Esta mañana, antes de disfrutar de un maravilloso tubo introducido por mi boca para mirarme por dentro, me ha surgido una cuestión relacionada con la educación. Sí. Lo sé. Tengo un problema. Pienso en cosas tan raras como temas educativos cuando estoy en el médico y, especialmente cuando estoy «acojonado». Pero bueno, recordad que no os lo he dicho. Jamás voy a reconocerlo en voz alta. Pero bueno, vamos a lo que os interesa. A intentar poner negro sobre blanco esa idea peregrina acerca de por qué cuesta tanto encontrar un experto en educación fuera de las aulas.

En un mundo repleto de personas que se autodenominan expertos en educación, encontrar a alguien que realmente aporte valor fuera de las aulas parece más difícil que buscar una aguja en un pajar. La ironía, claro, es que estamos rodeados de estos autoproclamados gurús de salón, con y sin titulaciones, que ofrecen más humo que contenido. Y, en caso de tener alguna titulación, es de esas que te regalan en algunas carreras con una entrevista personal.

Hablemos de esos perfiles mediáticos que dominan las redes sociales, los medios y los programas de debate en televisión. ¿Qué es exactamente lo que aportan? Aquí va el spoiler: nada, absolutamente nada. Sus discursos están repletos de frases vacías y lugares comunes, diseñados más para llenar minutos de emisión que para proponer soluciones concretas a los problemas reales de la educación. Mientras tanto, los verdaderos profesionales de la educación, aquellos que cada día se enfrentan a las aulas y a sus desafíos, permanecen en la sombra. Completamente invisibles. Y, en caso de salir puntualmente de la sombra, quedan señalados y amedrentados por aquellos que, día tras día hablan de educación más que hacen (si es que, en algún momento han hecho).

Insisto. Lo verdaderamente irónico es que lo que ocurre dentro del aula, las estrategias pedagógicas efectivas y los retos reales a los que se enfrentan docentes y alumnos, rara vez se difunden. La falta de atención y difusión de estas experiencias es un insulto. No es de extrañar que la educación siga siendo un campo de batalla lleno de charcos de barro donde las soluciones efectivas son como unicornios: difíciles de encontrar. Y con unas recetas, que al igual que los excrementos de caballo para que crezca el pelo, son un auténtico timo.

Ahora, vamos a centrarnos en esos autoproclamados «expertos» que, con tono solemne y frases rebuscadas, llenan artículos y conferencias con palabras vacías. ¿Qué significa realmente «innovación educativa» cuando se repite hasta el cansancio sin ningún contexto ni aplicación práctica? La respuesta es simple: nada. Absolutamente nada. Ya veis que hoy el título también podría haber sido nada, aderezado con una imagen de La Historia Interminable.

¿Por qué cuesta tanto encontrar un verdadero experto en educación? Quizás porque aquellos que realmente entienden el valor de la educación están demasiado ocupados enseñando, aprendiendo y enfrentando desafíos reales. Tal vez porque la verdadera pericia no busca el reconocimiento mediático, sino la mejora constante de la enseñanza y el aprendizaje. O simplemente, porque ser un verdadero experto requiere más que habilidad para hablar en público: requiere pasión, conocimiento, experiencia y, sobre todo, humildad.

Así que la próxima vez que os encontréis con uno de esos «expertos» que parecen tener la solución a todos los problemas educativos, recordad que la verdadera sabiduría esté en las aulas. En esos lugares invisibles donde cada día se construye el futuro, alumno por alumno. Porque, al final del día, los que realmente saben de educación están demasiado ocupados haciendo educación para perder el tiempo hablando de ella en un plató de televisión o publicando cada cinco minutos en las redes sociales lo buenos que son y lo malos que son los demás.

Un abrazo a los que siempre me dais el cariño pasándoos por aquí. Y también a las viejas del visillo que, curiosamente, tienen más tiempo para mover ese visillo que para trabajar. Por cierto, un trabajo que, los que conocen la realidad de su devenir diario, dista mucho de lo que cuentan en las redes sociales o en esos artículos, plagados de ad hominem e investigaciones que jamás se han leído, que escriben.


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