Hay docentes alérgicos a la tiza. Bueno, a la tiza y a cualquier herramienta que esté relacionada con dar clase frente a alumnado. Especialmente, cuando dicho alumnado es de etapas obligatorias. Y no pasa nada por reconocerlo. No pasa nada por reconocer que prefieres hacer cosa que dar clase. Es que es lícito tener esa preferencia profesional.
Cuando un docente abandona el aula puede hacerlo por dos motivos: un trabajo que le motive más que la atención directa al alumnado o, simplemente, querer más sueldo o huir de algo que no le gusta. Hay docentes a los que no les gusta dar clase. No pasa nada. Yo, por ejemplo, prefiero estar almorzando que dando clase en primero de ESO. Algo que no implica que sea ni mejor ni peor profesional cuando la estoy dando. Todos tenemos nuestras preferencias. Y, repito, no es malo tenerlas.
A mí me parece perfecto que alguien prefiera formar parte de un equipo directivo sine die porque le guste más eso que dar clase. No olvidemos que formar parte de un ED implica reducir la carga lectiva al mínimo. A veces ni tan solo al mínimo. Y, estoy convencido de que los que optan por estar ahí, lo prefieren a dar clase. Es que es de cajón. Nadie va a empeorar sus condiciones laborales. Nadie. Así que, por favor, eso de los «huidos» de la atención educativa directa al alumnado que esgrimen siempre que la docencia es maravillosa y están obligados a largarse porque les han puesto una pistola en la sien, no cuela.
Si uno quiere ser inspector de educación es porque prefiere esas tareas que tiene asignadas por cargo que dar clase. Si uno deja el aula para irse a escribir libros es que, como es lógico, prefiere escribir que estar en un aula con alumnado. Si uno se va a un centro de formación del profesorado, es porque prefiere hacer lo que se hace ahí que estar delante de una determinada tipología de alumnado. Es que incluso pasar de dar clase en Infantil, Primaria o Secundaria a hacerlo en la Universidad, implica que esa persona prefiere dar clase a alumnado más mayor. E insisto, no pasa absolutamente nada.
Lo que sí que resulta sorprendente son las declaraciones de algunos diciendo qué deben hacer los docentes que se quedan en el aula. O, simplemente, que defienden su salida del aula, que normalmente se alarga mucho tiempo (incluso, en ocasiones, ni vuelven a ella), diciendo que lo hacen obligados por su responsabilidad. Pero cómo se puede ser tan mentiroso. Sería lo mismo que si yo dijera que me fui unos años a trabajar en la zona más gris de la administración porque me obligaba mi responsabilidad. Y una mierda. Me fui ahí porque en ese momento me apetecía más eso que dar clase. Incluso ahora, como he dicho al principio, no se me cae ningún anillo por reconocer que hay cosas que me gustan más que dar clase. Por cierto, en mi aula me lo paso bien, pero me gusta más estar metido en el proyecto de digitalización de mi centro y poder tener alguna hora de reducción para ello. Lo reconozco abiertamente en mi centro, ante cualquiera que me lo pregunte y aquí.
El problema nunca ha sido la alergia a la tiza. El problema ha sido el discurso, normalmente procedente de determinadas posiciones muy innovadoras (a nivel palabrería y redes sociales), en el que algunos de los que han huido tan pronto han podido del aula, dicen a los que se quedan que es el mejor trabajo del mundo. Incluso les dan indicaciones de cómo llevar un aula que a ellos no les gusta llevar. Es que no se puede ser tan jeta. Bueno, sí se puede. Siempre hay alguno que va un paso más allá.
Todo mi respeto a los que abandonan el aula. Todo mi respeto a los que, cuando les tiran de su asesoría fuera del aula, se van llorando a los que conocen para que no les obligue a volver al aula. Eso sí, por favor, estos últimos ahorraos vuestra palabrería de las ganas que tenéis de volver al aula a dar clase con alumnado. Es mentira y lo sabéis. No pasa nada por reconocerlo.
Yo, por ahora, vivo mejor en el aula que fuera de ella. El día que considere que vivo mejor fuera o me ofrezcan algo que me atraiga y me compense laboralmente, quizás me plantee desertar. Eso sí, si desertara jamás se me ocurriría decir que es por lo que más me gusta dar clase o que lo hago por obligación. Ni tampoco dar consejos a los que se quedan. Sería un poco hipócrita por mi parte.
Por fin es viernes. Ya queda nada… tanto para los alérgicos a la tiza como para los que no. Un abrazo.
Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. 😉
Descubre más desde XarxaTIC
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.
Como siempre muy acertado.
Tengo mucha suerte de seguir pensando que lo menor de la profesion : l@s alumn@s