Estos días he podido ver a cientos de alumnos «reaccionando» a sus notas de Selectividad en Instagram y TikTok. Lo he hecho porque no me creía que, salvo excepciones, nadie expusiera tanto sus sentimientos delante de todo el mundo. Y, lo más curioso es que, en muchos casos, los que participaban en esa difusión eran los propios padres de los alumnos que estaban reaccionando a las mismas.
No voy a publicar ninguno de esos vídeos por aquí. Al igual que tampoco voy a publicar la gran cantidad de docentes, especialmente jóvenes, que usan las redes sociales para exponer TODO lo que hacen, TODO lo que sienten y TODO lo que piensan en las mismas. Y, además, en la mayoría de ocasiones poniendo en peligro la privacidad de su alumnado, cuando no las usan para publicar cosas que, a lo mejor ese alumnado no querría que fueran públicas. Es que es muy fácil, con lo que publican algunos, encontrar en qué centro educativo trabajan y saber a quién se están refiriendo cuando dicen algo de alguno de sus alumnos.
No sé si la gente tenemos cada vez más necesidad de aislarnos de la realidad y centrarnos en personas virtuales, que pueden darnos su apoyo o crítica. No tengo muy claro tampoco si lo hacemos porque, al final, lo que pretendemos es ser «encumbrados» vendiendo toda nuestra vida y vivencias a los demás. O, simplemente, si lo que hacemos es mostrar aquello que nos gustaría ser o cómo nos gustaría que nos vieran. Y eso me preocupa. Me preocupa especialmente en el ámbito educativo. Y me preocupa que no haya nadie hablando de los potenciales peligros, especialmente para la salud mental para el que lo publica y para los que ven esos vídeos.
Quizás exista una presión social que obligue a publicarlo todo pero, ¿realmente es necesario publicarlo todo? Cuando todo el mundo lo sepa todo de ti, ¿qué te va a quedar para decir? Cuando conozcas a alguien y te diga… tú eres aquel que hace años publicó algo en las redes sociales, que se viralizó y hizo un retrato de ti, ¿cómo vas a poder cambiar lo anterior?
Yo he cometido muchísimos errores publicando cosas personales que dicen mucho de mi. He publicado fotos de paellas, de horchatas, he publicado alguna foto disfrutando de la playa o de algún viaje, etc. Y, sabéis qué, me preocupa haberlo hecho. No porque me arrepienta. Simplemente por plantearme actualmente la necesidad de haberlo hecho. Algo que, al menos en mi caso y a diferencia de aquellos alumnos que están todo el día pendientes de vender su «imagen» y sus «reacciones», tiene muchas menos connotaciones futuras. Por eso me preocupan más ellos que yo. Ellos y aquellos docentes, productos de este contexto de tener que «mostrarlo todo en las redes» que han empezado a aterrizar en las aulas de nuestro país.
Finalmente deciros que, antes de que alguien interprete algo que no he dicho, voy a aclarar que uno no es mejor ni peor docente por publicar su vida en las redes. Otro tema es que publique cosas de su ámbito laboral en las que, para conseguir unos likes, venda a los algoritmos datos, imágenes o cosas que han hecho sus alumnos.
Nada, no me hagáis caso. Seguro que es mucho mejor publicarlo todo en abierto en las redes sociales que tomar algo con tus amigos o compartir, con ellos o con tu familia, tus vivencias o sentimientos. Será eso.
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A mí me parece muy preocupante el tema. Se desvía la atención de lo realmente importante. En lugar de centrarnos en enseñar o en aprender, nos centramos en que PAREZCA que enseñamos o aprendemos. Hay una obsesión cada vez más malsana por publicar lo que se hace en los centros y en las aulas… Y lo que me parece peor… Hay mucha gente «espectadora» que lo compra. Todos hemos visto ponentes de cursos cuyo único mérito es ser muy activos en RRSS y publicar muchas «cosas cuquis», independientemente de su formación académica o su trayectoria profesional. La prensa entrevista antes a un profe instagramero cualquiera que a un inspector de larga y reconocida trayectoria que realmente conozca los entresijos del sistema. Hasta las familias creen que un centro es mejor que otro por las cosas que los centros publican, muchas veces rozando o entrando en la ilegalidad, en RRSS que ni siquiera pertenecen a las plataformas oficiales que ponen a nuestra disposición las consejerías de educación… Es muy triste y preocupante. Y da la sensación de que los profes que no nos publicitamos en RRSS «no hacemos cosas interesantes», cuando hoy en día es raro el profe que no hace actividades variadas, nadie se limita a libro-pizarra-tiza… hasta los más tradicionales hacemos cosas «diferentes»… Un asco todo.
Las redes sociales se han convertido en el trampantojo educativo del siglo XXI. El problema es que, como bien comentas, tras esa pintura no hay ninguna ventana.