Una apología de la tortuguitis educativa

Supongo que todos los que os pasáis por aquí conoceréis la fábula de la liebre y la tortuga que, por exceso de confianza de la liebre, permitió que la tortuga ganara una carrera. Pero hay una parte, más allá de la moraleja que se pueda extraer habitualmente de la fábula, que quizás nunca os hayáis planteado. A lo mejor la fábula, transmitida por tradición oral, pueda haber ido modificando su relato. ¿Os imagináis que el problema no fuera que la liebre se parara debajo de un árbol y sí que corriera, de forma desenfrenada, sin tener claro el lugar en el que se hallaba la meta? Aquí os lo dejo. Y permitidme que esta fábula alternativa sea la usada para haceros mi apología.

En el ámbito educativo se corre mucho. Hay como mínimo un debate sobre educación a la semana. Incluso en vacaciones. Son cada vez más los globos sonda lanzados por la administración educativa, “altavoceados” por los medios y con cientos de docentes bajando a la arena del debate. Que si currículo. Que si TIC. Que si competencia digital. Que si coeducación. Que si titularidad de los centros. Que si ABP. Que si libros de texto. Que si oposiciones. Que si… La verdad es que es todo muy previsible. Incluso en ocasiones se repiten, bajo otros términos, lo mismo que ya se había hablando, de forma muy puntual y con una velocidad de volatilidad muy alta, hace unos meses. No hay debate serio y sosegado sobre educación. Al menos no lo hay ni en el ámbito político, ni en el ámbito ideológico, ni en el contexto de los medios más tradicionales o de las redes sociales. A ver, que Twitter es el efecto más claro de lo poco que aportan determinados debates. Eso sí, aportan visibilidad a más de uno pero, sinceramente, nada de interés para la mejora del sistema educativo.

Correr solo beneficia a los que viven de la obsolescencia. Correr solo beneficia a los que venden zapatillas de deporte. Pero, lo que es más importante, es que correr solo acaba beneficiando a los que no corren porque, como ya sabéis, los que corren están más interesados en muchas ocasiones en correr y demostrar lo rápidos que llegan a meta, más que en plantearse si esa meta está en el lugar correcto o se ha elegido el mejor camino (más fácil y lógico) para llegar a la misma.

Hay mucha liebre educativa. Hay muchos que corren, corren y siguen corriendo sin saber dónde van. Mucho intérprete de Forrest Gump sin tener en cuenta que correr jamás ha sido el objetivo. Por cierto, son rara avis las reflexiones duraderas sobre educación. Ni tan solo de los que, supuestamente, se les atribuye el rol de expertos en educación. Ya no hablo de reflexiones a largo plazo. Me conformaría con que fueran algo más duraderas que un par de días de debates encendidos.

Quizás deberíamos “tortuguizar” la educación. Quizás deberíamos volver a los clásicos, dejar de cambiar libros de texto cada nueva ley educativa o, simplemente, pararnos en usar lo que funciona más o menos bien para apuntarlo y cambiar lo que no funciona. Es que lo de ir corriendo, sin reflexionar, sin evaluar y sin tener muy claro qué pretendemos conseguir con esa carrera, al final tiene muy poco de productivo. Tirad de hemerotecas y revisad la carrera espacial que algunos vivimos de jóvenes. Ahora ya nadie habla de ello. Es que fue tirar miles de millones de dólares, rublos o pesetas. Bueno, pesetas no. Las pesetas las tiramos en cosas que aportaban aún menos que esa carrera de autos locos.

No tiene ningún sentido redactar leyes educativas cada pocos años. No tiene sentido cambiar el currículo y hacer aparecer o desaparecer asignaturas antes de que nadie haya comprobado si funciona o no. No tiene ningún valor educativo el dotar de valor a las herramientas. Es que, al final, todo se va de madre. Y eso a alguien debe interesar porque si no, no me lo explico.

Leer sobre educación en las redes sociales es una alternativa a conducir un Fórmula 1 sin carnet, sin saber cómo conducir un coche o, simplemente, sin haber revisado el circuito antes de recorrerlo. Quizás deberíamos pensar más en un modelo de educación más lento. Más lento no implica parado porque, a pesar de que nos movamos con criterio y parezca que no lo hagamos, eppur si muove.

Todos deberíamos tener claro que sin saber leer, comprender lo que se lee, realizar operaciones matemáticas básicas o, saber argumentar o debatir, no puede avanzarse en educación. Por tanto, por mucho que queráis explicar en vuestras asignaturas, usando el método más innovador, el movimiento parabólico, vais a tener un problema. Y ya cuando algunos os dicen que es más importante la modificación de conducta del alumnado, para que sea de una determinada manera, y no su aprendizaje académico, tenemos un problemón. Especialmente si hoy os dicen que debéis hacerlos resilientes, mañana empoderarlos y a la media hora de empezar a empoderarlos, enseñarles qué es la felicidad.

Vamos muy rápidos en educación. Quizás convendría pisar el freno, mirar en qué lugar nos encontramos y decidir dónde queremos ir. No creo que sea tan difícil. Y me da la sensación que ganaríamos mucho frente a los iluminados que, normalmente sin pisar el aula o viviendo realidades paralelas, nos dicen que no debemos dejar de movernos. Eso sí, no nos dicen ni la dirección y, en caso de decirla, nos van cambiando el sentido cada poco tiempo.

¡Viva la tortuguitis educativa! Los clásicos se leen. Y, en caso de no gustarnos ciertas cosas de los mismos, no se adaptan continuamente bajo criterios que nada tienen que ver con la lectura de los mismos. Se cambia de clásicos. Eso sí, sabiendo los porqués y analizándolos muy bien. Cambiar por cambiar es de tontos. O de personas a las que nos han vendido la velocidad como criterio educativo.

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