Trabajo en el ámbito educativo público. Soy docente de aula. Además, en mi caso, he trabajado en la «gris» administración educativa. Tengo una hija estudiando tercero de ESO y otras, «acopladas», que ya están en la Universidad. Tengo amigos, conocidos y compañeros de profesión que llevan a sus hijos a la pública, a la privada con concierto e, incluso, a la privada sin concierto. Tengo compañeros que eligen sanidad pública y otros que, mediante el convenio que tenemos los funcionarios, deciden elegir alguna de las mutuas privadas que se ofrecen como alternativa.
La educación se va a la mierda. Y no es culpa de nada de lo que he comentado anteriormente. No es culpa de que yo esté dando clase. No es culpa de que exista educación privada (concertada o no). Ni tampoco es culpa de la existencia de una entidad que permite que los funcionarios, tal y como está la sanidad pública, opten por largarse de ella para recibir una atención a tiempo. Es que, vamos a ser sinceros, no es cuestión de lo anterior porque, al final, el problema de la educación va más allá de las decisiones individuales de nadie.
Que haya un porcentaje de docentes que da mal sus clases, al igual que el porcentaje que hace mal su trabajo en cualquier otra profesión, no es relevante. Que haya alumnado disruptivo, en la misma cantidad que había antes, tampoco es relevante. Que aparezcan metodologías plagadas de esoterismo que son, la mayoría de las ocasiones, irrelevantes para el aprendizaje del alumnado, tampoco tiene demasiado valor en el cómputo global.
Y, a pesar de lo anterior y de lo irrelevantes que son las decisiones individuales, tenemos una educación que va a la deriva. Una educación en la que, ni tan solo los más brillantes, consiguen adquirir en su proceso de escolarización (sea en la escuela pública o privada), una capacidad básica efectiva para poder ser competentes en lo básico. Ojo. No estoy hablando de competencias básicas. Estoy hablando de competencias en lo básico. Que no es lo mismo. Una cosa es el neolenguaje y otro lo que se pretende con la escolarización. Y ahí hay una diferencia importante.
Es mucho más relevante para la mejora educativa que, por ejemplo, se entienda que dar seiscientos millones de dinero público es surrealista para poner en marcha una empresa privada, que muchos políticos cobran demasiado por lo poco que hacen o que, simplemente, nos están engañando con los precios de la energía (sí, hay millones de toneladas de gas en puertos españoles y quemándose, para no bajar el precio, en determinadas regasificadoras), que otros temas transversales que, por no se sabe qué motivo, inundan las redes sociales en las que interactúan varios docentes. No discuto de la necesidad de debates pedagógicos pero, al final, estamos colaborando, con esos debates «muy sesudos», en ocultar la realidad de lo que sucede a nuestro alrededor.
Pero bueno, hay gilipollas e imbéciles (como decía en mi pueblo hace un par de días Nieves Concostrina, debemos llamar a las personas por lo que son) que van a seguir haciendo alarde de sus luchas contra cosas que, al final, son más un trampantojo que otra cosa. Luchas que, no lo olvidemos, más allá de las redes sociales donde se pegan por luchar con los teclados y con kilómetros de distancia de la vida real, nadie, salvo cuatro y cuando les afecta directamente, van a hacer.
Yo no soy culpable de la deriva educativa. No soy culpable de haber llegado al punto en el que estamos. Tampoco creo nadie, de forma individual de esa «clase no dirigente» a la que pertenezco, pueda destrozar la educación. Es por ello que, al final, conviene analizar las causas reales de ese destrozo porque, aunque algunos «happy flowers» no se lo crean o quieran esconderlo, la educación, al igual que otras cosas de nuestra sociedad, se va a la mierda. O quizás ya se ha ido a la mierda. Solo hace faltar quererlo ver.
Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. 😉
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