Son las cinco de la mañana. Llevo durmiendo muy mal desde hace muchísimo tiempo. Sé que en algún momento mi cuerpo dirá basta pero, al menos por ahora, creo que se ha adaptado bastante bien a dormir poco y a funcionar de forma bastante apañada con esas pocas horas de descanso. Me estoy haciendo mayor. Y se nota. Eso sí, externamente, como siempre digo, el tema no puede parar de mejorar. O de empeorar. Quién sabe.
Hoy me gustaría hablar de redes sociales y superioridad moral. Sé que en los últimos artículos estoy escribiendo acerca de cuestiones muy poco relacionadas con temas educativos o de uso de la tecnología pero, como bien sabréis algunos, hay temas mucho más importantes sobre los que ponerse a pensar. Y con ello no estoy diciendo que la educación no sea importante. Lo es. Muchísimo. Lo que sucede es que, como siempre digo, hay urgencias, prioridades y temas que deben ir después de otros.
En los últimos años he ido observando como las redes sociales se han convertido en una plataforma de uso masivo, en la que la horizontalidad de las mismas, permiten que todo el mundo pueda expresar sus opiniones libremente. No es malo que exista esa posibilidad. No es malo que, como ciudadanos y parte de una sociedad compleja, todos podamos tener la posibilidad de llegar a todo el mundo de una forma relativamente fácil. Entonces, ¿dónde radica el problema?
El problema es que esas redes sociales se han convertido en un escenario donde muchos se erigen como abanderados de la superioridad moral, juzgando y criticando desde la comodidad de sus sofás. Es muy fácil hablar de lo que se debe hacer, señalar lo que (según ellos) está mal y proponer soluciones desde la distancia. Pero la realidad es que, en la mayoría de ocasiones, quienes más alzan la voz en las redes sociales son quienes menos se ensucian las manos. Desde la seguridad del sofá, con toda la realidad fuera de las puertas de la casa de uno, se pueden lanzar sentencias de forma muy alegre, con un impacto enorme y sin enfrentarse a las complejidades de la acción.
Hay una diferencia abismal entre aquellos que realmente aportan y aquellos que solo critican. Los que aportan están en el terreno, se enfrentan a desafíos y cometen errores. No hay nada más fácil que no hacer y cuestionar solo los errores de los demás. Si la energía algunos la gastaran en buscar soluciones y trabajar sobre ellas, en lugar de ponerse a publicar memes, lanzarse a las barricadas digitales o, simplemente, cuestionar que alguien done o haga algo porque dicen que lo hace «para lucirse», quizás iría mejor el asunto. Es que ahora me viene a la mente un comentario, replicado por muchos, acerca de lo que están donando algunos y las críticas que reciben por personas que, tras una pantalla, no colaboran con horas de trabajo altruista, ni han dado un simple cartón de leche.
Y qué decir de los que desde sus teclados se sienten moralmente superiores. Individuos que no dudan en hacer comentarios mordaces y juzgar sin contexto, creyendo que su perspectiva es la única válida. Pero, ¿cuánto vale una opinión cuando no va acompañada de ningún tipo de accion?
La crítica desde el sofá es peligrosa porque crea una falsa sensación de contribución. Al escribir un post en X o una publicación en Instagram, algunos sienten que ya han cumplido con su deber cívico. La verdad es que el verdadero trabajo requiere más que palabras. Requiere acciones concretas.
No debemos olvidar tampoco que esta superioridad moral que destilan algunos, puede acabar desmotivando a los que realmente están trabajando para mejorar las cosas. La crítica constante y destructiva puede hacer que los que aportan, que siempre son más que los que no, sientan que sus esfuerzos no son valorados. O, peor aún, que jamás van a ser suficientes.
Para que haya un cambio real, es esencial pasar de las redes sociales a la acción. En lugar de que algunos gastéis vuestro tiempo y energía en señalar lo que está mal desde la distancia, ¿por qué no os enfocáis a contribuir de manera tangible? Esto no significa que no debáis criticar o señalar injusticias o cuestiones que están (o veis) mal, pero decir sin estar respaldadas dichas palabras por acciones no sirve de nada.
Pensad en la cantidad de tiempo que ¿perdemos? en las redes sociales, a compartir opiniones y a comentar la actualidad. Imaginaos si una parte de ese tiempo, lo que solo apartáis y alardeáis de vuestra superioridad moral, lo dedicarais a proyectos, a mejorar profesionalmente o, simplemente, a escuchar y a aprender que existen otros puntos de vista. ¿No sería más constructivo y gratificante?
Además, este tipo de superioridad moral puede desmotivar a aquellos que están realmente trabajando por el cambio. La crítica constante y destructiva puede hacer que los que aportan sientan que sus esfuerzos no son valorados o, peor aún, que no son suficientes.
No se trata de hacer grandes gestos heroicos. No se trata de llenarse de barro hasta arriba. A veces, los pequeños actos o los aportes que uno puede hacer desde el lugar en el que está, tienen un impacto más duradero y significativo.
Al criticar desde la distancia, a menudo nos olvidamos que, detrás de cada tema y conflicto hay personas reales, con historias, luchas y perspectivas únicas. Seamos empáticos. Hay personas a las que podemos hacer daño con una simple publicación en las redes sociales. Hay otras a las que apartaremos de que puedan aportar.
La próxima vez que te encuentres a punto de lanzar una crítica desde la comodidad de esa red social que te permite, incluso en el baño mientras están haciendo tus necesidades, poder llegar a todo el mundo, pregúntate… ¿estoy realmente aportando o solo estoy apartando? La diferencia la hacen aquellos que, en lugar de juzgar desde la distancia, se arremangan y se ponen manos a la obra.
Finalmente deciros que, en ocasiones, he criticado algunas cuestiones sin aportar nada ni mover un dedo para revertirlas. Y, ¿sabéis qué? No me he sentido bien.
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Pues no se qué quieres que te diga. Esas personas que se limitan a juzgar y soltar veneno en las redes sociales, casi prefiero que se queden ahí, pasivos, diciendo lo que quieran en vez de que se pongan en acción y la líen. Ya se sabe que perro ladrador, poco mordedor y que la fuerza se marcha por la boca. Parece mucho más práctico ignorar las criticas destructivas, que no nos aportan nada y nos restan energías, y concentrarnos en trabajar como muy bien dices.
Muchas personas que están en las redes sociales soltando bilis, un día sí y al otro también, deben tener muy poco trabajo. Más que nada porque consultando los horarios de publicación, parece que no estén nunca haciendo nada fuera de ellas. 😉