En mi centro educativo ideal existiría un taller de elaboración y distribución de estupefacientes. El director, como jefe de personal y responsable máximo del cártel, sería el encargado de gestionar a todos los profesionales y hablar con la administración para ver cómo se reparte ese producto que tiene en el almacén. Una cantidad que, grosso modo, permitirá sanear la economía de ese centro, pagar los coches de lujo que tendríamos los docentes y, con el sobrante, poder enviar la mordida pertinente a inspección.

El blanqueo de capital correría a cargo del secretario del centro. Ayudado por la administrativa, que es quien se encargaría de realizar las facturas falsas por determinados servicios y distribuir los beneficios de dicha venta entre los docentes del Claustro. Unos ingresos que, automáticamente, se realizarían en bitcoins (prácticamente irrastreables) o ingresos en Andorra. Es que lo de las tarjetas black ya está muy controlado.

Los de química serían los encargados de elaborar el producto. Lo elaborarían mediante instrumental cada vez más complejo (al principio la dotación de centro no daría para mucha cantidad, pero habría parte de los beneficios que se reinvertirían en mejorarla). Un instrumental que añade pureza al producto. Un instrumental que, bien usado y gestionado, permitiría duplicar en pocos días las cantidades producidas. Más aún si se tuviera una competencia avanzada en su uso, gracias a una formación que se impartiría desde los grandes cárteles.

Los de Tecnología serían los encargados de elaborar los baúles con los que se va a distribuir el producto. Una distribución que controlarían al milímetro los del ciclo formativo de grado medio de administración. Una distribución que incluiría todos los aspectos (desde las estrategias de marketing hasta los aranceles fronterizos para la distribución internacional).

Usaríamos también mulas en nuestra distribución diaria. Alumnos preparados para llevar en su cuerpo una pequeña parte de nuestra ingente producción. Alumnos a los que se instruiría para que consigan mantener el tipo ante los de aduanas y con una capacidad de escurrirse sin parangón por si son detectados. Correrían más rápido que los galgos debido a su exquisita preparación física.

No olvidemos que en esto estaríamos todos pringados. Cada uno dentro de sus posibilidades/habilidades. Un proyecto de elaboración y distribución que seguiría todos los estándares de calidad. Incluso tendríamos las normas ISO que lo certifican.

Mucho dinero ganado. Una gran capacidad de implementar mejoras en la producción. En definitiva, un complemento salarial para unos sueldos cada vez más paupérrimos. Para qué hacerse youtuber, pudiendo dedicarse a la fabricación y distribución de ciertas cosas… ¡Ojo! También podríamos tener un community manager, con revisión de todos sus textos que publicará en Twitter por parte de los docentes de Lengua, y colgar vídeos en la deep web para publicitar el producto.

Una versión, muy cogida por los pelos, de cómo debería funcionar un centro educativo. Allá cada uno con los símiles que las falsas líneas anteriores le permitan establecer. Y recordad que, en la actualidad, la mascarilla para la elaboración de ese producto, ya se trae de casa. Un coste menos a restar de los beneficios que se obtendrían 🙂


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