El otro día mi hija me miró mal cuando, con todo el cariño del mundo, después de haber hecho una cosa bien, le puse un gomet verde con una carita sonriente en la sudadera. Entiendo su reacción. Si con doce años viene mi padre o mi madre y, por haber hecho algo (bien o mal) me inundan con gomets la pared de mi habitación pido, sin ningún tipo de problema, una orden de alejamiento en el juzgado más cercano.
Es por lo anterior que me sorprende ver a docentes, con pelo ya abundante en sus partes íntimas (salvo, claro está las depilaciones con nombre de cepa covidiana), que se alegren de ir recibiendo gomets en los que les dicen «eres un guay en la herramienta nivel I» o, simplemente «molas mazo para la multinacional». Lo de los gomets y las chapitas que muestran alegremente algunos, incluso los malos malotes de la Harley, no tiene agarradero que valga. Bueno, quizás sí, pero yo no lo encuentro.
Tenemos a muchos docentes más infantilizados que los chavales. Hay niñatos dando clase a niños. Ya sabemos todos que, conforme te haces mayor y si no te han liquidado con algún virus, vuelves a tu tierna infancia. A pesar de ello sigue sorprendiéndome que algunos de los que van a ser la clave de la mejora social sigan, impertérritos, asumiendo el rol de receptores de gomets. Si como mínimo fueran esos «tois» que salían del Bollycao. Esos sí que molaban. No lo que están repartiendo ahora en determinados cursos de formación mediante insignias digitales. Lo mismo que aquellos que atesoran propaganda inútil o caramelos en las cabalgatas de reyes empujando, sin pudor ninguno, a los niños que aún conservan la ilusión en esas cosas.
Retomando el hilo (lo de no tener guion hace que me pierda con facilidad) debo reconocer que, en ocasiones, me da la sensación que parte del colectivo al que pertenezco, aunque ahora esté en modo deserción, ha perdido el Norte. Bueno, el Norte, el Sur, el Este y el Oeste con todas sus combinaciones posibles. Se cree en magia educativa, en neurogominolas, motivaciones desmotivadoras salvo para ellos y certificaciones de casas de mujeres o hombres con poca ropa, tratados como animales por parte de los que usan a esas personas. Sinceramente, no lo entiendo. Bueno, prefiero no entenderlo. Más que nada por una cuestión de higiene mental, ya suficientemente tocada por la pandemia que nos ha tocado vivir.
La plaga del coronavirus acabará un día u otro pero, mucho me temo que al docente-gomet le queda mucha cuerda…
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