Hoy, tras recibir la enésima invitación para firmar un manifiesto educativo, he decidido que ya es hora de reflexionar en voz alta sobre esta moda que, más que mejorar la educación, se ha convertido en una herramienta de postureo ideológico. Sí, has leído bien: no voy a firmar ningún manifiesto educativo (más). Y aquí van mis razones.

¿Alguien ha hecho el recuento de cuántos manifiestos educativos circulan por ahí? Parece que cada día aparece uno nuevo, como si fueran setas después de una lluvia recibida por el monte en tiempo y forma. ¿Y cuántos de ellos realmente han servido para algo más que para limpiar conciencias y ganar «me gusta» en redes sociales? La verdad es que la mayoría acaban siendo una declaración de intenciones que se queda en papel mojado.

¿Por qué? Pues porque en muchos casos, detrás de estos manifiestos, no hay más que ideología disfrazada de buenas intenciones. No importa si eres de izquierdas, de derechas, de centro o de Marte; al final, siempre hay alguien que intenta colar su agenda personal en esos documentos. Y claro, así no hay forma de llegar a un acuerdo que realmente beneficie al alumnado. Porque, realmente ¿alguien piensa en el alumnado? Sí. Sé que hay algunos manifiestos en los que se piensa más en él que en otros pero, al final, ¿de qué sirven unas líneas en las que se maximicen postulados pedagógicos? Y, en caso de que se minimicen y todo el mundo pueda estar de acuerdo en la mayoría de puntos, ¿qué aporta eso a nada?

¿Y qué decir de los firmantes? Unos buscan acuerdos, otros desacuerdos, y algunos posicionamientos que poco tienen que ver con la mejora educativa. Es como un mercado persa donde cada uno intenta vender su mercancía ideológica al mejor postor. ¿El resultado? Manifiestos que son meros espejismos, reflejos de una realidad que no existe. Una realidad que es muy compleja, con muchos sesgos y aristas y que, por desgracia, tiene tanto de diversa como el profesorado y alumnado que puebla las aulas de nuestro país.

No me malinterpretéis. La educación necesita cambios, necesita mejoras. Pero esos cambios no vendrán de firmar manifiestos que son más un ejercicio de ego o de «ya he cumplido», que una herramienta real de transformación. La mejora educativa debe ser fruto del trabajo diario, del esfuerzo constante y, especialmente, de la colaboración sincera y desinteresada entre todos los implicados: docentes, alumnos, familias y administración. Una administración de la que forman parte, aunque en ocasiones se olviden, los propios docentes.

Así que, la próxima vez que recibas un manifiesto para firmar, pregúntate: ¿realmente aportará algo o es solo otro formulario, hecho en Google o Microsoft, para firmar? Porque, al final del día, la verdadera revolución educativa no la harán los manifiestos, sino las personas que día a día luchan por una educación mejor.

Ahora, si me disculpáis, voy a seguir trabajando en lo que de verdad importa: mejorar la educación desde donde pueda hacerlo, sin estridencias y sin postureos. Y ahí, ya os digo yo que hay muchísimo trabajo.

Finalmente, antes de que se me quede en el tintero, ya sé que hay propuestas mejores y peores. También sé que hay algunos que dicen auténticas barbaridades y, por tener un grupo de acólitos, creen que sus intenciones son buenas. Hay manifiestos con los que comparto más o menos parte de sus postulados. Pero es que eso no es relevante. Lo relevante, insisto, es que el alumnado aprenda. Por cierto, firmar o no firmar un manifiesto no me hace, ni mejor profesional ni mejor persona.


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