En los últimos días, dentro de la ola woke que también tiene su impacto en el ámbito educativo, vuelve a recrudecerse la defensa por parte de algunos, muy ruidosos en redes pero muy poco hábiles en su devenir dentro de las aulas, de la necesidad de desterrar los conceptos del silencio y de la disciplina en el aula. Lo sé. Estos personajes de dudosa ilustración pedagógica solo saben que atacar, señalar y dictar, normalmente desde su altura celestial, qué es y qué no lo que debería suceder en el aula. Pero bueno, al final ellos solos se desacreditan con sus actuaciones. Ya no digamos con sus persecuciones y señalamientos. Pero, aunque siempre les dedique unas líneas para que se sientan felices y puedan dibujar sus charquitos de horchata, la verdad es que me interesa más lo que dicen las investigaciones que sus negocios o egos.

Hablar de silencio y disciplina en el aula puede parecer un viaje al pasado, a esos tiempos en los que la rigidez era la norma y el ruido un enemigo declarado. Pero, ¿y si os dijera que ambos conceptos, bien entendidos y aplicados, pueden ser auténticos potenciadores del aprendizaje? Hoy en día, en un entorno educativo donde el ruido y la falta de concentración, aderezada por la irrupción de dispositivos fagocitadores de la atención, parecen omnipresentes, es crucial volver a valorar el papel del silencio y la disciplina en nuestras aulas.

El silencio, ese gran incomprendido, se asocia a menudo con la pasividad o incluso con la falta de creatividad. Sin embargo, diversos estudios han demostrado que un ambiente silencioso puede mejorar significativamente la capacidad de concentración y la retención de información. Según un estudio de la Universidad de California, el ruido de fondo constante puede reducir la capacidad cognitiva hasta en un 25% (Klatte et al., 2013). En contraposición, el silencio favorece la reflexión profunda y la comprensión de conceptos complejos, elementos esenciales para un aprendizaje significativo.

Cuando hablamos de disciplina, no nos referimos a un enfoque autoritario ni a imponer la obediencia ciega. Se trata más bien de establecer normas claras y coherentes que permitan un entorno de respeto y responsabilidad. La Universidad de Harvard realizó un estudio donde se evidenció que los estudiantes en entornos con normas claras y consistentes tienden a tener un mejor rendimiento académico (Felten y Lambert, 2020). La razón es sencilla: la disciplina crea un marco en el que los estudiantes saben qué esperar y qué se espera de ellos, lo que reduce la ansiedad y aumenta la concentración.

Estos beneficios no son meramente teóricos. En la práctica, los docentes que implementan estrategias de silencio y disciplina notan una mejora tangible en el rendimiento de sus alumnos. La ciencia respalda esta experiencia. El neurocientífico Daniel Levitin, en su libro «El cerebro organizado», argumenta que el silencio no solo reduce los niveles de estrés, sino que también puede mejorar la creatividad y la resolución de problemas (Levitin, 2014). En un experimento realizado en Finlandia, se descubrió que los estudiantes que pasaban tiempo en silencio antes de los exámenes tenían un rendimiento significativamente mejor que aquellos que no lo hacían (Harvard Graduate School of Education, 2016).

Además, el silencio y la disciplina no solo benefician el rendimiento académico, sino que también tienen un impacto positivo en el bienestar emocional de los estudiantes. Un estudio publicado en Educação e Pesquisa encontró, entre otros factores, que los niños que asistían a escuelas con políticas de silencio y disciplina bien estructuradas reportaban niveles más bajos de estrés y ansiedad (Lería, 2021). Este hallazgo subraya la importancia de un entorno de aprendizaje tranquilo y organizado no solo para el éxito académico, sino también para la salud mental de los estudiantes.

En conclusión, el silencio y la disciplina son dos aliados invisibles pero poderosos del aprendizaje. No se trata de volver a métodos anticuados, sino de redescubrir el valor de un ambiente que favorece la concentración, la reflexión y el respeto. A medida que avanzamos hacia un futuro educativo cada vez más dinámico y lleno de estímulos, es esencial recordar que a veces, menos es más.

Y lo sé. Hablar de silencio y disciplina a algunos no les gusta. Salvo, claro está, cuando se trate de la escuela a la que llevan sus hijos o cuando ellos están impartiendo una ponencia desde su tarima. También tengo claro que van a encontrar algún artículo o vídeo en TikTok que diga lo contrario, pero el problema es que cuando en una autopista todos van en sentido contrario, quizás uno debe plantearse que puede ser él el que va en sentido contrario.

Bibliografía

Felten, P., & Lambert, L. M. (2020). Relationship-Rich Education: How Human Connections Drive Success in College. Johns Hopkins University Press.

Harvard Graduate School of Education. (2016). The Evidence Base for the Impact of Schools on Student Learning Outcomes.

Klatte, M., Bergström, K., & Lachmann, T. (2013). Does noise affect learning? A short review on noise effects on cognitive performance in children. Frontiers in Psychology, 4, 578. https://doi.org/10.3389/fpsyg.2013.00578

Lería Dulčić, F. J. (2021). La práctica del silencio como una herramienta educativa: directrices para la educación basada en competencias. Educação e Pesquisa, 47 (e224651). https://doi.org/10.1590/S1678-4634202147224651

Levitin, D. J. (2014). The Organized Mind: Thinking Straight in the Age of Information Overload. Dutton.


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