Desde hace unas semanas dejo la mochila, con las tareas a corregir o, simplemente las ganas de preparar clases, en el coche con el que voy a trabajar. Bueno, este fin de semana las he cogido pero, por suerte, al cabo de dos láminas corregidas he vuelto a aplicar el sentido común y he vuelto a meterlo todo en la mochila para ir corrigiendo a lo largo de la semana. Hay días en los que me paso de las 7,5 horas y otros en los que no llego pero, ahora llevo un control horario bastante exhaustivo. Bueno, no del todo porque sigo hablando de temas educativos en las redes sociales e incluso leyendo, aunque reconozco que cada vez menos, ciertas cosas relacionadas con mi profesión fuera de mi horario laboral.

¿Me hace lo anterior un mal docente? Pues yo creo que la profesionalidad de uno se demuestra, para bien o para mal, en su trabajo de aula. En el resultado que tenga su alumnado. En la cantidad de conocimientos y aprendizajes (no todo aprendizaje es conocimiento, pero sin conocimiento no puede haber aprendizajes) que hayan adquirido cuando acaben de pasar por “mis manos”. Seguramente habrá alumnado que aprenda y otro que no. Pero eso no va a ser culpa mía. O sí. Pero jamás será por haber alargado mi jornada laboral. Una jornada laboral que, como docentes no podemos alargar legalmente porque no podemos cobrar horas extra. No lo digo yo. Lo dice la normativa.

Trabajar 37,5 horas semanales (entre lectivas, complementarias, reuniones, preparación de clases, correcciones varias, etc.), al igual que la mayoría de profesiones, es lo lógico y razonable. Bueno, ojalá la legislación laboral redujera ese horario sin reducir salarios (no solo en el ámbito educativo). Trabajar más allá de eso bajo determinadas llamadas a la vocación o a presiones variopintas que indican que es un mal docente el que no lo hace, tiene mucho de erróneo. Como escribí hace unos días, la vida es lo que empieza después del trabajo. Y si no sabemos que nuestra profesión es algo coyuntural por ser pobres y no poder hacer otra cosa, tenemos un problema. Por cierto y antes de que alguien se me tire a la yugular después de que haya dicho “no poder hacer otra cosa”, vale lo anterior para cualquier profesión que uno haya elegido. Por suerte la docencia, al igual que el barrer las calles, reponer las estanterías de un supermercado, impartir justicia, etc. son profesiones igual de respetables. Y en ninguna de ellas se plantea uno trabajar de gratis. O si se hace es porque la administración o la empresa está gestionando mal sus recursos humanos, les está explotando o cualquier otra casuística de esas que todos conocemos.

Hoy es lunes. Intentaré cubrir mi horario laboral semanal antes del viernes. Si puedo, aunque sea alargando mi jornada laboral a unas cuantas horas más de las 7,5 diarias de media, intentaré que el viernes cuando salga por la puerta del instituto pueda irme tranquilo por haber cumplido mi trabajo. Sé que siempre, por mucho control que os haya dicho que tengo, me paso alguna hora más de las que me tocarían. Prometo ir reduciendo lo anterior porque, al final, alargar el horario laboral solo tiene tres consecuencias, y ninguna positiva: un mayor cansancio que redunda en una menor eficacia, una falta de respeto por tu trabajo o, simplemente, el bloquear que contraten a más personas porque les sale más barato (en ocasiones gratis) tener a alguien que haga horas extra.

Para aquellos trolls, que seguro aparecerán, diciendo que los docentes vivimos muy bien y tenemos muchas vacaciones, tan solo les pido que piensen en cualquier profesión (o en la suya). Sé que es muy jodido que muchos puedan defender sus derechos laborales pero, como mínimo, los que todavía tenemos, creo que debemos dar ejemplo. Pero como digo siempre, esta es mi opinión. Una opinión que, en este caso, implica ceñirse a la ley.


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