No creo que deba censurarse o limitarse la opinión de nadie por sus ideas, salvo que las mismas incluyan cuestiones que estén tipificadas legalmente como delitos. Además, como creyente en una democracia imperfecta, estoy totalmente a favor de que las leyes puedan cambiarse por mayorías. Me pueden gustar más o menos ciertos discursos pero, silenciarlos, nunca es la solución. Nunca lo ha sido. Las hemerotecas nos dicen que a mayor presión por silenciar ciertas cosas, más auge tienen sus seguidores. Y en un contexto en el que todo el mundo puede publicar lo que quiera en cualquier sitio de la jungla 2.0, no tiene demasiado sentido poner límites.

Lo anterior sirve también para temas educativos. No creo en los límites. Creo en que todo el mundo puede opinar sobre educación. Sí, incluso me parece bien que un economista o alguien que no acabo la ESO lo haga. Otra cosa es la importancia que voy a dar a su opinión. La misma que le voy a dar a José Coronado o Miguel Bosé por la suya acerca de las vacunas… ninguna. Ni que me gusten más o menos. Simplemente el emisor importa y no poco. Ignorar lo anterior y poner al mismo nivel a alguien con currículum del tema y alguien que no lo tiene es una decisión personal. Y la mía es la de no darles importancia.

Otra cuestión es cuando alguien que, supuestamente debería de saber de un tema porque está relacionado profesionalmente con el mismo, dice cosas que se alejan de mis ideas. Entonces, sabiendo que  puedo estar equivocado, tengo todo el derecho del mundo a cuestionar lo que dice. Seguramente estaré equivocado porque, si hago caso a la masa crítica a la que llegan determinadas modas y discursos pedagógicos, debo de plantearme que estoy en la minoría. Y las minorías, en democracia, jamás tienen razón. O si la tienen, se anula esa razón por parte del discurso mayoritario que cuenta con muchos adeptos.

Por suerte vivir en democracia (más o menos perfecta o imperfecta) me permite decir qué pienso acerca de lo que otros están diciendo. Incluso puedo permitirme el lujo, al igual que otra persona puede hacerlo de lo que digo yo, cuestionar abiertamente ciertos aspectos que me chirrían. Lo hago especialmente dentro del ámbito educativo porque es el que, dentro de mis múltiples limitaciones, más controlo. Bueno, algo sé después de trabajar veinte años en el aula y ahora estar en mi tercero fuera de ella en tareas relacionadas con lo anterior.

Es por lo anterior por lo que me puedo permitir el lujo de criticar ciertas cosas en las redes sociales o, incluso haciendo vídeos cutres para cuestionar ciertas cosas que nos están vendiendo. O más bien, viendo la cantidad de publicidad y apoyo que tienen ciertas cosas, imponiéndolas como pensamiento único.

Puedo cuestionar el nivel de algo que se vende con la denominación de máster y considerarlo, siempre según mi opinión, como un timo. Y además ciscarme en que se esté intentando hacer dinero en educación vendiendo basura. Cuestionando a todos aquellos que participan en lo anterior. Ojo, les cuestiono por participar en estas cosas. Jamás cuestionaré a nadie por temas personales. Puedo juzgar qué dicen o en qué participan. Sería muy arriesgado por mi parte, aparte de demostrar una limitación de argumentos brutal, que llevara la cuestión al ataque ad hominem.

También puedo hacer una revisión de ciertos argumentos o anécdotas. Incluso puedo, poniendo un poco de lógica y basado en mi experiencia de aula -y de la gente que conozco-, desmontar una a una ciertas afirmaciones que se hacen. Sí, tengo todo el derecho dentro de mi libertad de opinión, de cuestionar las palabras de todo el mundo. Vuelvo a repetirlo, al igual que todo el mundo tiene todo el derecho del mundo a cuestionar lo que digo. Y además se puede hacer de manera más o menos irónica. Si uno se muestra en las redes sociales o dice ciertas cosas en los medios (incluyendo, por ejemplo, YouTube), debe saber que puede criticársele abiertamente por lo que dice.

Por ello también me he permitido el lujo de cuestionar la charla TED que empezó todo el espectáculo educativo. Sí, ésta que analizo y la de Ken Robinson acerca de la creatividad, han sido el principio del desastre de la educación y de la conversión de la innovación educativa en algo que, vendiéndose muy bien, no ayuda a mejorar la educación. Bueno, ha ayudado a hacer caja a algunos.

Uno es libre de decir lo que le dé la gana sin más límites de los que marque la ley. Incluso uno es libre de vender humo y cobrar por venderlo. Si hasta tenemos a agricultores en nuestro país que venden plantas que dice que curan el COVID. Y no les pasa absolutamente nada. Así que, al final, el problema es más del que compra ciertos discursos o productos que culpable el que los vende.

No hay límites para lo que uno diga/cuestione/critique o no. Además, todos sabemos que los medios están apostando abiertamente por un determinado discurso educativo dando, salvo contadas y honrosas excepciones, voz a aquellos que, en mi opinión, son los menos indicados. Pero, como las líneas editoriales son las que son… cada uno decide si comprar o leer o no esos libros.

Por cierto, aprovecho para deciros a aquellos que os molesta o no podéis tragar lo que digo y que, por desgracia por vuestras limitaciones sois incapaces de contraargumentar, que me silenciéis en las redes sociales (en Twitter es muy fácil) y no leáis este blog ni veáis mis vídeos. A ver, que reconozco que uno vive mejor si se piensa que solo existe su punto de vista. Lamentablemente os informo que, al igual que no existe solo vuestra ideología, tampoco existe solo vuestra visión educativa.


Descubre más desde XarxaTIC

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.