Me encanta pisar charcos. Ya de pequeño me encantaba, en el momento en que veía un charco, ponerme a saltar en el mismo. Siempre, claro está, con la bronca posterior de mi madre por llegar a casa hecho unos zorros. Era una etapa de mi vida en la que físicamente pisaba esos charcos. Charcos formados por combinación de hidrógeno y oxígeno en diferentes proporciones atómicas. Los átomos forman moléculas y pasa lo que pasa.
Ahora hemos convertido el tema de pisar charcos en algo malo. Da la sensación que se nos haya coartado de tal forma que, al final, opinar se convierte en un riesgo. Hay mucha gente en el ámbito educativo que no opina por el que dirán. Y además se moja entre poco y nada. Salvo, claro está, cuando haya de vender ciertas cosas o ese pisar charcos se haga en pequeño comité con gente que piensa como ella. Hasta estos extremos hemos llegado. La libertad de expresión coartada por el que dirán o, para algunos, planteando qué pueden conseguir o no diciendo ciertas cosas. Además adaptando el discurso a lo que les requiere su público.
Estos días he entendido por qué algunas personas a las que leo en las redes sociales de hace mucho obvian ciertas cosas. Ya me extrañaba que, cuando hace unos años algunos criticaban ciertas cosas encarnecidamente, desde hace tiempo se hayan silenciado en ciertos temas. El negocio. La posibilidad que se les ha abierto que alguna empresa, de esas que montan espectáculos circenses relacionados con la educación, les pague ciertas cosas. O, simplemente es ver como algunos cuando «los suyos» la cagan mantengan el silencio más absoluto aunque esté en las antípodas de lo que piensan. O bien por el futurible trincable o, simplemente porque opinar para algunos se ha convertido en algo muy incómodo. Tener opinión nos han vendido que, en el ámbito educativo, es malo. Más aún opinar contrariamente a lo que nos venden mediáticamente.
Pisar charcos es sano. Yo si tuviera una empresa relacionada con la educación o fuera el Ministro del ramo jamás buscaría a aquellos que jamás me cuestionan nada. Si quisiera realmente hacer bien las cosas buscaría a los mejores. O, más allá de los mejores (que es algo difícil de taxonomizar), a los mejores profesionales que pudiera. A los que me dieran su visión acerca de la educación y mis productos de una forma sincera. Sabiendo que son capaces de decirme a la cara qué es lo que no funciona. Rodearse uno solo de personas que piensen igual es malo. Es cómodo, pero perverso. Otra cuestión muy diferente es que esas personas, en caso de llevar un proyecto adelante y ofrecerles a participar en él, una vez hayan aceptado, no se dejen la piel en el mismo siguiendo el modelo que se haya consensuado o decidido apoyándolo a muerte. Pero eso no implica no poder opinar, no poder meterse en berenjenales por plantear alternativas,… en definitiva, no pisar charcos.
Hay gente que lleva tiempo defraudándome. No por el hecho de que piensen diferente a mí. Me parece lícito, lógico y respetable. Me defraudan porque son incapaces de contraargumentar, más allá de con su grupo de amiguetes que piensan monolíticamente igual que ellos, y no en otros foros. Me defraudan porque son incapaces de decir qué piensan porque piensan primero en qué van a sacar si dicen una cosa u otra. Me defraudan porque, al final, ves que los vaivenes de sus planteamientos no son en función de lo que han aprendido. Ves que esos vaivenes son para evitar, en todo momento, pisar esos charcos que, en educación al igual que en la vida, siempre tenemos distribuidos en las casillas conforme vamos avanzando.
A mí me encanta pisar charcos. Y me encanta la gente que los pisa (piensen o no como yo). Además, el problema nunca ha sido pisar charcos. El problema básico es que algunos confunden el deporte de hacerlo con mojar al de al lado. Algo que no es pisar charcos. Eso es otra cosa.
Por cierto, ayer me preguntasteis por Twitter de dónde saco las imágenes que ilustran los posts. Las saco de, para mí, una de las mejores páginas con imágenes libres: Pixabay. Son imágenes que, además, no tienen necesidad de ser referenciadas. Y hay una amplia variedad de imágenes, gráficos vectoriales e incluso vídeos cortos que pueden ser de utilidad para muchos proyectos educativos.
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