En los últimos tiempos no me da la vida para dar el cariño que se merece a este blog. Tengo la bitácora personal abandonada y eso es algo que, a diferencia de otras cosas que he abandonado (como ese gimnasio al que no he ido nunca ni pienso ir), me genera un cierto pesar. Por eso voy a intentar recuperar, a ser posible, este espacio y volver a retomar, siempre y cuando mi cabeza y mis tiempos lo permitan, artículos cuasi diarios. Me gusta escribir. Creo que tengo cosas que aportar haciéndolo. Y, en caso de no tenerlas, simplemente es algo que me gusta hacer. Otros, seguramente, tendréis otros hobbies. Y sabéis que dedicarle el tiempo a ellos es importante.

Hoy quiero hablar de un tema controvertido. Del catastrofismo educativo. De ese apocalipsis que, en contraposición a los que dicen que todo va bien, se está adueñando de parte de la narrativa educativa. Una visión apocalíptica de la que algunos están disfrutando y que se ha convertido en un mantra para aquellos que insisten en que la educación está en constante decadencia. Si nos fiamos de esos profetas del desastre, cualquiera diría que las aulas están en llamas y los libros de texto se desintegran en las manos del alumnado. ¿Quién no ha escuchado desde hace años, incluso cuando los que cumplimos ya la cincuentena en el día de ayer, que aprendíamos menos que nuestros predecesores porque patatas? Y ojo, hay muchas cosas que funcionan mal en el sistema educativo. Cosas que funcionan mal ahora y que funcionaban mal antes. Con solo un aspecto que, para mí, es clave en la visión apocalíptica del asunto y que os comentaré un poco más tarde.

Resulta que la ciencia, esa entrometida que nos arruina las teorías del desastre, tiene algo que decir. Las investigaciones muestran mejoras significativas en la educación global en varias áreas. Desde el aumento de la tasa de alfabetización hasta el acceso masivo a la educación superior, los datos pintan un panorama bastante alentador. Sí, claro, no es perfecto, pero ¿desde cuándo la perfección ha sido el estándar razonable para juzgar algo tan complejo como la educación? Pero, hecho el discurso de los que todo está bien, no debemos dejar de lado los resultados de todas las pruebas externas que dicen que cada vez, en un porcentaje mayor, nuestro alumnado tiene más problemas básicos en lectoescritura y competencias matemáticas básicas. Hay de todo. Centrarnos solo en lo malo (que debemos hacerlo), no debe impedirnos tampoco hablar en ocasiones, de ciertas cuestiones que han mejorado. Mi hija, sin ir más lejos, tuvo una ESO maravillosa a nivel de calificaciones en un instituto catalán porque no hacían nada más allá de «proyectitos» (un trimestre de ESO íntegro en Historia a hacer una figura en plastilina de Franco) y, curiosamente, al bajar a estudiar Bachillerato en Valencia, está sudando sangre. ¿Por qué? Pues porque en algunos centros educativos, como el que estaba, hacen auténticas aberraciones. Y la culpa es compartida porque, aunque la administración apriete, al final el que está delante del alumnado es el docente. Sí, con todos los matices que queramos. Y ojo, no estoy diciendo que los docentes (que yo también lo soy) seamos malos. Estoy diciendo que hay de todo como en botica.

No obstante, insisto, hay algo que no podemos ignorar: la importancia de identificar y criticar lo que no funciona en nuestro sistema educativo. Porque si no sabemos qué falla, ¿cómo podríamos mejorar la educación? Es crucial tener un enfoque crítico y constructivo, que nos permita reconocer los problemas y trabajar en soluciones efectivas.

A pesar de que no todo es un caos apocalíptico, hay un problema que sí merece nuestra atención: la disrupción en las aulas. Porque, si de verdad queremos hablar de una catástrofe, el comportamiento disruptivo del alumnado es un serio candidato al título. Esta disrupción, que sabotea el aprendizaje y frustra a docentes y alumnado por igual, parece ser el auténtico villano de esta historia. Es irónico, ¿no? Los alumnos más vulnerables, aquellos que más necesitan un entorno estable y centrado, son precisamente los que más sufren debido a la disrupción. Se debería dirigir toda la energía de la comunidad educativa hacia soluciones prácticas para este problema. Pero no, eso no es tan mediático como los relatos, ¿verdad?

Es fundamental que los docentes, familias y administración trabajen juntos para abordar el problema de la disrupción en las aulas. Implementar estrategias efectivas, como programas de apoyo emocional y conductual, puede marcar una gran diferencia en la vida de los estudiantes y en el ambiente educativo en general. Además, es esencial fomentar una cultura de respeto y colaboración dentro de las escuelas, donde se valoren el esfuerzo y el compromiso de todos los implicados. Sin olvidarnos, claro está, de la recuperación de ciertos valores que, para algunos son retrógrados o rancios pero que, al final, pueden dar buenos resultados.

En conclusión, antes de dejarnos arrastrar por las narrativas sensacionalistas de que todo es un desastre, sería sabio mirar los hechos y las cifras. La educación enfrenta retos, sí, pero también logros importantes. Y si de verdad queremos marcar la diferencia, enfoquémonos en resolver los problemas reales, como la disrupción en las aulas, en lugar de alimentar la falsa idea de que todo está perdido. En definitiva, criticar y reconocer las fallas del sistema educativo es vital para su mejora continua. Solo así podremos construir un futuro mejor para nuestro alumnado y para la sociedad en general.

Pongamos los pies en la tierra y dejemos las catástrofes para las películas. Porque, la verdad, el sistema educativo tiene mucho más que ofrecer de lo que imaginan algunos en sus predicciones apocalípticas. Y recordemos siempre que, para avanzar y mejorar, es necesario identificar y enfrentar los problemas con valentía y determinación. Solo así podremos transformar la educación en una verdadera herramienta de progreso y desarrollo. ¡Qué bien me ha quedado!

Sí. He escrito un artículo totalmente equidistante. Creo que, en ocasiones, la objetividad y la equidistancia, basada en cuestiones técnicas, es lo que puede acabar mejorando la educación. Soy así de raro. Un abrazo y disfrutad del domingo. Yo lo voy a intentar antes de que abra el correo electrónico. Un correo electrónico que sé que, en horario de tarde, voy a acabar abriendo.


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