Os prometo que no lo entiendo. No entiendo que algunos defiendan experimentos pedagógicos, a realizar siempre con los hijos de otros, hasta la saciedad. No me cabe en la cabeza que, en lugar de proceder a afianzar lo que funciona y guiarse por lo que marcan las evidencias, los datos y el sentido común, se tenga tantas ganas de «probar cosas».

Me da la sensación que en educación hay mucho Mengele frustrado por haber nacido cuando no tocaba. Es la única explicación que encuentro ante ciertos discursos pedagogistas, basados en creencias o en el típico mantra de que se tienen que cambiar las cosas sí o sí. Joder, que no hace falta ir cambiando cosas que funcionan. Si hay estrategias que funcionan para un 70% del aula, ¿por qué en lugar de buscar algo que funcione para ese 30% restante algunos se empeñan en cambiar también las estrategias de aprendizaje para ese 70%? Es que sería inconcebible en cualquier otro ámbito laboral. A nadie se le ocurriría, sabiendo que un tipo de cemento funciona casi siempre, cambiar de marca porque ha habido un caso en su quehacer profesional que no ha funcionado. Lo lógico sería ver qué ha hecho que eso falle y cambiar el cemento para esa estructura concreta.

Volvemos recurrentemente a debates acerca de cosas que ya fueron un fiasco en su momento. Incluso compramos acríticamente conceptos educativos que vienen, o bien de la arquitectura, o bien de la economía más volátil. No estamos invirtiendo en criptomonedas. Estamos enseñando a nuestro alumnado determinadas cosas. Y esa es la función básica de la educación. No es la de adoctrinar en un determinado sentido, marcado por los que detenten el poder en cada momento de la historia. Estamos para que puedan aprender y, a mayor aprendizaje, tener más posibilidades de cambiar las cosas. Algo que solo se consigue usando criterios técnicos y no acudiendo a la experimentación continua.

Hay evidencias que indican que la bajada de ratios, hasta un número razonable de alumnado por aula (se habla de 12 a 16 alumnos), es positiva para el aprendizaje. Ya si queréis después hablamos de intentar modificar ciertas prácticas educativas. Pero la clave es reducir ratios. Eso sí, algunos se empeñan en defender la codocencia. Prefieren clases de treinta a clases más reducidas. Eso sí, con dos docentes en el aula. Da igual que las evidencias y la experiencia diga que funcionan mejor grupos más reducidos. Es su ensoñación pedagógica. Y es mucho más fuerte que la realidad. Por eso siempre algunos están jugando a la liga de ir cambiando estrategias en lugar de afianzar y mejorar las que funcionan.

Tenemos un problema importante en nuestro sistema educativo: el alumnado cada vez aprende menos. Va, seguro que ahora algunos saltarán en que aprenden cosas diferentes y que debemos medir esas cosas que, seguramente, sean más importantes según su argumentario que, por ejemplo, leer y comprender un texto. El problema es que hay aprendizajes que van antes que otros. Hay aprendizajes imprescindibles. Hay cimientos que tienen que ponerse antes de empezar a levantar las paredes. Hay túneles que tienen que medirse antes de ponerse a fabricar los trenes. Es que es de cajón. O debería serlo.

Aquí tenemos una parva de defensores de la experimentación continua con el alumnado. Pasamos de la realidad aumentada, al flipped, al metaverso y ahora a la inteligencia artificial. Lo único que no se dan cuenta estos defensores del correr y del experimentar en educación, que lo están haciendo con seres humanos. Y que falsificar los resultados, mediante el aprobado sistemático o la creación de vías B, con menores aprendizajes, tiene resultados negativos, tanto para el alumnado como para la sociedad en la que se integra el mismo (tanto como alumnado como, en el futuro, como clave para la mejora social).

Si se ve tan claro en otros ámbitos que no se debe experimentar sin sentido, por cuestiones éticas, con seres humanos, ¿por qué algunos se empeñan en el experimento permanente con el alumnado? ¿No tienen derecho a recibir la mejor educación posible? ¿No tienen derecho a ser tratados al margen de las ideas cafres de algunos? ¿No tienen que ser protegidos frente al frenesí (des)innovador? Yo creo que sí. Creo que deberíamos volver a los clásicos. Releerlos y volver a recuperar lo que funcionaba. Y una vez lo recuperemos, ir haciendo lo imposible para que el porcentaje de alumnado que fracasaba, no lo haga.

Lo que estamos haciendo es desvestir a un santo para vestir a otro. Y, en demasiadas ocasiones, estamos perdiendo la ropa por el camino, con lo que el primero queda desvestido mientras que el segundo sigue desnudo.

¡Pensad en el alumnado, por favor! No penséis en lo que os gusta a vosotros. Nos jugamos mucho y el alumnado no se merece estar sometido a un experimento continuo.

Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel). Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. Además, adquiriéndolo ayudáis a mantener este blog.


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