Es asombrosa la capacidad de disertación que tienen algunos investigadores de la horticultura. Asombrosas y fantásticas lecciones tarimeras (¿otra patada más a la RAE?) que nos demuestran, con grandes medios (léase maravilloso PowerPoint), las vicisitudes que todo horticultor sufre para conseguir una buena cosecha. Recomendaciones que van desde la compra del abono X hasta el uso de la azada de cromo con aleación de titanio que, supuestamente, permite una mayor interacción con suelos de pH ácido. Cuánta habilidad en las palabras. Cuánto producto imprescindible para llevar a cabo un huerto y conseguir los mejores tomates de la contornada.

Conforme pasa el tiempo cada vez hay más cantidad de vendenabos. Vendenabos que nos dan consejos “gratis”. Vendenabos que nos impelen a la acción en nuestra tarea hortícola. Vendenabos de amplio bagaje cultural capaces de hablar largo y tendido sobre los estudios de fertirrigación más actuales que se han llevado a cabo en otros países, supuestamente, más avanzados. Quién no compra competencia de esos labios tan llenos de saberes. Quién no reacciona de forma embelesada ante tamaño uso de dispositivos tecnológicos y visualización de numerosas experiencias que se están llevando a cabo. Experiencias en huertos controlados. Huertos que, por cierto, no acostumbran a pisar esos estudiosos. Que los despachos y la conexión a internet nos acercan la realidad. Que la realidad, sin necesidad ensuciarse las botas, siempre es mucho más limpia.

Enfundarse en un mono azul cada vez más ajado no es productivo. Lo productivo es acudir a eventos agrícolas, a ferias de tractores, a prospectos de semillas capaces de crecer, según pronóstico, en cualquier terreno con independencia del porcentaje de nutrientes que tenga. Maravillas de la ciencia que son de imprescindible compra.

Hay vendenabos en la agricultura. Visitadores médicos que regalan bolígrafos y viajes. Sectas maravillosas que te garantizan una vida futura (sigo sin entender lo de garantizar una mejor vida cuando has muerto) llena de fantásticos lujos y comodidades. Venden deseos. Venden realidades que desconocen. Venden lo que sea para sentirse satisfechos de su trabajo.

Soy de los que tengo un pequeño huerto con muchas semillas, cada una diferente, que pretendo convertir en cosechas. Reconozco que mis capacidades son muy limitadas y que he aprendido a llevar el huerto con años de práctica. Seguro que lo estoy haciendo mal. Seguro que hay muchas cosas a mejorar. Seguro que hay “nuevos” procedimientos hortícolas que me permitirían sacar más toneladas de mi pequeña producción. Lástima de no tener dinero para comprar. Lástima de no creer en los propietarios de manos de uñas de manicura que tienen la solución a todos mis problemas. Lástima de ser demasiado poco crédulo. Lástima de creer en que, la única manera de mejorar mi producción es ensuciándome las manos.

Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. 😉


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