Llevo tiempo reflexionando acerca de la gran cantidad de conceptos que, importados alegremente de otros contextos, han calado en el lenguaje educativo. Ya no es sólo el hecho de considerar o encumbrar, al igual que sucede en el ámbito económico, a tipos que jamás han tenido una empresa y venden determinados libros de autoayuda para hacerse millonarios, dan charlas motivadoras o, simplemente, venden lo estrafalario de su presencia como un valor añadido; es el simple concepto de integrar dentro de realidades de aula a quienes, quizás han sabido exprimir determinadas cuestiones, para convertirse en un calco de lo anterior. Escribir un libro y que el mismo tenga buena acogida entre el público no te hace buen escritor, a menos que se repita esa acción. Competir en un determinado deporte y conseguir llegar a lo más alto, no te hace un buen deportista si no puedes repetir la hazaña. Todo es mucho más complejo que un golpe de suerte que, quizás, algunos saben aprovechar muy bien. Seamos sinceros, en un país donde alguien está viviendo de una relación que tuvo hace unos veinte años, es bastante lógico que haya algunos que estén intentando imitar esa situación e importarla en sus contextos laborales.
Lo del self-made man queda muy bien en el contexto capitalista que nos rodea. Más aún en un contexto, como el educativo, donde para vender algo uno debe jugar con dos premisas fundamentales: esconder su trayectoria profesional para resaltar solo aquel éxito mediático único que tuvo y, considerar enemigos a todos aquellos que le impidan vivir de ese éxito. Es algo lógico en el capitalismo más salvaje. Y, a ver si nos entra en la mollera… el mundillo educativo se está convirtiendo en una fauna donde, hay algunos, cuyo único objetivo es convertirse en los leones de la manada. Leones a los que les gusta que les traigan la carne al punto y eviten, así, cualquier tipo de necesidad de salir a cazar. Creo que el símil queda bastante claro pero, por si aún hay dudas, me estoy refiriendo a no pisar el aula o hacerlo en contadas ocasiones, a un determinado precio para vender muy bien aderezado eso que alguna vez hizo, decir cuatro frases sacadas de Google y demostrar su completa erudición superficial.
No son gurús, son influencers. Tienen la capacidad de influir en las decisiones que toman otros docentes. No sólo eso, son capaces de influir, como no podría ser de otra forma debido a su grado de mediatización, en la expansión de determinadas metodologías o la aparición de nuevos influencers que se alzan a su vera. No es extraño ver como ciertos canales de YouTube empiezan a plagarse de suscriptores por el simple hecho de ser “amigos” o “correligionarios” del youtuber mediático. Ser mencionado por alguno de ellos, es ser tocado por la divinidad. Y algunos lo aprovechan para ser, también, incorporados al mercado influencer. Un modelo piramidal en toda regla que, al igual que todos los modelos basados en lo mismo, siempre tienden, al cabo de un cierto tiempo, a caer por su propio peso hasta que, por desgracia, muchos docentes en el caso que estoy comentando, pueden pasarlo muy mal porque creyeron que el modelo aguantaría siempre. Ese modelo tan conocido y mediatizado como lo que fue Afinsa, afincado en el ámbito educativo.
Un influencer es, ante todo, un innovador. O, sin eufemismos, un puto fraude.
Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. 😉
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