Desde el advenimiento del «horror» a treinta kilómetros de donde resido, con multitud de conocidos que lo han perdido todo, no puedo menos que sentirme hastiado al pasarme por las redes sociales. Mucho personaje con ganas de protagonismo. Muchas mentiras interesadas. Mucha ideología. Mucho resumen sesgado. Mucha información que, por desgracia, acaba convirtiéndose en una desinformación de considerables proporciones.
Sé de las limitaciones y del sesgo ideológico de muchos medios de comunicación «tradicionales» pero, por desgracia, contraponer a esos medios el comentario de alguien que está sentado tras el teclado que, a veces con toda la buena intención, intenta exponer subjetivamente una determinada situación sobrevenida (estoy yendo mucho más allá del «horror»), creo que debe ir asociado a tener en cuenta ciertas cosas. Y, entre ellas, voy a atreverme a desglosar un pequeño decálogo.
En primer lugar, la desinformación y los bulos. Las redes sociales están plagadas de bulos y desinformación. Además, la gran cantidad de difusión que tienen algunas noticias o lo que dicen determinados personajes, bautizados como influencers, puede hacer que los bulos lleguen muy lejos.
También tenemos que tener en cuenta el sesgo de confirmación. Muchas veces entramos a las redes sociales para buscar contenido basado en nuestro interés o en creencias previas. Esto puede llegar a crear una burbuja informativa que refuerce nuestras opiniones. Esto, junto con la manipulación de lo que leemos, ofrecido «altruistamente» por las redes sociales, nos aísla de perspectivas diferentes.
Además, ¿os dais cuenta de las limitaciones que tiene una publicación de unos pocos minutos en Instagram o TikTok? Ya no digamos un texto hiperreducido publicado en X. Por tanto, otro de los motivos por los que no deberías confiar ciegamente en las redes sociales es la falta de profundidad de las mismas.
¿Y qué deciros de las noticias sensacionalistas que nos inundan? Estoy harto, por ejemplo, de leer a carroñeros que solo quieren que hayan víctimas mortales en todos los parkings de la zona afectada por la DANA. O ver como algunos se arrodillan para ponerse ciegos hasta arriba de barro para decir que están colaborando en ciertas cosas. Esto hace que, en ocasiones, podamos tener una visión exagerada de ciertas cosas. Ojo, no estoy diciendo que no haya situaciones extremas. Estoy hablando de otra cosa.
Goebbels se hubiera sentido feliz con las posibilidades de las redes sociales para manipular las opiniones desde una simple conexión a internet. Las posibilidades son infinitas para influir en opiniones y comportamientos. Lo de Ricky Martin y la mermelada se queda como un recuerdo muy débil de las potencialidades que existen en la actualidad para difundir la mentira o a acabar opinando acerca de la raza del perro inexistente.
¿Es objetiva una publicación en las redes sociales? A menudo en las redes sociales se habla más de opiniones o de «querer que algo sea» más que de hechos objetivos. Esto lleva a lo que todos sabemos. A una pérdida absoluta de objetividad.
En las redes sociales cualquiera pude publicar contenido sin necesidad de verificar hechos ni ser un experto en un campo concreto. Aparecen cada cierto tiempo vulcanólogos, expertos en gestión de crisis o gestión de procesos informáticos que no han visto jamás un volcán, no han gestionado más crisis que el mezclar ropa blanca con ropa de color en la lavadora o, simplemente, han conseguido justificar un texto en un procesador de textos.
Y qué decir del efecto burbuja. Si solo consumes información que se alinea con tus creencias, que es algo que fomentan y te facilitan las redes sociales, dejas de tener capacidad de análisis crítico. Lo estamos viendo ahora. Lo hemos visto antaño. Lo veremos en el futuro.
Podría seguir con el efecto del marinero macizo que quiere casarse contigo o la belleza que, de forma exhuberante, se te ofrece para un matrimonio largo y duradero. En el ámbito educativo existe, como todos sabemos, el riesgo de que alguien se haga pasar por otra persona para manipular. Es que algo de lo que no ves quién hay detrás es harto peligroso.
Finalmente, me gustaría remarcar el tema del impacto en la salud mental. La sobrecarga de información y la constante exposición a noticias negativas afecta negativamente a la salud mental, causando, siendo optimista, solo ansiedad y estrés.
Necesitaba escribir esto hoy. Es importante, al menos para mí, poder trasladar algunas cosas que se me pasan por la cabeza a esta bitácora personal. Y volver, aunque sea imposible, a intentar retomar una cierta «normalidad» que, por desgracia, no existe todavía para demasiadas personas.
Un abrazo a los que ya sabéis. No me quedan más lágrimas para llorar. Ni más aplomo para superar el ver cómo muchos lo están pasando muy mal.
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Quizás un motivo para que los rumores campen a sus anchas es porque la información oficial suele ser inexistente, falsa y/o engañosa (y encima la pagamos todos).
Los datos oficiales, en ocasiones, están. El problema es que en ocasiones están «cocinados» cuando salen en los medios o, simplemente, nos da pereza de acudir a los datos en bruto.
Muy buen análisis de la realidad. Esto me lleva a pensar que todos estos males (parcialidad de la información, bulos, manipulación) existen desde que el hombre es hombre, la diferencia es que ahora se multiplica por la gran oferta y la rapidez de la comunicación. No creo que exista la información imparcial de forma pura desde el momento que cualquier comunicador imprime siempre su subjetividad, por pequeña que sea, así que ¿Qué solución nos queda?
La inmediatez de los bulos es lo único que ha cambiado porque, como bien dices, hay bulos desde que el hombre es hombre. El tema de la información, desde que sale de una fuente original con sus sesgos propios, ya empieza a convertirse en desinformación. El juego del teléfono lo explica muy bien. Conforme va pasando la información, la misma se acaba desnaturalizando.