Me he levantado a las cuatro de la mañana. He intentado volver a conciliar el sueño por media hora. He visto que el sueño no llegaba y he optado, dentro de los despropósitos matutinos que hago en ocasiones, ponerme a finiquitar un documento en el que he trabajado estos días y, por desgracia, a leer determinadas cosas sobre educación que, o bien se han comentado en las redes o bien proceden de determinados medios de comunicación. Y, por desgracia, veo fango por doquier. Un fango que, curiosamente, en unas horas no voy a notar porque, por suerte, la ficción novelada y la realidad se empecinan en no coincidir.

Estoy un poco cansado de sandeces educativas, en forma de nulo argumentario, en las que, por desgracia, siempre acabo cayendo. Estoy un poco harto de esos tipos que solo tienen ganas de convertir el debate educativo en un lodazal, normalmente ideológico, de proporciones colosales. Estoy, como siempre digo a los que me conocen, más interesado en acciones educativas que en dimes y diretes. Eso sí, como es lógico, el fango gusta. Y no olvidemos que el ser humano, aunque lo disimule después de la ducha, tiene una tendencia a remozarse en ese producto mezcla de sedimentos y agua.

Hoy se viene un día de curro. Miro en lontananza y, en lugar de ver maravillosos molinos reconvertidos en gigantes, no veo nada más que me queda casi un mes para el ingreso de la vocación. Y pienso en qué va a pasar hoy fuera de la realidad. No intuyo todavía qué cenagal van a abrir algunos para seguir en el candelero. Bueno, intuyo que va a ser un revival, como siempre, interesado. Ya no hay ideas nuevas ni para enfangar. A esos niveles de vacío hemos llegado. A la necesidad de hacer refrito de enfrentamientos por la varita pedagógica que, por cierto, ni es varita ni es pedagógica. Sí, al mismo nivel que ese traje de un emperador que jamás fue realizado. Eso sí, con multitud de personajes participando en el jolgorio virtual de “coge el cieno en el que estás inmerso y procura que le salpique a otro”. Jolgorios que, curiosamente, casi nunca se dan en el tú a tú analógico. Es lo que tiene el cobarde, el fango y la ventaja de poder poner el ventilador a toda marcha desde kilómetros.

Un día alguien mucho más listo que yo (que, por cierto, es algo habitual) me comentó que una de las ventajas que tienen los mediocres es poder, sin mucho esfuerzo, arrastrar al fango a todo el mundo. A mayor incultura, mayor capacidad de generar fango. Y habiendo tanto fango es imposible sortearlo. Al final, por desgracia, caes en él.

Pido disculpas a los que se han comprado una máquina de fango en Aliexpress por no hacerles mucho caso hoy pero, por desgracia para ellos, entre que no me acabo de encontrar del todo bien (me duelen las cervicales, así que no os asustéis) y tengo muchas cosas abiertas, voy a ignoraros un poco. Ya si eso, mañana os hago un poco de casito. Bueno, al menos prometo intentarlo.

La culpa no es solo de los que crean el fango. La culpa es de todos aquellos que, con cuatro patas, acabamos cayendo en el lodazal que generan. Pero, a estas horas, lo que menos me apetece es autoflagelarme. Algo que tampoco debéis hacer los que me leéis salvo, claro está, que os guste esa sensación. Yo me quiero mucho.

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