuestamente hacen en clase y que, por casualidades de la vida, te enteras que no han pisado un aula en su vida. Haberlos haylos.

Los docentes tuiteros existen/existimos porque, o bien nos va la marcha, o bien queremos trincar o bien, como he dicho en más de una ocasión, tenemos un ego de caballo. Desde el momento en que alguien juzga la profesionalidad de alguien por el número de seguidores que tiene en las redes sociales ya tenemos un problema. Es que asociar ser influencer con sabe algo de ciertas cosas es algo preocupante. Y que suceda no solo en el ámbito educativo no debería preocuparnos menos.

Para aprender uno debe leer cosas. Para mejorar su praxis docente uno debe analizar su praxis docente de la forma más desapasionada posible. Para ser un buen profesional, no es necesario vocear que uno lo es. Es que, sinceramente, esto de publicar cada fin de semana lo mucho que uno curra ya cansa. Me cansa incluso a mí que estoy, al menos después de la paella dominical, más necesitado de posición horizontal que de otra cosa. Nada, si queréis falsificamos lo cuantitativo para convertir el número de horas trabajadas, seguidores o número de chiringuitos en los que uno participa como algo relevante para taxonomizar si uno es buen o mal docente. Algo a lo que podemos denominar Pirámide de Jordi. Igual de falso que la Pirámide o Cono de Dale, pero lo de Jordi mola mucho más.

A veces he publicado cosas que hago con mi alumnado en clase. Ayer, por ejemplo, dije en Twitter que hice tablas jugando al ajedrez con un alumno de Bachillerato. Una partida en la que él se jugaba, según le dije, la nota que iba a sacar esta segunda evaluación en mi asignatura. Puede ser que fuera verdad o mentira. Yo os digo que es verdad, pero lo anterior no le da mayor veracidad ni me hace mejor ni peor docente. Decirlo en las redes sociales, tampoco. Y ya no digamos otras cosas que subyacen tras lo anterior.

Lo único que uno puede deducir de lo que un docente dice en Twitter (extrapolable al resto de las redes sociales) es que ha dicho ciertas cosas. Nunca puede juzgar la profesionalidad de nadie y ni tan solo si da clase. Otra cuestión es tener ganas de creerse lo que dicen algunos.

Por fin es miércoles. El día con menos horas lectivas dentro de mi horario. Y esto sí que es una verdad irrefutable. O quizás no, porque solo os lo he dicho por aquí y, a lo mejor resulta que voy a horario completo o que, ni tan solo voy a ir a trabajar. Dudad siempre de lo que se dice. Salvo, claro está, que lo diga vuestro gurú de cabecera. Entonces la duda desaparece. O debería desaparecer…

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