Empiezo bien las vacaciones. Primero gastroenteritis y ahora COVID. La verdad es que no podía haber tenido una mejor manera de empezarlas. Bueno, sí. Pero, seguramente, como dicen algunos, esto debe ser el karma y lo mal que lo hice en una vida pasada. O quizás en la presente. Quién sabe.

Nada. Hoy sigo escribiendo de temas que, no por repetidos, no dejan de sorprenderme. Especialmente cuando los cuatro de siempre, frustrados con su propia vida y pensándose que son algo que no son, siguen haciendo de las suyas en las redes sociales. Lo sé. Conviene ignorarles, pero no me vais a decir que no os apetece hacer vuestra obra del día leyéndoles. Que los pobres lo necesitan.

Pues bien, hoy me apetece escribir acerca de las razones por las que hacemos caso a cuatro mindundis en las redes sociales en lugar de hacer caso de los expertos. Lo sé. Es más cómodo hacer caso al mediático que al profesional. Pero bueno, vayamos a responder a la pregunta que planteo en el título del post de hoy.

En esta era digital, donde la información se mueve más rápido que el desplazamiento de las excreciones por los desagües, nos encontramos con un fenómeno fascinante: la gente prefiere escuchar a influencers y celebridades en las redes sociales antes que a los verdaderos expertos. ¿Por qué creéis que se da lo anterior? Pues permitidme que os lo intente explicar de una forma muy sencilla. Sencilla pero con la excelsa literatura de quien está escribiendo esto. Es que mola mazo hablar de uno en tercera persona. No me vais a decir que no.

Existe algo fantástico en la actualidad que es la magia que hace el número de seguidores en las redes sociales se convierta en otorgarte el título de experto. Ni Harry Potter. Tener miles de seguidores (o millones) te hace experto en física cuántica, en cultivo de chufa o, simplemente, en política internacional. Ya no digamos, últimamente, en todos los deportes habidos y por haber. Por cierto, ¿eso que van limpiando una pista con la escoba es deporte olímpico? Es para un amigo.

Nada te relaciona más como experto que una imagen de un gato con un texto en Comic Sans. Si un meme lo dice, debe ser cierto. ¿Quién necesita años de estudio y experiencia cuando puedes resumir todo en una imagen graciosa? ¡Los memes son la nueva enciclopedia!

Los verdaderos expertos no tienen tiempo para editar sus videos con efectos especiales y música pegajosa. Pero un influencer que sabe cómo usar un filtro de Instagram, ¡ese sí que sabe de lo que habla! Porque, obviamente, la habilidad de editar videos o suministrar la información de forma chachi es un claro indicador de conocimiento profundo.

“¡No creerás lo que este influencer dijo sobre esa estrategia maravillosa para poder tener al alumnado atento!” Un título sensacionalista es mucho más fiable que un artículo revisado por pares en una revista científica. ¿Quién necesita datos cuando tienes clickbait? ¡La ciencia del clickbait es infalible! Esta al mismo nivel que los análisis cualitativos que hacen algunos en educación. Esos que dicen que, por llevar coleta y tener poca motilidad de los espermatozoides, amén de llevar camisa molona o barbita descuidada, convierten a alguien en el Pitagorín de cualquier embolado.

Si alguien puede tomarse un selfi (sí, la RAE dice que lo correcto es selfi, no selfie) perfecto, debe tener conocimientos profundos sobre política internacional, cambio climático o educación. La habilidad de posar bien es un claro indicador de sabiduría. ¡Los selfis son la nueva prueba de inteligencia! ¿Por qué medir la capacidad de alguien por la formación que tiene cuando puedes juzgar lo ceñido que le va el bañador?

Más “me gusta” significa más verdad. Si 10,000 personas están de acuerdo, debe ser cierto. La validación social es la nueva revisión por pares. ¿Para qué necesitamos científicos y expertos cuando tenemos “me gusta”? ¡La lógica del “me gusta” nunca falla! Bueno, y si falla, seguramente la noticia verdadera tendrá menos “me gusta” que la que os han colado. Tan solo hace falta que reviséis las burradas que dicen algunos y la cantidad de “me gusta” que tienen. Y que veáis que cuando Arsuaga desmiente un bulo acerca de la evolución de los homínidos tiene menos repercusión que cuando alguien dice que descendemos de aliens procedentes de Raticulín.

Si sales en la tele, te entrevistan en los medios o tienes un podcast popular, automáticamente te conviertes en un experto en cualquier tema. La fama es el nuevo doctorado. ¿Quién necesita años de investigación cuando puedes tener un programa de entrevistas? ¡La relevancia mediática es la nueva academia! A ver si no.

En las redes sociales, todos tienen voz. Y si todos pueden opinar, todas las opiniones valen lo mismo. La ignorancia se ha democratizado y ahora todos somos expertos en todo. ¡Viva la igualdad! ¡La democratización de la ignorancia es el futuro! O como mínimo el presente. No vayamos a ir de expertos futurólogos y caigamos en nuestra propia trampa.

Las teorías de conspiración son mucho más emocionantes que la aburrida verdad. ¿Por qué escuchar a un epidemiólogo cuando puedes creer que las vacunas tienen microchips? La realidad es aburrida, la ficción es divertida. ¡Las conspiraciones son el nuevo entretenimiento! A ver si no va a ser una conspiración que la gente que toma el sol se ponga morena en verano.

Y, finalmente, no olvidemos que nos gusta escuchar lo que ya creemos. Si alguien, especialmente con altavoz mediático, dice algo que confirma nuestras creencias, lo aceptamos sin cuestionar. ¿Para qué molestarse en desafiar nuestras ideas cuando podemos vivir en una burbuja cómoda?

En resumen, en un mundo donde la apariencia y la popularidad a menudo superan la sustancia y el conocimiento, no es de extrañar que prestemos más atención a las voces más ruidosas y menos informadas. Pero, ¿quién necesita expertos cuando tenemos influencers? Yo no. Bueno, quizás sí. Dejémoslo antes de pisar algún charco de esos que, con las redes sociales a la orden del día, es mejor no pisar. Al menos en verano. Hace mucho calor y algunos tenemos muy pocas ganas de perder la poca energía que nos queda en debates estériles.

Disfrutad del día. Yo lo seguiré compartiendo con mis mocos. Unos mocos, por cierto, nada mediatizables.


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