Estamos en la era dorada de los ofendidos profesionales. Hoy todo el mundo tiene un umbral de tolerancia de cristal… salvo cuando la frase, el tuit o la broma viene de “uno de los míos”. Entonces todo es ironía, contexto o humor que no has entendido. La indignación funciona como un menú del día. Eliges de qué te molestas y lo demás se ignora. Cómodo, rápido y sin pensar.

El problema aparece cuando confundimos esto con coherencia. No la hay. Nos cabrea un chiste según quién lo haga, no por lo que diga. Y así terminamos defendiendo lo indefendible solo para no dar la razón al “otro bando”.

Aquí es donde entra la política y sus joyas comunicativas. Que un ministro como Óscar Puente haga bromas de cierto calibre en redes no es lo mismo que si las hace tu cuñado en la sobremesa. Un cargo público no habla solo en su nombre. Representa a un país, a un gobierno y a millones de ciudadanos que no han firmado para que sus ministros se dediquen a lanzar chascarrillos impropios de un barra de bar. El listón no debería estar al nivel del meme. Debería estar al nivel de la responsabilidad que asume con el cargo. Y no, un “es que estaba bromeando” no sirve como salvoconducto.

La gente se indigna por ese tipo de tuits si el autor es del bando contrario. Pero cuando es “el nuestro” la respuesta es un festival de excusas. Que si estaba siendo sarcástico, que si lo han sacado de contexto, que si los demás también lo hacen. Así se vacía de sentido cualquier crítica y se convierte todo en una pelea de patio de colegio. Y mientras tanto, seguimos normalizando que un ministro se comporte en X como un adolescente con acceso a internet.

El postureo moral en redes está ya industrializado. Se vende indignación en packs. Hoy toca ponerse furioso por una serie, mañana por un anuncio y pasado por un chiste en mal momento. Y en la trastienda de esta feria emocional hay un negocio claro. Cuanto más te enfadas, más interactúas. Cuanto más interactúas, más visibilidad y más combustible para el siguiente incendio.

La indignación selectiva es adictiva porque te coloca siempre en el lado “bueno” de la historia… o al menos en el que tú crees que es bueno. Si hoy criticas a Óscar Puente pero mañana le ríes la gracia a otro del mismo equipo que hace lo mismo, ya no estás defendiendo un principio, estás defendiendo una camiseta. Y eso no es ética, es tribalismo barato.

Se puede y se debe criticar sin importar quién sea el autor. Si el cargo es público, la exigencia debe ser más alta. Si la broma es impropia, da igual si coincide con tu ideología o no. La coherencia no da tantos likes como el enfado selectivo, pero evita que acabes justificando lo que ayer decías que era intolerable.

La próxima vez que te indignes por algo, pregúntate si lo harías igual si el autor fuera de “los tuyos”. Si la respuesta es no, quizá el problema no esté solo en lo que ha pasado, sino en tu propia vara de medir. Porque mientras sigamos midiendo la ética con reglas distintas para cada caso, seguiremos aplaudiendo lo que criticábamos ayer y enfadándonos solo cuando conviene.

Finalmente deciros que no me parece mal que uno pueda decir barbaridades en las redes sociales. Hay gente, además, que vive de ello para conseguir seguidores y likes (estoy pensando en algunos personajes de la farándula educativa). El problema es que hay bromas y bromas y, por desgracia, personas que deberían estar haciendo cosas en lugar de escribir en las redes sociales riéndose de las desgracias ajenas. Y, por cierto, el gatito que ilustra este post, es porque me ha gustado la imagen. O quizás sí que tenga su sentido, quién sabe.

Me podéis encontrar en X (enlace) o en Facebook (enlace). También me podéis encontrar por Telegram (enlace) o por el canal de WhatsApp (enlace). ¿Por qué os cuento dónde me podéis encontrar? Para hacerme un influencer de esos que invitan a todos los restaurantes, claro está. O, a lo mejor, es simplemente, para que tengáis más a mano por dónde meteros conmigo y no tengáis que buscar mucho.


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1 comment
  1. Me parece interesante abrir una reflexión, ¿Es más importante un tuit de mal gusto o estar donde se tiene que estar, gestionar con responsabilidad y dar prioridad a las cosas importantes véase la educación, la sanidad o la gestión de incidencios?

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